Trump, el neoliberal que destruyó el neoliberalismo
Por Samuel Cervera.
Donald Trump proyecta un enorme deseo de ser único e inigualable. Parece que lo ha logrado, pero quizá no por las razones que él afirma.
El mayor sueño del neoliberalismo era que los empresarios gobernaran directamente todos los países del mundo y desaparecieran a los «gobiernicolas», como diría el dueño de TV Azteca, Salinas Pliego, uno de los máximos exponentes del neoliberalismo mexicano. Finalmente, a la presidencia de Estados Unidos —el principal impulsor de la economía neoliberal— llega un empresario con todas las características de ese modelo: ambicioso, agresivo, negociador implacable y experto publicista de sí mismo. Si hubiera sido un personaje de una película, no podría haber sido mejor.
Sin embargo, lo que nadie esperaba en el guion era que, una vez en el poder, este empresario hipercapitalista, blanco, racista y conservador, no solo socavara el sistema neoliberal en su país, sino que también contribuyera a su debilitamiento a nivel mundial. Una contradicción inesperada.
¿Qué está haciendo Trump?
Está desmantelando las premisas sagradas del neoliberalismo:
Libertad de comercio. Nada angustiaba más a los economistas que la imposición de aranceles a los productos; el comercio debía autorregularse, repitieron durante décadas. Era imperativo eliminar todas las barreras aduaneras y arancelarias. Pero Trump las ha reinstaurado de golpe y más altas que antes.
Comercio mundial. Según la lógica neoliberal, cada país debía especializarse en lo que produjera más barato y dejar el resto a otros mercados. Un principio intocable para los teóricos de la Universidad de Chicago. Pero Trump declaró que el peor acuerdo comercial en la historia de su nación fue el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), seguido de todos los demás. Según su visión, cada país debe fortalecer su propia industria y comerciar solo lo que considere conveniente. Adiós a décadas de globalización.
El tamaño del gobierno. Los neoliberales sostenían que los gobiernos debían ser mínimos, limitarse a garantizar el libre mercado y permitir el enriquecimiento de unos pocos. Sin embargo, con Trump regresa el «gobierno grande», que dirige la economía nacional. En su discurso, el mundo entero se aprovechó del «pobre» Estados Unidos y del sistema que ellos mismos impusieron globalmente. Una contradicción total.
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La gran paradoja
El mayor sueño del neoliberalismo se ha convertido en su peor pesadilla. De un plumazo, desaparecen más de cuarenta años de la primera gran corriente económica y política mundial, creada con la promesa de generar libertad y riqueza para todos. Paradójicamente, quien destruye este sistema es uno de sus principales beneficiarios, por una razón evidente: no funciona.
En este sentido, Trump sí está haciendo historia. Si en el pasado fueron los políticos (Reagan, Thatcher) quienes impulsaron la glorificación del mercado y la cultura empresarial en la vida pública, ahora es un empresario quien reivindica la importancia de la regulación estatal y de la política internacional. Estas no son simples contradicciones, sino las paradojas inherentes al capitalismo.
Lo que no ha cambiado es la agresión imperialista: la imposición de la voluntad estadounidense sobre el resto del mundo. En este sentido, la posguerra fría aún no ha terminado.