Saber cuándo retroceder también es un ejercicio de sabiduría. A veces, desde esa posición más discreta tenemos mejores perspectivas y vemos las cosas con mayor claridad y calma interna. Solo entonces, nos permitimos avanzar con mayor seguridad.
Dar un paso atrás es, en ciertos momentos, un modo de tomar mayor impulso. No obstante, cuesta verlo así porque para nosotros el tener que retroceder o simplemente quedarnos quietos mientras el mundo avanza, se interpreta casi como una forma de derrota. Se nos olvida quizá que en materia de crecimiento personal es tan importante saber cuándo dar un paso adelante como entender cuándo es mejor volver a la línea de salida.
Decía Nietzsche que cada avance se logra ejerciendo cierta resistencia contra uno mismo. Es cierto. Lo hacemos, por ejemplo, enfrentando nuestros miedos, debilitando las propias inseguridades y también derribando viejos esquemas de pensamiento para asumir otros nuevos. Sin embargo, también los pasos atrás actúan en muchos casos como auténticos propulsores para el devenir, para el propio avance.
Al fin y al cabo, la vida rara vez es una línea recta. Nuestra existencia es a menudo un lienzo en el que abundan múltiples figuras geométricas al más puro estilo de Vasili Kandiski. Hay círculos, espirales, épocas de zig-zag, momentos en los que todo discurre en línea recta e instantes en que mente, cuerpo y corazón se ven obligados a retroceder.
Y todo ello no es ni bueno ni malo forma parte de esas pinceladas que dan forma y perspectiva a lo que somos.
La importancia de saber dar un paso atrás
Tener que dar un paso atrás no es una falta de ortografía; es un ejercicio de sabiduría. Entenderlo así nos permitiría manejar mejor los errores, las decepciones y esas inflexiones del destino donde toca bajar la cabeza, recoger el orgullo e insuflarnos buenas dosis de calma y humildad. Bien es cierto que no es fácil y que cada vez que nos hemos visto obligados a retroceder, lo hemos hecho con la moral herida y los ánimos caídos.
Si lo experimentamos así se debe básicamente al modo en que nos han educado y también a todo aquello que nos hace llegar la actual sociedad, tan obsesionada por la competición, la capacidad de logro y conquista de objetivos.
Asimismo, cabe señalar que una parte de la psicología también es culpable de esta visión. Avanzar es sinónimo de sanación y éxito, resultado ineludible de quien con ánimo y motivación corona cimas sin rendirse.
Nos han hecho creer que todo lo que vale la pena conseguir está delante, solo quien da pasos hacia esa dirección es feliz y logra el triunfo. Ahora bien, lo que queda a nuestras espaldas también contiene en muchos casos todo un arcón de aprendizajes.
Una carrera exitosa no se logra nunca en una dirección ascendente. A menudo, hay que caer, retroceder y dar un paso atrás para tener mayor perspectiva y entonces, tomar conciencia de muchas cosas. Ese aprendizaje es altamente valioso.
A veces, tenemos que «auditar» el momento en que nos encontramos
En ocasiones, la vida transcurre a la velocidad de la luz. Apenas tenemos tiempo para pensar, sentir, valorar y, por qué no decirlo, «auditar» nuestras emociones y nivel de satisfacción vital. Darnos de vez en cuando un tiempo para revisar dónde estamos y cómo estamos es de primero de salud mental.
Así, en esos momentos de introspección y reflexión, podemos darnos cuenta de que es mejor dar un paso atrás. Tal vez esa relación afectiva ya no deba seguir adelante. Puede que ese proyecto que teníamos en mente ya no sea ni válido ni razonable. También puede ocurrir que nos demos cuenta de que eso a lo que estamos dedicando tanto tiempo y esfuerzos, no esté contribuyendo a nuestro progreso.
Saber parar y retroceder es en esas circunstancias un acto de valentía y también de necesidad.
No hay una ruta fácil hacia ningún lugar: dar un paso atrás es una dirección igual de válida
No dar un paso hacia delante no significa que estés retrocediendo en tu proyecto vital. En realidad, no hay un plan de ruta fácil hacia ningún destino ni ningún objetivo dispone de un atajo que nos permita llegar antes y sin sufrimiento alguno. Cada dimensión y cada meta llevan su tiempo, su altos en el camino, sus retrocesos e imprevistos.
Dar un paso atrás de vez en cuando es una dirección igual de válida. Es más, desde un punto de vista psicológico es a menudo hasta necesario. Un ejemplo, tal y como nos explican en una investigación llevada a cabo en la Universidad de Buffalo por parte del doctor Mark Seerhty, dar un paso hacia atrás nos permite ver las cosas con mayor perspectiva.
Es permitirnos un distanciamiento para ver nuestra realidad en tercera persona. Es un momento para reflexionar sobre todo lo hecho y valorar nuevas posibilidades. Permitirnos estos retrocesos y vivirlos con adecuada calma emocional, nos aporta una mayor claridad mental para atisbar nuevas opciones, aprender de lo vivido y tomar decisiones más hábiles e innovadoras.
Necesariamente, esto no significa que para alcanzar cualquier triunfo primero debamos fracasar. Esto no es una regla de tres es sencillamente, una estrategia de sabiduría. Al fin y al cabo, todos cometeremos errores, todos retrocederemos uno o dos peldaños en algún momento en el viaje de la vida. Saber hacerlo, ver esos pasos atrás como valiosas oportunidades de aprendizaje es lo que marca la diferencia.
Tengámoslo en cuenta y vivamos esos instantes sin miedo ni frustración.
Fuente: lamenteesmaravillosa.com