La monogamia sigue siendo más un ideal que una realidad.
Incluso en las sociedades aparentemente monógamas, la infidelidad es común.
Y lo mismo puede decirse de los animales monógamos.
Hay algunos pocos que se mantienen fieles, pero las razones están muy lejos de ser románticas.
Entender por qué la monogamia a veces funciona para los animales y por qué fracasa con tanta frecuencia puede decirnos cosas acerca de nuestras propias relaciones.
También te puede interesar: Mueren de hambre animales en zoológicos de Gaza, por crisis
Así que deja a un lado tus ideales románticos y entra a un mundo de amorosos gusanos parásitos, pájaros adúlteros y monos sinvergüenzas.
Razones de razones
En la naturaleza la reproducción lo es todo.
En el fondo, el objetivo de todas las criaturas es pasarle sus genes a su descendencia.
La monogamia es una de muchas estrategias.
Pero hay dos presiones que llevan a los animales a aparearse con más libertad.
La primera es que la variedad genética es buena. Una hembra que se aparea con diferentes machos tendrá hijos más diversos genéticamente, elevando la probabilidad de que al menos algunos de ellos prosperarán.
En segundo lugar, como apuntara el genetista inglés Angus John Bateman, hay una diferencia fundamental entre machos y hembras en materia de células sexuales. En pocas palabras, el esperma es más «barato» de producir que los huevos o los óvulos.
Esto significa que un macho típico tiene suficiente esperma a su disposición para fecundar a innumerables hembras, mientras que hay un punto en el que las hembras dejarán de producir más descendencia si se aparean con más machos.
Cuando esos factores se combinan, los dos sexos tienen incentivos para encontrar múltiples parejas. Como resultado, la monogamia sólo tiene sentido bajo circunstancias muy específicas, muchas de las cuales nos pueden resultar curiosamente familiares.
La primera es simplemente la proximidad.
Si los miembros de una especie viven separados por grandes distancias, tenderán a tener una actitud de «ama a aquel con el que estás». Formarán pareja con el primer candidato que puedan encontrar y se aferrarán a él.
Uno de los animales que prueba el punto es el parásito intestinal Schistosoma mansoni.
Denigrado por causar la esquistosomiasis a los humanos, estas lombrices viven una vida muy íntima: machos y hembras pasan la vida entera trabajados en un fuerte abrazo.
Cada macho tiene un «canal ginecóforo» en el que la hembra se acurruca mientras arroja cientos de huevos en el intestino de su huésped.
El sistema digestivo humano no es el mejor lugar para encontrar pareja, así quecuando un gusano se encuentra con un miembro del sexo opuesto, está más que dispuesto a dar el sí para siempre.
Buenos padres
La otra razón fundamental por la que los animales optan por la monogamia tiene que ver con la crianza de los hijos.
Si una especie habita un ambiente lleno de peligros y carente de recursos, su descendencia enfrenta un gran riesgo de morir joven.
En estas situaciones, «permanecer juntos por el bien de los niños» puede ayudar a asegurar que la progenie sobreviva hasta la adultez.
Esto fue lo que demostraron en 2010 Kyle Summer y sus colegas de la Universidad de East Carolina, en Estados Unidos. El equipo descubrió el primer anfibio monógamo: la rana venenosa imitadora.
Los investigadores lograron vincular directamente su estrategia de apareamiento al hecho de que estas ranas crían a sus renacuajos en pozos de agua minúsculos, carentes de nutrientes. Debido a estas condiciones adversas, los renacuajos requieren de la ayuda de los dos padres para obtener suficiente alimento.
Pero estos animales monógamos son la excepción.
Para muchas especies la reproducción consiste en arrojar unos pocos miles de huevos o esperma y esperar que todo salga bien, así que no podrían ser monógamas aunque quisieran.
No tan monógamos
Si queremos aprender algo de la naturaleza, quizás deberíamos estudiar a los maestros de la monogamia: los pájaros.
Se estima que el 90% de las especies de aves son monógamas. Al menos en teoría.
Las historias de amor entre las especies aladas contienen más drama que la telenovela promedio, con ingredientes de esposos celosos, parejas infieles e hijos ilegítimos.
Hay dos tipos posibles de monogamia. La «monogamia social» se refiere a un macho y una hembra que están espacialmente juntos, que se aparean y cooperan en tareas como la crianza de los hijos.
Pero esto no significa necesariamente que no anden realengos. Esa es una exclusividad que se llama «monogamia sexual», y es mucho menos frecuente.
Un observador cínico podría decir que muchas relaciones humanas no son más que un caso de monogamia social enmascarada como monogamia sexual. En este sentido tenemos mucho en común con los pájaros.
Por mucho tiempo los científicos creyeron que los lazos que exhibían las parejas de aves durante la temporada de apareamiento significaba que había una monogamia sexual.
Pero resultó que esto era una conclusión ingenua. Estudios genéticos y comportamentales han revelado un mundo de escándalo aviar lleno de azulejos infieles y cigüitas cornudas.
