Conviene distinguir el malestar emocional producido por una circunstancia estresante, aguda o crónica, del trauma psicológico generado por un suceso traumático. En el primer caso, se habla de un problema adaptativo que tiene como causa adversidades frecuentes en la vida cotidiana, como dificultades de adaptación laboral, duelo reciente, rupturas no deseadas de pareja o conflictos familiares crónicos. En estos supuestos, las personas pueden mostrar ansiedad, tristeza o irritabilidad, cambiar su conducta, tener dificultades para dormir o arrastrar un cansancio mental inhabitual que interfieren negativamente en su calidad de vida. Estos síntomas pueden ser moderadamente intensos y afectar parcialmente al funcionamiento diario, pero generalmente remiten a los pocos meses, siempre que se resuelva la situación estresante o las personas afectadas cuenten con recursos psicológicos para hacerle frente y dispongan de apoyo social o de actividades gratificantes alternativas para retomar su vida ordinaria.
Es verdad que en algunas circunstancias estos problemas adaptativos pueden complicarse. Ocurre así cuando el sujeto afectado arrastra problemas de salud mental previos, se ve obligado a asumir un acontecimiento estresante intenso y duradero, como puede ser el caso de un cuidador en exclusiva de un enfermo crónico incapacitado, o atraviesa unas circunstancias biográficas complicadas, como un divorcio problemático o una situación económica con estrecheces.
Por el contrario, un suceso traumático es un acontecimiento vital negativo de gran intensidad que genera una amenaza grave a la integridad física o psicológica de una persona, que le produce un sufrimiento intenso y que desborda su capacidad de afrontamiento con los recursos psicológicos, familiares y sociales disponibles. Estos eventos pueden ser fortuitos, como es el caso de una catástrofe natural o de un accidente, o intencionados, como una agresión sexual, la violencia contra la pareja, el acoso escolar, un atentado terrorista, la tortura o los efectos de la guerra. Los sucesos intencionados (o los fortuitos si responden a un fallo humano o se han gestionado inadecuadamente) pueden generar en los supervivientes un trauma psicológico con mucha más frecuencia que los meramente casuales.