Y no se necesita ninguna bola de cristal para garantizarlo. La realidad es que la atención mediática y de la opinión pública se está concentrando en el conflicto post-electoral, y hemos dejado de mirar la grave descomposición social en la que está inmerso Quintana Roo, de forma más específica la zona norte, en los municipios de Benito Juárez y Solidaridad, principalmente.
La fuga de una decena de reos de `alta peligrosidad´, nos recordó fugazmente que esos jóvenes, que no llegan a los 30 años de edad, participaron en el atentado contra parroquianos de un bar en las afueras de la ciudad, llamado “Castillo del mar”, donde murieron ocho personas, entre éstas una mujer con varios meses de embarazo.
Se conoció después que los atacantes fueron contratados por el grupo criminal “Los Zetas”, por dos mil pesos a cada uno. Su misión era vengar la negativa de los dueños del tugurio a pagar `derecho de piso´.
Los ejecutores, también se supo, son miembros de una de las muchas pandillas juveniles que hay en Cancún. Son miembros de “Los Sureños”, una asociación de jóvenes emebebidos de la cultura de la “Mara Salvatrucha”, que tiene sus orígenes primigenios en Centroamérica (Guatemala, Honduras, Salvador), pero cuya influencia se extiende a prácticamente todo Norteamérica, Estados Unidos y México incluidos, porque son personas víctimas de la miseria y el hambre que les obliga a desplazarse para conseguir sustento. Cuando regresan, deportados o simplemente con un futuro cancelado, se refugian en comunidades pandilleriles donde encuentran reconocimiento, protección y visibilidad.
Esa realidad no está lejos aquí en Cancún. Según los últimos sondeos que realizó en su momento Seguridad Pública, se contabilizaron poco más de 110 pandillas en la periferia de la ciudad. Varias de ellas son consideradas peligrosas.
Varios miles de muchachos deambulan diariamente en las empobrecidas regiones de Cancún. Sin acceso a la educación formal, ni a actividades deportivas, culturales o artísticas y con un natural espíritu de supervivencia, encuentran en las pandillas satisfactores que no reciben en sus hogares ni en las políticas gubernamentales.
Sin otras opciones, lo que hallan es el inicio de una vida asociada a las drogas, que pululan en las calles, el dinero fácil en actividades ilegales y la violencia en varias de sus manifestaciones. El presente para ellos es incierto, pero lo peor es que el futuro no existe.
El fenómeno del crecimiento y cada vez más violento entorno de las pandillas es visto como una amenaza para la seguridad nacional en prácticamente todo el continente americano. Y si bien Cancún es un modelo como destino turístico exitoso, su calidad de polo de atracción de migrantes, la ausencia de estrategias para canalizar la energía y el tiempo de los jóvenes, se suman a otros factores para presentar una inquietante realidad, que se cierne con negros nubarrones para el futuro de esta región del estado de Quintana Roo.
“REDES, investigación para el desarrollo”, que dirige la investigadora Marisol Vanegas Pérez, realizó un estudio dirigido con precisión a este tema. Se denomina: “Programas dirigidos a jóvenes en riesgo que participan en pandillas, con el propósito de convertir a sus organizaciones o grupos identitarios en actores de la paz y evitar su vinculación e incorporación al crimen organizado”.
El diagnóstico revela la urgencia con la que debería atenderse este pendiente de la agenda de los rezagos sociales de Cancún.
Concentrados sobre todo en las zonas más empobrecidas de la ciudad, son más de tres mil jóvenes los que forman parte de alguna de las 135 pandillas identificadas en Cancún, de acuerdo con este estudio.
En un recorrido a una de las regiones citadas en el estudio por su presencia de jóvenes enlistados en las filas de alguna pandilla, encontramos un grupo de muchachos que nos recibió amablemente y nos permitió pasar una tarde noche con ellos para atestiguar cómo ven trascurrir el tiempo.
Se trata de “Los Terkos” de la 101, jóvenes de una segunda generación, pues según ellos mismos relatan, esa pandilla tiene más de 10 años en esa zona de la ciudad y muchos de sus integrantes son adultos con otras responsabilidades, que ya no merodean en las calles.
Esta agrupación tiene influencia en esa zona de la ciudad, que tuvo sus inicios en los primeros años de la década de los 90, cuando se desarrolló un programa para dotar de infraestructura urbana a predios que fueron en principio ‘invasiones’ a tierras ejidales. Siendo Mario Villanueva Madrid presidente municipal y Carlos Salinas de Gortari presidente de la República, se conformó el “Fideicomiso Solidaridad”, con aportaciones de los gobiernos federal, estatal y municipal. Entonces se construyeron guarniciones, banquetas y se introdujo una red de drenaje sanitario que por cierto resultó defectuosa. Las calles no se construyeron sino hasta hace unos pocos años, de manera que el paisaje fue dominado por una polvareda durante varios años.
Este contexto es el común denominador de una vasta área de la ciudad. De acuerdo con el estudio, esas 135 pandillas se ubican en poco más de 50 regiones, principalmente en la zona norte de la ciudad, aunque también hay presencia de grupos de jóvenes en esa circunstancia en poblaciones rurales como Alfredo V. Bonfil, e incluso en pleno centro de la ciudad. En las Supermanzanas 2, 21, 22, 23, 24, 48 y 55, que se encuentran en el llamado “primer cuadro” de Cancún, tienen presencia las pandillas conocidas como “Los Estudiantes”, “Chicos Crazy”, “Los Cuervos”, “Los Farios” y “Los Snoopy”. Sus membresías, de acuerdo con el documento citado, van de entre 10 y hasta 30 muchachos de entre 16 y hasta 22 años, que son los rangos de edad más frecuentes en esas agrupaciones callejeras.
Los grupos del crimen organizado ven en estos jóvenes a potenciales aliados, y en alguna ocasión los han utilizado para cometer crímenes de alto impacto a cambio de unos cuantos pesos. Así las cosas, no es impensable esperar que en cualquier momento se realice otro atentado. Otra ejecución. Si hay diferendos entre personas que son capaces de pagar `dos mil pesos´ por mandar matar a alguien, hay en contraparte un ejército de jóvenes dispuestos a hacer `el trabajo´.