Estas andanzas reciben, en un delicioso eufemismo, el nombre de «copulaciones extra-pareja». Y dan cuenta de hasta el 75% de la descendencia en una población. Incluso aves conocidas por su fidelidad se inclinan hacia la traición.
Con una tasa tan alta de infidelidad uno puede preguntarse para qué se mantienen juntos los pájaros.
La respuesta es la misma que en el caso de las ranas imitadoras: responsabilidad paterna. Los pichones son bultitos indefensos de plumas y piel, y requieren de dos padres dedicados si quieren estar alimentados.
¿Y los mamíferos?
Comparados con los mamíferos, sin embargo, las aves son la epítome de la monogamia.
La razón es parcialmente psicológica. Por definición, la crianza de los hijos en el mundo de los mamíferos está dominada por las hembras, porque los alimentan directamente de sus mamas.
Esto significa que la división del trabajo que se observa en los pájaros simplemente no puede existir en la misma proporción.
Sin embargo, entre el 3 y el 5% de las especies de mamíferos practican la monogamia social, desde los murciélagos hasta los lobos.
Estos mamíferos maritales limitan el número de parejas con las que se juntan por diferentes razones.
Por ejemplo, los castores tienen que mantener sus diques al tiempo que cuidan de los hijos, así que se benefician enormemente del trabajo en equipo.
En cambio, el pequeño dicdic (o madoqua, una especie de antílope pequeño) no comparte el trabajo de crianza, pero aun así se mantiene dentro de relaciones exclusivas.
Pero la explicación de esto es menos adorable.
En un ambicioso estudio publicado en 2013, Tim Clutton-Brock y Dieter Lukas de la Universidad de Cambridge analizaron más de 2.500 especies de mamíferos, incluido el dicdic.
Su conclusión fue que los machos solo aceptan la monogamia si no pueden dominar a las hembras de la especie.
Si las hembras están muy dispersas, como en el caso de los dicdics -o el Schistosoma –, los machos harán una transición evolutiva de solteros empedernidos a esposos dedicados. Esto los ayuda a asegurar el éxito con al menos una integrante del sexo opuesto.
Hay otro grupo de mamíferos en el cual la monogamia social es más común.
Cerca del 27% de los primates -el grupo que incluye a los monos, los gorilas y los humanos- practica la monogamia social.
Para averiguar por qué, un equipo liderado por Kit Opie, del University College de Londres, estudió todas las especies de primates, y encontró que cada una tiene un sistema diferente de apareamiento.
Los investigadores mapearon estas conductas en un árbol evolutivo, para determinar su origen en el curso de la evolución. Los resultados son muy impresionantes.
El compartir las responsabilidades de crianza y una mayor disponibilidad de miembros femeninos de la especie se correlacionaron fuertemente con la monogamia.
Pero un factor pareció preceder a la evolución del comportamiento de pareja: el infanticidio por parte de los machos.
Es muy común entre algunas especies que los machos maten a las crías que no les pertenecen. Esta estrategia puede parecernos odiosa, pero elimina los hijos de los machos rivales y prepara a las hembras para una nueva ronda de apareamiento.
Piensa por un momento en la posición del macho cuyas crías no han crecido todavía. Estos pueden formar pareja con las hembras, si con ello evitan la muerte de su descendencia.
«Nuestros análisis muestran claramente que el infanticidio es lo que impulsa la monogamia entre los primates», asegura Opie.
El especialista sugiere que el riesgo de infanticidio puede estar en la base de nuestra inclinación a formar parejas estables. Es posible que sea cierto, pero claramente no ha llegado tan lejos como pudiera, pues los humanos somos cualquier cosa menos estrictamente monógamos.
Hay muchas sociedades en las que la monogamia no es la norma: algunos estiman que la cifra es de hasta el 83%.
Esto indica que el valor que le damos a la monogamia es más cultural que biológico. El estado «natural» de las relaciones humanas puede ser muy diferente.
Así que, ¿qué puede decirse del deseo humano por tener relaciones que duren toda la vida?
En el mundo animal, la monogamia en el sentido estricto de exclusividad sexual es mayormente un mito.
Sin embargo, esto no nos dice nada acerca de cómo se sienten los animales involucrados respecto del otro.
Es posible que la razón última de la unión de pareja sea evitar el infanticidio, pero también es posible que los animales implicados no estén pensando en eso.
Hasta donde sabemos, experimentan una emoción parecida al amor si tienen algún nivel de conciencia.
Quizás también sea cierto que los humanos no somos naturalmente monógamos. Pero si hay algo que nos hace humanos es que tratamos de actuar contra nuestros instintos cuando nos parece que es buena idea.
Hay muchas razones por las que vale la pena la monogamia.
Simplemente porque los lazos que estimas tanto no sean más que el producto de un proceso evolutivo desprovisto de sentimientos, eso no significa que sean menos reales.
Fuente: BBC