Podría haber pasado en cualquier ciudad de América Latina, pero ocurrió en San Salvador.
Es fin de semana y una pareja pasea por un centro comercial.
Un par de obreros se fijan en ella y no desaprovechan la oportunidad para gritarle lo hermosa que es, cuán lindo es su esto y su otro, y qué es lo que les gustaría hacerle, con todo lujo de detalle.
El novio, furioso, se enfrenta a ellos.
Uno de los hombres se aleja un momento de la escena para regresar con un machete.
Ella, asustada, busca con la mirada quien pueda ayudarles.
A lo lejos ve a un vigilante y lo llama con las manos, desesperada.
Cuando llega, la pareja le cuenta lo ocurrido, y éste decide tomar cartas en el asunto.
«Es una vergüenza que ustedes hagan esto», reprende al hombre del machete y a su compañero.
«Bien se sabe que cuando una mujer camina con hombre, no se le puede decir nada, porque no anda sola».
Durante el certamen de cocina que más triunfa en la televisión de España, una aspirante a concursante se planta delante del jurado.
Y les cuenta a los jueces que tiene siete hijos en casa, todos varones.
El jurado se lleva las manos a la cabeza y le pregunta a la mujer si tiene quien le ayude a manejarlos, si su madre o su suegra le echan una mano.
Un anuncio impreso en prensa utiliza a una mujer desnuda para vender un champú.
«¡No te obsesiones con ella!», grita el texto.
«Tú también puedes tener una igual…«.
«… ¡La melena, claro!».
Los tres episodios de arriba se engloban en el fenómeno que se define comomicromachismo.
El término lo acuñó el psicoterapeuta español Luis Bonino Méndez en 1991 para dar nombre a prácticas que otros especialistas llaman «pequeñas tiranías», «terrorismo íntimo» o «violencia blanda».
Ya el sociólogo francés Pierre Bourdieu había hablado de «violencia suave», íntimamente relacionada con lo que él definía como «neomachismo».
Esto es, un machismo más sutil en una sociedad que lo tolera menos.
Así, pues, el fenómeno incluye ideas, gestos, actitudes y comportamientos cotidianos, interiorizados y justificados como naturales, que condicionan el día a día de las mujeres.
En definitiva, una muestra más de la desigualdad entre hombres y mujeres.
Término a debate
Las expertas consultadas por BBC Mundo coinciden con esa definición, aunque no todas están de acuerdo con el término.
«No me gusta el concepto micromachismos, porque hacemos creer que son inofensivos», explica la activista y columnista colombiana Catalina Ruiz-Navarro, creadora del hashtag #MiPrimerAcoso.
«Con ello decimos sí fue, pero fue micro», añade.
«No tiene sentido distinguir entre micromachismos y el machismo propiamente dicho».
Esa posición la comparte Laura Aguirre, doctora en sociología cuya tesis se enmarca dentro de las perspectivas feministas críticas.
«Es una violencia cotidiana que sufrimos las mujeres y que se desvaloriza», remarca la salvadoreña.
Por ello, tanto Ruiz-Navarro como Aguirre prefieren llamarlo machismo cotidiano y han hecho de él un tema recurrente en sus columnas.
Y no con pocas críticas.
¿Exageración?
Cuando Aguirre recogió en un artículo para El Faro titulado «No me toquen, no me miren y no me digan qué hacer con mi vida» el relato de 33 mujeres que habían sufrido una de estas actitudes y una experiencia propia, más de uno la tachó de exagerada.
«Algunas de las cosas que decís sí son feas. Otras están sobredimensionadas», decía el mensaje que recibió en su buzón de Facebook.
El autor la acusaba de hacer parecer como violencia lo que, según él, eran simples piropos y proposiciones indecorosas, una práctica común también para él.
Eso mismo opina la mujer que está detrás del perfil de Facebook llamado La Madrina del Patriarcado y que se define como «antifeminista».
El de los micromachismos «me parece una expresión exagerada y que pretende criminalizar comportamientos masculinos, con la única finalidad de ampliar el radar del concepto de violencia de género», explica a BBC Mundo, a quien pide que no revele su nombre porque tiene «muchos detractores en el feminismo».
«Muchas de las situaciones que son catalogadas como micromachismos son simples circunstancias que se dan inocuamente, es decir, sin intención lesiva alguna».
Según ella, «se maximiza lo mínimo».
Por ello, insiste en que hablar de micromachismos, incluso de machismo, hoy no tiene sentido.
«Lo que existen son comportamientos inadecuados de una persona hacia otra, sea hombre o mujer«, sentencia.
«Base de otra violencia»
Pero para otros expertos esto tiene una dimensión mucho mayor.
«En las actitudes y acciones cotidianas de acoso y abuso hacia las mujeres se podría encontrar la explicación de por qué muchas, que no todas, son golpeadas, violadas, desaparecidas o asesinadas», argumentaba Aguirre con su columna.
«Al fin y al cabo, la lógica del hombre que grita a una mujer en la calle y el de un feminicida no son tan distintos», dice por su parte Ruiz-Navarro.
