Por Antonio Callejo
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Por unos 50 pesos cubanos `convertibles´ (CUC), algo así como 700 pesos mexicanos, es posible comprar en el `mercado negro´ en las calles de La Habana vieja, una caja con 25 habanos de casi cualquier marca comercial. A pesar del aspecto más tosco y de los acabados irregulares de cada vitola, en contraste con las que se venden en las tiendas del Estado, contienen un buen tabaco cultivado en la región de Vuelta Abajo y son también altamente apreciadas.
Esa misma caja tiene un valor de reventa de hasta dos mil pesos aquí en Cancún, y hay compradores en Tijuana que pagan hasta cinco mil pesos. Si la caja cruza a Estados Unidos, un `High Roller´, o sea, un apostador de gran nivel, pagará por ella hasta mil dólares si la compra en Las Vegas. Sobre todo, si asiste al marco del exclusivo festival del `Big Smoke´, que reúne cada año a estrellas de Hollywood y acaudalados empresarios aficionados al puro, pero sobre todo a los tabacos de origen cubano, clandestinos en el país más poderoso del mundo durante más de 50 años, justo hasta la semana pasada.
Esta posibilidad y gracias a la cercanía entre La Habana y Cancún, algunos `empresarios´ independientes, encontraron y explotaron durante años un nicho de mercado mucho más provechoso que el tráfico de drogas, y no sobra decir que con menos riesgos y mucho más `elegante´, por decirlo de alguna forma.
El Departamento del Tesoro de Estados Unidos divulgó a primera hora del jueves pasado, los reglamentos que alivian las restricciones que limitaban los viajes de los norteamericanos y prohibían intercambios de bienes y capital con Cuba.
El embargo que impuso Estados Unidos hace más de 50 años a la isla, convirtió a los puros cubanos en mercancías ilegales en ese país. Nunca dejaron de venderse allá, pero su calidad inigualable y su capacidad de `encantar´ a los poderosos, disparó su precio al cielo y generó una especie de club de epicúreos, buscadores incansables del objeto de sus deseos. Y el humo de sus piras, como el anillo de sus marcas, se convirtieron también en sellos de clase.
Cancún fue durante todo este tiempo un centro neurálgico de operaciones para personas que se aventuraron a pasar algunos puros para consumo personal o para pequeñas ventas al menudeo, pero también de verdaderos capos del tráfico de esta apreciada mercancía.
Hace algunos años, unos diez al menos, charlé con uno de ellos, luego de haber publicado un reportaje en la extinta revista Sur Proceso, sobre el tráfico de puros cubanos desde Cuba y hacia Estados Unidos, usando la conexión intermedia con Cancún y Mérida. El reportaje tenía como fuente principal un documento expedido por la Casa del Habano de Cuba, cuyo contenido era un `informe especial´ con la lista negra de tabaquerías que vendían puros falsificados en Cancún y la Riviera Maya. Se trataba de más de 60 establecimientos, muchos de ellos incluso dentro de hoteles de grandes cadenas turísticas.
Fue realizado a petición de un empresario de origen veracruzano, quien decidió abrir en Cancún, en Plaza Flamingos, la primera tienda Casa del Habano, una franquicia de la tienda oficial, propiedad del Estado Cubano. Sobra decir que el empresario vio frustrado su intento.
Recibí la llamada de un curioso personaje, regiomontano por cierto, que me invitaba a tomar un café y a charlar sobre puros. Me dijo que leyó mi reportaje y quería darme algunos datos. La curiosidad periodística me llevó al encuentro. Espigado, sesentón, de bigote al estilo Clark Gable, me advirtió que si quería publicar algo, tenía que omitir su nombre. Estaba por abrir un restaurante, precisamente con el ahorro que le permitió el negocio que me describió.
El viajaba al menos dos veces al mes a Cuba, donde compraba hasta 40 cajas de puros, preferentemente `Cohiba Espléndidos´, la marca y formato que se hizo especialmente para Fidel Castro, y los cuales lucía en cada acto público o privado, durante el largo rato que mantuvo ese hábito.
Me explicó que sacarlos de la isla era relativamente fácil, luego de haber sondeado todos los defectos del sistema de aduanas de ese país caribeño. Cuando le abrían la maleta para confirmar lo que observaron los rayos X, el abría un poco el puño y dejaba ver un rollo de dólares. No menos de dos mil. El asunto terminaba en un apretón de manos y la despedida cordial del agente aduanal.
Hasta allí todo era pan comido, decía. El problema y los riesgos empezaban al llegar a Cancún. Allí todo era sincronía y velocidad, principalmente.
“Me tenía que bajar rápidamente del avión, para trasladarme a la siguiente sala de abordar para viajar a Mérida”. La maleta con los puros se quedaba en la aeronave, luego de haber acordado un trato similar al de la aduana con los triupulantes. Así, el `hombre de negocios´ seguía su camino hacia la vecina `Ciudad Blanca´, donde ya no tenía que hacer prácticamente nada, sino esperar a que le llevaran su maleta a un sitio acordado, fuera de los filtros del aeropuerto yucateco. El siguiente paso era enviar la mercancía a Tijuana por paquetería. Allí casi nunca había problemas para recibirla, salvo en una ocasión que me relató más o menos así:
“Cuando llegué a la empresa de paquetería, me señalaron mi carga y noté que estaba abierta. Se veían las cajas de puros. El empleado me dijo que tenía que mostrarle el pedimento aduanal de importación… tuve que actuar rápidamente, con cabeza fría y aplomo, porque si se te notan los nervios o tan sólo una gota de sudor y acabas en la cárcel…
“Le dije que levantara un acta pues había olvidado el documento… En una semana lo traigo. O, si prefiere, aquí le doy `una mileta´ (por mil dólares), y arreglamos el asunto. Me dijo: que sea la `mileta´ y dos cajas de puros. Le di la mano y me fui con mi cargamento”.
Mi interlocutor me explicó que desde hacía tiempo tenía un contacto en un casino de Las Vegas, que le pagaba mil dólares por cada caja de puros. Para llevarlos allá, contrataba a jóvenes empleados, “con un perfil de trabajadores, vestidos con trajes baratos y zapatos boleados”, que los pasaban sin problema caminando. Ya en Estados Unidos abordaba un camión de pasajeros `Greyhound´, que lo llevaba desde San Diego directo a Las Vegas.
En el casino, las cajas de puros se colocaban en las habitaciones de los llamados `High Roller´s´, como un regalo. “¡Ni siquiera eran para vender!”, me dijo con una sonrisa de oreja a oreja. Esta operación multiplicada por dos y hasta tres veces al mes, le dejaron un rendimiento efectivo que le permitió abrir su restaurante y comprar una casa generosa en Monterrey.
Con el nuevo trato entre Estados Unidos y Cuba, se extinguió de tajo esta mafia. Pero sólo es un botón de muestra del mercado negro que generan los muros, sean físicos o comerciales. Sabemos de otras mafias, como la del tráfico de personas, que a veces dejan muertos en medio del mar o en las calles, en medio de balaceras.
También es cierto que algo tendrá que cambiarle el sabor a un puro que costaba menos de un dólar en Cuba, pero que se pagaba en poco más de 50 dólares por unidad en Estados Unidos. Una mafia menos, le quita el aroma a glamour los antes inalcanzables puros cubanos. Así es la democracia. (@Antoniocallejo)