No era un secreto para nadie que Estados Unidos llegaba como el gran favorito a Tokio 2020. No lo decían los gustos personales de los aficionados, sino su hegemonía por una década y sus números en competencia. También sin duda, por tener en su equipo a la gimnasta más grande de todos los tiempos: Simone Biles.
Pero Rusia no se daría por vencido fácilmente. El aplazamiento de la máxima justa deportiva había jugado a su favor; ya no sería Angelina Melnikova la que cargaría sobre sus hombros a una escuadra, que si bien había permanecido entre las mejores todo el ciclo olímpico, también era reconocida por su inconsistencia.
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El Comité Olímpico Ruso llegaba a Tokio fortalecido con dos de las figuras más prometedoras de la actualidad: Viktoriia Listunova y Vladislava Urazova, quienes por su edad no habrían podido llegar a Tokio de haberse celebrado en 2020.
Las rusas dieron muestra de lo que podrían alcanzar en estos Juegos durante los clasificatorios, cuando se impusieron a una desconcertante escuadra de Estados Unidos, por primera vez en 10 años.
Pese a ello, nadie tenía idea de lo que se viviría en la final. Rusia tenía margen de mejora, pero también podía recurrir a los métodos caóticos del pasado. Mientras que Estados Unidos contaba con la grandeza de Biles y un talentoso equipo que, sin duda, podía dar mucho más de lo que había presentado en el primer día de competencia.
La jornada inició con un error nunca antes visto en Biles. Problemas en el aterrizaje de su salto, aquel que le ha valido una calificación casi perfecta en el pasado, la llevó a cuestionar si debía o no continuar en la competencia.
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La respuesta fue no. Biles se retiraba de la competición y rápidamente los medios bombardearon al mundo con la noticia, pero había mucho más que Biles en ese equipo. Había tres gimnastas que se jugaban el sueño de una vida y que morirían en la línea por conseguirlo.
Por el lado contrario, estaba una escuadra joven que aprovecharía cualquier error para seguir escalando puntos en la tabla; que estaba sedienta de triunfo y que quería regalarse historia a sí misma. Así fue.
Angelina Melnikova, Vladislava Urazova, Victoriia Listunova y Lilia Akhaimova fueron contundentes: juventud, madurez, determinación. Las rusas vencieron a una escuadra estadounidense que dio lo mejor de sí y que hizo lo que pudo con lo que tuvo, que dio una competencia digna hasta el último aterrizaje
Rusia no ganó por la salida de Biles como afirman muchos; Rusia ganó porque lo ha trabajado desde hace años, porque es uno de los equipos más talentosos en la última década. Porque ha sido certero y hoy ha sido el mejor.
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Pero Estados Unidos no perdió. Ganó la plata porque a pesar de todo, su capacidad es innegable y los números dan prueba de ello. Sunisa Lee, Grace McCallum y Jordan Chiles ganaron, porque demostraron que sí puede haber resultados aún sin su máxima exponente.
Biles ganó, porque dio un mensaje contundente con su retirada del equipo: la salud mental es prioridad, incluso sobre las medallas. Naomi Osaka hablaba de ello hace unas semanas y parece que sus palabras han permeado a otra de las más grandes deportistas de la actualidad. Ese sistema de presión y expectativas ejercido por las organizaciones, los medios de comunicación y la sociedad debe parar.
El deporte femenino ganó, porque fue testigo de un acto de valentía y retrospección. Porque cuando la mente está rota, ser la mejor del mundo por ocho años consecutivos no es suficiente; porque reconocer que le aportas más a tu equipo desde la banca que en acción, es un acto de humildad que pocos podrán aceptar.
Ganó el deporte, porque fue testigo de un derroche de sororidad por parte de un equipo que, estuvo de acuerdo con una decisión que les podía costar el oro. Porque hubo respaldo y empatía, porque en la victoria todos permanecen y en la derrota todos juzgan. Aquí no fue así.
Presenció también la consolidación de una figura como Melnikova; de una líder que quería abandonar el deporte, que pasó por lo mismo que Biles vive en este momento, pero que se reconstruyó a través del tiempo para convertirse en Campeona Olímpica.
Vio a una histórica escuadra británica, que pese a las críticas por su elección, demostró que podía lograr lo que pocos imaginaron: un bronce olímpico.
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Observó a un equipo italiano que tuvo que readaptarse en el último momento; y a su gran veterana de 30 años arriesgarlo todo para apoyar en la lucha por las medallas. A un equipo japonés que supo reponerse de la agonía, para terminar quinto con, probablemente la mejor actuación de su historia, porque no le debía nada a nadie, solo así mismo.
Así entonces, ganamos los seguidores del deporte, porque fuimos testigos de un espectáculo. Pero no solo de las principales escuadras, sino de los ocho equipos y las 32 gimnastas que conformaron esta final.
Porque estamos viviendo una de las eras más importantes y trascendentales de la gimnasia. De la lucha dentro y fuera del área de competencia y debemos sentirnos afortunados de poder presenciarla.
Fuente: Latinus