Cada vez que se registran hechos de alto impacto como los más recientes resurge la idea de salvar la ciudad desde sus cimientos, concebidos para brindar oportunidades y cobijo a quienes dejan sus lugares de origen, que se cuentan por millones a lo largo de su corta historia.
Para miles ha sido la tierra prometida. Y sigue siendo para otros tantos, que llevan décadas ganándose la vida aquí, o apenas llegan con sacos de esperanza porque en su estado o país no hallaron soluciones. Y la realidad local suele espetarles lo desconocido u ocultado como aquello de las noches sangrientas de la última semana.
Aun con todo lo malo que ello implica, es “hogar, dulce hogar”: porque las circunstancias trágicas de la violencia criminal no se sobreponen a las bellezas naturales, al éxito turístico de la marca Cancún, a las fuentes de empleo que se multiplican o a las recuperaciones históricas (orgullo puro) tras los embates de los huracanes más poderosos como “Gilberto” (1988) y “Wilma” (2005).
Autoridades de los tres niveles han insistido en esta última idea. También pioneros, fundadores, promotores turísticos y la mayoría de los que entienden la misión original: hacer de esta una tierra de oportunidades sin tragedia.
Pero nunca es tarde para identificar, admitir y corregir; menos en marcos conmemorativos como el mencionado, que ponen la hoja de ruta sobre la mesa, y menos aún en el contexto del proceso electoral, cuando los competidores –y sus promotores– se atreven a aparentes presentar panaceas definitivas. No es así cómo se afrontan las problemáticas enraizadas.
Paradójicamente, el ejemplo lo puso el presidente municipal Remberto Estrada con su ya famosa frase: “Las condiciones no están dadas para que yo participe”. Porque en el fondo hizo referencia elocuente a la violencia como asunto prioritario para atender. Lo explicó así: “No puedo gobernar y hacer proselitismo. Opto por la primera porque fue y sigue siendo mi compromiso”.
Vuelvo al punto con eso: ¿Y si cada quien asumiera su responsabilidad y postergara sus ambiciones particulares? En Cancún hace falta más sentido común.