Si bien es cierto que el trastorno de la personalidad narcisista no se puede diagnosticar hasta que una persona es mayor de edad, es en la infancia cuando ya se manifiesta este comportamiento.
Sentimientos de superioridad, falta de empatía, mentiras recurrentes, reacciones agresivas cuando se sienten humillados o infravalorados… La mayoría sabemos reconocer los rasgos del narcisismo, lo hemos sufrido alguna vez y comprendemos sin duda el impacto de esta conducta. Sin embargo, ¿cuál es el origen del trastorno de la personalidad narcisista?
A día de hoy existe cierto consenso en entender que un narcisista no nace, se hace. Asumir esto sitúa toda la responsabilidad en los padres, lo que no deja de ser un tanto polémico para muchos. Ellos serían a fin de cuentas esos moldeadores directos de esta realidad que, más allá de los evidentes problemas ocasionados a nivel relacional, no deja de ser también una fuente de malestar para el propio narcisista.
Sabemos, por ejemplo, que ese patrón consistente la grandiosidad o fantasías de poder asociado al trastorno de la personalidad narcisista se correlaciona con una elevada angustia psicológica y también con un mayor riesgo de sufrir determinadas enfermedades. Estamos ante una condición mental de elevada trascendencia, tanto para el entorno de la persona como para ella misma.
Un narcisista ¿nace o se hace? El origen del trastorno de la personalidad narcisista
Ser una persona narcisista no es lo mismo que evidenciar un trastorno de la personalidad narcisista. Es decir, si bien es cierto que hay hombres y mujeres que pueden, en un momento dado, demostrar conductas egoístas o manipulativas, no tiene nada que ver con evidenciar esta condición recogida en el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM- 5).
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Así, estudios como el realizado en la Universidad de Florida nos indica que la incidencia de este patrón de personalidad estaría entre el 1 y el 6 % de la población. Lo llamativo es que este trastorno termina siendo comórbido con otros problemas, como el abuso de sustancias, los trastornos de ansiedad o las depresiones. Así, un interés ya clásico por el campo de la ciencia es comprender el origen del trastorno de la personalidad.
Lo analizamos.
El origen genético no es significativo
Un factor que a menudo se ha tenido en cuenta es el genético. ¿Podríamos asumir la posibilidad de que existiera un gen asociado al narcisismo capaz de heredarse de padres a hijos? Aún más… ¿Y si hay alguna anormalidad cerebral que derivara en este tipo de patrón de la personalidad? Lo cierto es que a día de hoy no hay conclusiones significativas de que exista un origen genético para el narcisismo.
Esta propuesta por tanto no es del todo válida.
Así se crean los narcisistas según la ciencia: dos teorías
La revista PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences) realizó un interesante estudio con el que comprender el origen del trastorno de la personalidad narcisista. En su análisis partió de dos hipótesis significativas:
- Teoría del aprendizaje social. Según este enfoque, los niños desarrollan una visión de sí mismos con base a cómo los traten sus progenitores. Por tanto, una atención sobrevalorada y desmedida en la que no hay límites, ni filtros y en la que reciben en todo momento aquello que desean germina y edifica bloque a bloque el palacio (o la cárcel) del narcisismo.
Los pequeños se habitúan desde bien temprano a nutrirse de opiniones infladas sobre su persona: eres el más guapo, el más inteligente… La internalización de esos mensajes acaba siendo altamente peligrosa para la construcción de su identidad.
- La teoría psicoanalítica. Por contra, el enfoque psicoanalítico parte de la idea de que hay niños que crecen sin refuerzo alguno por parte de sus padres. Esa carencia afectiva y frialdad en la atención hace que, en ocasiones, la persona necesite colocarse en un pedestal para recibir la aprobación que no obtuvieron de sus padres.
El problema de no atender al egocentrismo y la falta de empatía en la infancia
Sabemos que el origen del trastorno de la personalidad narcisista tiene una etología multifacética. Sin embargo, se da ya por sentado que las raíces del mismo residen en la infancia.
Las primeras experiencias en el desarrollo infantil pueden ser determinante. De este modo, sabemos que hay dos áreas clave que deberían atenderse para amortiguar y frenar la posible aparición de este tipo de personalidad. Son las siguientes:
Desactivar el egocentrismo para tener en cuenta el derecho de los demás
Sabemos que ser egocéntrico no es lo mismo que ser narcisista. A esta última dimensión se le añade un componente manipulador e instrumental. Sin embargo, en muchos casos, la primera dimensión (egocentrismo) es el germen del segundo (narcisismo) en el desarrollo del niño.
Es esencial que los pequeños vayan poco a poco desactivando esa visión egocéntrica de las primeras etapas que definió Piaget. Aprender a tener en cuenta los puntos de vista de otras personas es algo que deben promover padres y educadores lo antes posible. Esto garantizará que dejen de anteponerse en cualquier situación y circunstancia, hasta el punto de pisotear los derechos ajenos.
La empatía: el reconocimiento de las emociones ajenas
A la hora de fomentar la empatía en el niño, es necesario trabajar a su vez la autoestima saludable. El pequeño debe reconocerse y verse a sí mismo como alguien importante y amado, pero no hasta el punto de entronarse por encima de los demás. La autoestima sana es aquella que nos permite apreciarnos como merecemos, pero sin descuidar la realidad del otro.
Asimismo, y del lado de este tendón psicológico indispensable, es prioritario fomentar la competencia empática. Saber, entender y fomentar una conducta capaz de interesarse por las emociones del otro revertirá en su correcto desarrollo social y emocional.
Dejar de “fabricar” narcisistas requiere conciencia y responsabilidad
Dar al mundo un narcisista es más fácil de lo que pensamos. Basta con darle a un niño todo lo que nos pida, con adorarlo hasta la extenuación, con apagar sus lágrimas, protestas y berrinches con regalos y con horas ante las pantallas y privilegios. Pocas cosas resultan más fáciles que decir “sí” a cada momento cuando lo decisivo es saber tolerar la frustración y entender que el mundo tiene límites.
Algo que debemos saber sobre el origen del trastorno de personalidad narcisista es que, a día de hoy, no podemos diagnosticar esta condición hasta que la persona es mayor de edad. Sin embargo, ya podemos intuir comportamientos narcisistas en niños y adolescentes.
Si deseamos dar forma a una sociedad más cohesionada, empática y cooperativa hay que educar a nuestros niños en la empatía y el respeto. También en el respeto y la autoestima. Dinámicas como la crianza autoritaria y la educación basada en la exigencia y la frialdad emocional también son peligros potenciales para la aparición del narcisismo.
Tengámoslo presente y promovamos una infancia que garantice el bienestar y la salud mental del niño y el adulto del mañana.
Fuente: La Mente es Maravillosa