EN ÓRBITA
Es inmensa la riqueza en la zona costera de Quintana Roo: selvas medianas, bajas y enanas, manglares, palmares y arrecifes coralinos, entre otros ecosistemas, forman parte de un tesoro cuyo valor ecológico, social y económico es incalculable debido a los importantes bienes y servicios que representan.
Esa misma riqueza ha permitido al Estado potenciar al turismo como la principal palanca del desarrollo, dependiendo directamente de la calidad ambiental, de los recursos naturales y del patrimonio sociocultural de su costa, lo cual a su vez implica un tremendo reto por el cuidado que debe darse a estos atributos.
La limitada planeación del desarrollo urbano-turístico en algunas secciones de la costa y el impacto de fenómenos naturales, como los hidrometeorológicos, además de los procesos globales como el cambio climático, están generando un retroceso sostenido en dicha franja, los cuales están afectado en forma severa la estructura y la función de los ecosistemas, dañando inevitablemente a la infraestructura turística, sustentada en multimillonarias inversiones.
Este proceso es notorio y más perjudicial en el norte del Estado, donde se construyen recintos de hospedaje, fraccionamientos y plazas comerciales no muy lejos de la costa; más que en el sur, donde aún se puede actuar para prevenir este problema. En Mahahual, por ejemplo, deben pensar seriamente en esta realidad, sobre todo porque ya saben de reconstrucción, tras la devastación del Huracán Dean en 2007.
A fin de cuentas, no solo se trata de la devastación, sino de inversiones, de empleos, de voluntad, de rescate. Dos ejemplos: el gobierno federal invirtió 71 millones de dólares para la recuperación de playas de la zona turística de Cancún (10.5 kilómetros de playas entre Punta Cancún y Punta Nizuc), y de Playa del Carmen (4.2 kilómetros) en el 2010.
En tanto, la reconstrucción de la infraestructura turística afectada por el Huracán Wilma en el 2005 tuvo un costo de mil 788 millones de dólares, y apenas se percibe el renacer de algunas especies casi perdidas en su totalidad. Fueron años de negociaciones, no exentas de fricciones entre los niveles de gobierno, de apuros financieros, ni de dudas o retrasos en la ejecución de planes.
Debe insistirse que esta situación no es exclusiva de Cancún, Riviera Maya o Costa Maya, pues el futuro de Tulum, Isla Mujeres, Cozumel y Holbox también puede quedar comprometido en el corto plazo si los embates de la erosión no se atienden en forma integral.
Desde el punto de vista técnico-científico, en los últimos 11 años se ha podido un retroceso promedio en la línea de costa de 3.64 metros por año, de acuerdo con David Zárate Lomelí, maestro en Ciencias y director general de Gestión, Política y Planificación Ambiental, empresa que ofrece soluciones ambientales a problemas estratégicos, como este.
Según el maestro Zárate, toda la costa del Estado podría sufrir corrimiento de zona federal marítimo terrestre; pérdida de propiedad privada; afectaciones a la infraestructura turística; pérdida de playa, dunas, manglar y selvas; afectación al destino turístico por la pérdida de calidad ambiental de los ecosistemas y del paisaje costero, así como afectaciones económicas a proyectos por pérdida de hospedaje, inversiones futuras y competitividad de los destinos turísticos.
En fin, las experiencias de la recuperación de playas de Cancún y Playa del Carmen son ejemplos de actuaciones parciales y que no han atendido la problemática en forma integral, con una visión de largo plazo, para asegurar tanto la sustentabilidad como la competitividad del sector y de todos sus destinos.
La zona costera de Quintana Roo, sus ecosistemas y sus recursos son un bien común que no puede comprometerse por un aprovechamiento de corto plazo. Esto obliga a que todos los actores involucrados en el desarrollo trabajen con responsabilidad y buscando un beneficio que trascienda su encargo político administrativo.