Desde la antigua costumbre de comer doce uvas antes de la medianoche hasta la quema de muñecos y ropa vieja, algunas tradiciones populares que aún se respetan.
Una frase popular, digna de una tarjeta de las que se enviaban durante el siglo XX, afirma que “Lo que parece ser el final, suele ser en realidad un nuevo comienzo”. Sin duda, nada mejor que asociar esto a las festividades de Año Nuevo.
Esa expectativa de superación está atada a ciertos rituales, sin los cuales –al parecer– lo que está por venir no llega nunca. Por lo tanto, no sólo hay que desear con ahínco y esperanza sino comer doce uvas, poco antes de que den las 12 de la noche. Hay versiones que ubican el origen del ritual en un lugar preciso de la costa mediterránea de España: Elche.
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Las doce uvas, como es de imaginar, se asocian con los meses del año. Cuando se las come hay que pensar en doce deseos que se irán cumpliendo mes a mes, siempre y cuando las uvas sean comidas en el horario adecuado. Es decir, la última uva debe coincidir con las campanadas del nuevo año.
En España, este festejo es muy popular, sobre todo en Madrid, donde la gente acompaña el ritmo de las campanas del reloj de la Puerta del Sol.
La tradición se ha extendido a América, pero es particularmente popular en Venezuela, Colombia y México.
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En Colombia, cuando algunos brindan otros salen a dar una vuelta a la manzana cargando una valija. Dicen que es un deseo de opulencia o de viaje, que es otra forma de riqueza. En Ecuador hacen el mismo recorrido, pero corriendo con la valija en la mano. En cambio, en Venezuela, mucha gente se para con una valija en la puerta. De todos los rituales parece ser el más razonable, aunque nadie busca razonabilidad en los rituales.
En ciertos países latinoamericanos, la ropa interior de determinado color garantiza la bienaventuranza. Más divertido es cuando se proponen verificar si realmente se cumple con el ritual. Para los colombianos, la ropa interior amarilla trae suerte. En México, ese color es para generar dinero, pero si andan faltos de amor lo mejor es la ropa colorada. En Ecuador y Perú, la ropa debe ser amarilla pero vestida al revés.
Más simbólica y contundente es la quema de muñecos. En la Argentina ese ritual pagano era muy popular en junio, durante las fiestas de San Juan, y de San Pedro y San Pablo. El fuego aparece como una forma de limpieza y purificación. A fin de año, los muñecos consumidos por las fogatas la noche del 31 representan todos los males que aquejaron a la gente a lo largo del año por terminar.
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En los alrededores de La Plata, todos los años se queman grandes muñecos fabricados con mucho esmero y creatividad, que encarnan los trastornos a superar. Abundan referencias a la realidad y hasta la cara de algún político.
En Honduras, esta ceremonia se denomina “Reventar el pichingo”, porque el muñeco repleto de petardos vuela por los aires, transformado en escamas y cenizas. A los mexicanos les encanta aprovechar para quemar sus ropas viejas y trastos.
Esta costumbre es heredada de los italianos, porque en Roma y Nápoles, a las 12 en punto de la noche, muchos lanzaban impunemente los muebles por la ventana. El ritual fue prohibido porque la magia no puede funcionar a expensas de la salud de los transeúntes.
En Uruguay tiran baldes de agua desde techos o terrazas, aunque poco tenga que ver el agua con el año nuevo. También en Ecuador, los hombres se disfrazan de viudas y piden dinero a los automovilistas, mientras bailan y recitan coplas picarescas. No bien suenan las campanadas en Pamplona, El Viso del Alcor y Nájera (España), tras beber manzanilla, salen todos disfrazados a brindar por las calles.
Lo de las doce uvas parece el ritual más modesto y efectivo, para cerrar etapas y soñar con los comienzos.
Fuente: Clarin