James Gunn, exdirector de parodias baratas de la productora Troma y oficiante de las tres películas de ‘Guardianes de la Galaxia’ para Marvel, ha intentado otorgarle otra dimensión a Superman, el superhéroe más popular junto a Batman de la casa rival, DC. A diferencia de los filmes sobre el hombre murciélago -bien porque los acometan autores de peso como Tim Burton y Christopher Nolan, bien por las características más misteriosas, sombrías e interesantes del justiciero de Gotham City-, las películas en torno a Superman siempre han tenido algo de indefinido entre la parodia y el lado oscuro, y nunca han acabado de funcionar del todo. Umberto Eco decía en su estudio sobre la cultura de masas que Superman carece de desarrollo, ya que es un héroe sin adversario y un personaje inmortal. Nunca tendrá la épica dramática de la que tanto se han beneficiado Batman, Spider-man, Iron Man o los mutantes X.
Así que Gunn lo intenta llevar a ras de tierra, hacerlo más vulnerable: se pasa el metraje recibiendo palizas, le queman los ojos, le quitan los poderes y está a punto de morir un par de veces, por asfixia o porque tiene la mitad de los huesos rotos.
También le otorga un mayor sentido del humor a la historia en general, va al grano en todo –al empezar el filme, Superman ya es Clark Kent, está perfectamente integrado en el mundo terrestre y mantiene relaciones con Lois Lane, quien conoce su doble identidad– y ofrece a su manera una lectura política en paralelo: la invasión de un país ficticio por parte de otro que diseña el villano Lex Luthor por estrategias de poder económico y la propia personalidad de Luthor nos acercan a Donald Trump, Vladímir Putin y el conflicto entre Rusia y Ucrania.