Ningún grito viene gratis ni se profiere sin causa. En general es motivo del hartazgo, la última advertencia de la rebelión o la expresión definitiva de algo que ya no puede encerrarse en el espíritu. Así terminan las grandes tormentas o se invoca la calma requerida. No es por ello extraño que nuestra Independencia se anunciara con un grito. Antes de él, juntas, conjuras y conspiraciones fueron y vinieron.
La más importante de ellas -recuerde la clase de segundo de primaria- fue la de Querétaro. Y es que a ella asistían los líderes de la insurrección: Miguel de Hidalgo y Costilla, Ignacio Allende, Ignacio Aldama, Juan Aldama, Mariano Abasolo y Mariano Jiménez.
Todos, símbolos de la Independencia, es decir, los héroes que nos dieron patria. Una mujer destacó en el movimiento: la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez. Fue ella la instigadora de las reuniones de la casa número 14 de la calle del Descanso y de la casa número 4 de la calle de la Cerbatana, y aun de las reuniones que se improvisaban en el comedor y en la sala de su propia casa, aduciendo pretendidas reuniones literarias.
Si no hubiera sido por ella, y por su aviso de que los planes habían sido descubiertos, la leyenda de Miguel Hidalgo profiriendo el grito libertario no se hubiera coronado aquella madrugada de septiembre de 1810. Y, dicho sea de paso, tampoco nos hubiéramos dedicado a repetir ritual y festivamente tal escena, año tras año, vestidos de verde, blanco y colorado, sostenidos de un tequila y esperando la nogada para nuestros chiles.
Cuentan historiadores y cronistas, sin embargo, que la celebración de aquella noche de 1810 no se hizo oficial sino hasta dos años después. Cuenta Carlos Herrejón Peredo en su libro La Independencia según Ignacio Rayón que el secretario de Ignacio López Rayón, Ignacio Oyarzábal, llevaba un diario de operaciones que comprendía desde el 1 de agosto de 1812 hasta septiembre de 1814. Hidalgo ya había muerto y el general Rayón con sus insurgentes se encontraban en Huichapan.
Desde allí conmemoraron por primera vez el inicio de la Independencia. El relato, fechado en septiembre de 1812, comienza un par de días de antes de tan importante fecha, termina algunos días después y dice así:
“Día 13 [de septiembre de 1812].- En este día llegó Su Excelencia [Ignacio López Rayón] a Huichapa, concurriendo en su ingreso un gentío numeroso; y tanto la tropa como el vecindario de esta población benemérita, que constante en los principios de patriotismo y honor, han querido más bien ser sacrificados, que doblar cobardemente la cerviz al infame yugo del déspota, han demostrado las virtudes que caracterizan a un pueblo amante hasta el extremo de sus legítimas autoridades y altamente poseído del amor más respetuoso hacia la digna persona de Su Excelencia, quien ha recibido con sumo interés estas pruebas realzadas de subordinación y fidelidad.
Día 16.- Con un descargue de artillería y vuelta general de esquilas comenzó a solemnizarse en la alba de este día el glorioso recuerdo del grito de libertad dado hace dos años en la congregación de Dolores, por los ilustres héroes y señores serenísimos Hidalgo y Allende, habiéndose anunciado por bando la víspera para que se iluminasen y colgasen todas las calles. Asistió Su Excelencia [Ignacio López Rayón] con el lucido acompañamiento de su escolta, oficialidad y tropa a la misa de gracias, en que predicó el señor doctor brigadier don Francisco Guerrero, y al tiempo de ella hizo salva la artillería y la compañía de granaderos de Huichapa; a las doce, en la serenata, compitiendo entre sí las dos músicas, desempeñaron varias piezas selectas con gusto de Su Excelencia [Ignacio López Rayón] y satisfacción de todo público.
Día 27.- Acercándose la solemnidad de San Miguel, día consagrado a la tierna memoria del serenísimo señor Hidalgo, se publicó bando para que con las demostraciones acostumbradas celebre el vecindario la gloria del primer jefe de nuestra libertad.”
Los días de la ceremonia del Grito siguieron celebrándose ininterrumpidamente desde aquel momento hasta ahora. Sin importar si el mandatario era liberal, conservador, republicano o monárquico. Incluso Maximiliano de Habsburgo, emperador ajeno de infausto recuerdo, también hubo de gritar y celebrar.
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Manuel Rivera Cambas nos lo cuenta todo en su libro Historia de la intervención europea y norte-americana en México y del imperio de Maximiliano de Habsburgo, y así sabemos cómo celebró la fiesta de una patria extraña.
“A las siete de la mañana del quince de septiembre salió Maximiliano de San Miguel Allende para Dolores Hidalgo. Media hora después encontraron a los indígenas de Cieneguita con su música: Maximiliano iba a caballo disfrutando de la belleza del paisaje; almorzó en la hacienda de la Erre, y a las dos de la tarde llegó a Dolores Hidalgo, en cuya garita le esperaban los vecinos con una carretela abierta para que hiciera su entrada, que se verificó en medio de los repiques y los vivas. Se alojó en la casa de Abasolo y concurrió a la comida, entre otras personas, un nieto de este patriota. Conforme al programa acordado con Maximiliano, se le presentaron a las diez y media de esa noche las autoridades con cirios y música, para acompañarle a la casa de Hidalgo, que examinó el emperador detenidamente, e informándose del destino que tuvo cada pieza, pasó a la que había servido de gabinete al héroe, en la cual se conservaban aún algunos de sus muebles. En punto de las once, colocado Maximiliano en la ventana de esta pieza, leyó con voz fuerte un discurso, escuchado por las autoridades, tropa mexicana y francesa, y el numeroso pueblo que llenaba la calle; al concluir y cuando vitoreó la Independencia, un grito unánime respondió a sus palabras, haciéndole eco los repiques, las dianas y las salvas de artillería. Maximiliano dio un paseo alrededor de la casa y en seguida se dirigió a su domicilio, renovándose los vivas, aplausos y dianas al presentarse en el balcón.”
Cuentan que el discurso que pronunció Maximiliano tuvo imágenes seductoras de las que tanto gustaba el príncipe cuando se sentía poeta, relacionando las revueltas intestinas con la intervención armada, recordando con tintes insólitos a los generales insurgentes y produciendo un efecto prodigioso sobre la multitud que lo escucha y que se fue a dormir todavía aplaudiendo. Y que, al día siguiente, Maximiliano dispuso que se le presentara el libro que Juárez había mandado depositar para que inscribiesen sus nombres los que visitaran aquel edificio y, tocado por el entusiasmo que él mismo había suscitado, escribió arriba de su firma un párrafo del discurso que había pronunciado la víspera: “un pueblo que no tiene más que una sola voluntad es invencible”.
No lo sabía pero estaba escribiendo, también como si fuera un grito, el último renglón de la Independencia de México de los invasores extranjeros.
Sirvan como datos curiosos los anteriores episodios. Pero la historia de los gritos no termina aquí. Y los de septiembre tampoco. Usted lo sabe.
Fuente: El economista