«El primero cree que el cuerpo de la mujer está a su disposición, para que le adorne el día. Y el segundo también lo considera a su disposición, para llegar hasta sus últimas consecuencias quizá porque no lo obedeció», explica.
Aunque ambas subrayan que los micromachismos no son actitudes exclusivas de los hombres, y que las mujeres también participan de esa lógica.
«Nos educan en un sistema en el que nos pone una contra otra», dice Aguirre.
«Así, nosotras mismas incurrimos en comentarios como «parece puta» o «las mujeres son muy complicadas»».
Reconoce que en tiempos en los que no tenía información sobre la cuestión, ella misma solía ser cómplice de estas prácticas.
«Me comportaba como los hombres y eso me dio un espacio entre ellos», recuerda.
«No había maldad consciente- son dispositivos mentales incorporados y automatizados, dice la literatura científica sobre el tema-, pero pones de tu parte para perpetuar esas actitudes», dice.
«Y es bien triste darte cuenta de ello».
Fuera de agenda en América Latina
Esa es una actitud muy frecuente en América Latina, se lamentan las expertas.
Y añaden que en la región la de los machismos cotidianos no es una discusión pública, como sí llegó a ser en España- entre otros países-, en parte gracias al blog Micromachismos de ElDiario.es.
«En unos países en los que el feminicidio está a la orden del día, en los que los titulares siguen atribuyendo estas muertes a crímenes pasionales, el de los micromachismos no es un tema del que se hable», reconoce Catalina Ruiz-Navarro.
Según el último informe de Naciones Unidas sobre el feminicidio, presentado en abril de este año, de los 25 países con mayor tasa de ese tipo de crímenes 14 están en América Latina.
Además, el fenómeno sigue en aumento en la región y la aplicación de la justicia sigue siendo limitada, con una 98% de impunidad, declaró la directora de ONU Mujeres para las Américas y el Caribe, Luiza Carvalho.
Por ello, «estamos lejos de empezar a hablar de que, tras pedir una cerveza y una Coca Cola en un bar, a mí me sirvan el refresco y a mi esposo la bebida alcohólica es un micromachismo», añade.
«La conversación regional tiene que ver ahora con el acoso, con cómo identificarlo», concluye.
Aguirre coincide con ella, aunque es más optimista.
«En la región las mujeres empiezan a hablar cada vez más de una sensación de incomodidad ante estas actitudes. Son cotidianas, quizá no se atreven a tacharlas de machistas, pero les genera cierta incomodidad».
¿Y qué hay de los hombres?
«No, en general entre los hombres no existe esta reflexión», dice tajante.
Autocrítica y políticas públicas
La fundadora del blog Micromachismos, la periodista Ana Requena, confirma esa realidad.
La iniciativa se inspiró en el blog anglosajón The Everyday Sexism Project (el proyecto del sexismo cotidiano). «Había un silencio público y había que romperlo».
Así, Requena y otros periodistas crearon en 2014 un blog que tratara el tema de los micromachismos y una cuenta de Twitter en el que los usuarios pudieran denunciar actitudes o situaciones de ese perfil.
«Quienes participan, casi en su totalidad, son mujeres de entre 18 y 40 años, mujeres jóvenes que siguen sorprendiéndose de que en su generación persistan ciertas actitudes (machistas)», explica.
«Y la participación de los hombres es más anecdótica, diría que de un 5%, aunque sí nos llegaron hombres contando situaciones que consideran intolerables».
Por ello, Requena cree que para combatir el problema es necesario que los hombres «hagan autocrítica».
«Si las mujeres les dicen que hay un problema, es que lo hay», insiste.
Pero también se debe luchar por otros frentes, señalan tanto ella como el resto de las expertas consultadas por BBC Mundo.
«El principal es la educación en igualdad», dice Requena.
Y eso tiene que empezar desde el estado, añade Aguirre, «apoyando modelos no tradicionales de mujer».
Estrategias individuales y solidaridad
Pero para erradicar este fenómeno es también necesaria la acción individual, coinciden.
«No hay una poción mágica para dejar de ser machista, sino que es un trabajo diario», dice Ruiz-Navarro.
«Hay que confrontarlo de la mejor manera posible, evaluando el contexto y ante quién estamos», dice.
«Lastimosamente, somos expertas en interactuar con estas actitudes y salir ilesas. Estamos entrenadas para ello».
Entre las estrategias, Aguirre cuenta los clásicos de no caminar sola de noche, no vestir nada que llame la atención o no beber más de la cuenta en entornos que no son de confianza.
U otras más sofisticadas, como cuando se compró un anillo de matrimonio para poder hacer el trabajo de campo de su tesis en la frontera sur de México.
«Así pensaban que no era libre, que estaba casada con un hombre, por lo que ya no trataban de ligar conmigo», recuerda.
«El anillo me protegió bastante».
Pero más allá de estas estrategias defensivas, lo fundamental para combatir esta realidad es empezar a hablar de ello y generar lazos de solidaridad entre mujeres, mencionan todas las consultadas.
Ya lo dice Aguirre: «No necesitas ponerte la etiqueta de feminista para darte cuenta de que eso te está pasando por ser mujer».
Fuente: BBC