EN ÓRBITA Marcelo Salinas
@msalinas21
Son tiempos electorales, por lo que el clima político se impone a la inseguridad o la violencia, en constante debate por sus efectos principalmente en el turismo, motor del progreso en Quintana Roo.
No es extraño, debido a los múltiples factores de análisis, sobre todo porque se prevé una elección competitiva el próximo 1 de julio. Los actores de la alternancia consumada el 2016 serán evaluados por los electores, ya no por los opinadores de diversas trincheras, y es lo que cuenta al fin. Ese ambiente de intereses en juego, pues, es la razón del tema en boga.
Pero más allá de los competidores o de la revancha de algunos y de la consolidación de otros, se pierde de vista el rol del ciudadano en un proceso que, inevitablemente y quizá como nunca, modificará su vida. Es decir, el votante debiera ser el “objetivo” y no los candidatos.
En la agenda prevalecen los casos de Vergara, “Chanito” o Mara. Igual la decisión de Cristina Torres al solicitar licencia y no así de otros presidentes con las mismas aspiraciones. O el supuesto fracaso de la coalición PRI-Verde por desbandadas de militantes. Entre otros temas tan interesantes como polémicos.
Restarles importancia sería igual de equivocado. Son vitales para el derrotero y acaparan la atención por obvias razones. Pero nos olvidamos de lo trascendente: la participación social, el ánimo del “mercado objetivo”, o inclusive, de la calidad de los “independientes”, que ni son ni parecen estar.
Ilógico ignorar esto último, ya que es un logro desaprovechado. Basta saber que grupos minoritarios impulsan ahora a aspirantes con intereses específicos (muchos ligados a fuerzas políticas), para tratar de convencer a una mayoría; y no al revés, como sería ideal. ¿Imaginan a un candidato aupado por el fervor popular? Era el propósito original.
En su columna de ayer en El Universal, Carlos Loret de Mola planteó: “Las civilizaciones avanzadas descubrieron hace tiempo que la ciudadanía empoderada es la que puede lograr eso (el desarrollo y la solución de problemáticas), incluso si los gobiernos le ponen obstáculos”.
El ejemplo de un votante poderoso lo vivimos aquí en 2016, cuando contra todo pronóstico y análisis fue en la casilla donde se determinó el futuro del estado y no en oficinas de gobierno ni de partidos.
Podrán justificar que la precampaña, como acto interno, limita explayarse puertas afuera, o prometer que la campaña será “ciudadana”; sin embargo, se aprecia ya a protagonistas con demasiadas ataduras, mientras tanto se asoman las artimañas llamadas “voto en blanco”, “voto nulo” o abstencionismo, promovidas paradójicamente por los mismos ciudadanos.