#Columna CORRE LA VOZ
Por: Jorge Castro Noriega
“No existe cirugía plástica para la dignidad ni liposucción que elimine la vergüenza. No hay bótox que esconda la deshonra ni marca de ropa que cubra el descaro. No hay doctorados o títulos que concedan honorabilidad cuando ésta no es demostrada. Al final, no hay cuenta en el banco suficientemente grande que suplante la transparencia de la mirada y la honestidad de las palabras”.
Samuel Pérez-Attías
Tomamos prestadas estas palabras del columnista e ideólogo guatemalteco, autor de la muy aguda columna Panorama 30 que publica en el periódico Prensa Libre de aquel país, para ilustrar el tema que marcó la agenda política de los medios locales esta semana: la paridad de género en los cargos públicos, la competencia o falta de ésta de las mujeres para ejercerlos y cómo ellas en el poder pueden ser tanto o más proclives a los abusos y a la corrupción que los hombres.
Viene el tema a colación por la noticia que circuló ayer en las redes sociales, donde gracias a una filtración de documentos entre una compañía aseguradora y el Congreso del estado, se reveló que la diputada panista Trinidad García Argüelles, una de las que se opusieron férreamente a la aprobación de la Ley Electoral de Quintana Roo por considerar inequitativa la paridad para los cargos de elección popular el próximo año, habría incurrido en un presunto acto fraudulento al pretender cargarle al seguro médico de la Cámara una operación estética de sus senos.
Si bien lo desmintió ayer mismo por medio de una carta abierta –no muy convincente– a la opinión pública, el hecho no sólo exhibió públicamente a la legisladora, que fue también presidenta municipal de Lázaro Cárdenas y arrastra el antecedente de haber terminado su administración bajo severas acusaciones de corrupción y tráfico de influencias, sino que sacó a relucir una vez más la pregunta que muchos se hicieron a raíz del polémico punto en la Ley Electoral: ¿Están verdaderamente preparadas las mujeres para gobernar, para ocupar y ejercer cargos de poder?
A la cual nosotros le agregamos otras: ¿Los malos gobiernos se acabarán en verdad con más o menos mujeres en los puestos de mando? ¿Serán inmunes ellas o tendrán el antídoto para curar el cáncer de la corrupción que aqueja a nuestro sistema político? ¿Es realmente justo un reparto de posiciones como cuota política en base al sexo de los aspirantes, y no por méritos, talentos y capacidades?
Porque el mal principal del pueblo mexicano es la irremediable ambición de dinero, de hacer negocios, de comprar propiedades, de costearse vidas de lujos y ostentación, que se apodera de inmediato de sus gobernantes tan pronto los eligen y toman el mando. Pero, visto está, esta proclividad no es sintomática nada más en el sexo masculino, pues ejemplos de sobra tenemos de que las mujeres también saben, ya aprendieron muy bien, para qué es el poder.
¿O no Trini?
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