La insuficiencia renal crónica es un trastorno insidioso que puede provocar afecciones cardiacas, diabetes y muerte prematura si no se trata. Reduce el riesgo de padecerla.
En 2003 la vida le sonreía a Hans Tenniglo. Este hombre de Westzaan, Holanda, tenía un puesto ejecutivo en Hewlett-Packard y hacía frecuentes viajes de negocios a Suecia. Pasaba el tiempo libre con su esposa y sus hijos, y los fines de semana corría 20 kilómetros para mantenerse en forma.
Sin embargo, todo cambió para él cuando cayó enfermo durante uno de sus viajes a Suecia. “Me sentía muy mal, sin fuerzas, como si tuviera gripe”, cuenta Tenniglo, de 64 años de edad, quien ahora realiza trabajo voluntario para la Asociación de Pacientes Renales de Holanda. “Pero resultó que no era gripe”.
Los médicos descubrieron que el repentino malestar de Tenniglo era un efecto del deterioro silencioso y gradual de sus riñones, combinado con alta presión arterial (hipertensión). Posteriormente, un nefrólogo determinó que los riñones de Tenniglo estaban funcionando a tan sólo el 40 por ciento de su capacidad. “Mientras esperaba los resultados pensé: ¿Qué diablos estoy haciendo aquí?”, refiere Tenniglo. “Ése fue el momento más difícil. Lleva tiempo aceptar que uno tiene insuficiencia renal cuando no siente nada”.
Empezó a tomar fármacos para controlar la hipertensión y mantener la función renal. Junto con un plan de ejercicio y una dieta baja en sal de la que nunca se aparta, ha logrado evitar la diálisis y el trasplante de riñón durante 12 años. “En las vacaciones muchas personas olvidan que son enfermos renales y comen lo que no deben”, dice Tenniglo, quien hoy está jubilado y se ha convertido en abuelo. “Yo no les hago eso a mis riñones, porque ellos no saben que estoy de vacaciones. Quiero mimarlos para que se porten bien conmigo”.
Una enfermedad que no hace distinciones
La insuficiencia renal no discrimina: afecta a hombres y mujeres de todas las edades y etnias. Ataca en silencio; es decir, hace creer a las víctimas que están sanas mientras daña sus riñones de modo irreparable. Al igual que Tenniglo, la mayoría de las personas no saben que tienen esta afección hasta que pierden la función renal en un porcentaje considerable.
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A algunas personas se les diagnostica por casualidad. Cuando Andrew Gallagher, residente de Dundalk, Irlanda, de 29 años, fue a inscribirse en un gimnasio en 2010, le pidieron que se hiciera un examen físico. Los resultados mostraron que tenía hipertensión, y una prueba posterior reveló insuficiencia renal. “No sabía que la presión arterial alta puede acarrear problemas renales”, dice. “Me sentía lo bastante en forma para correr y practicar deportes”.
Afortunadamente, es posible tomar algunas medidas para reducir el riesgo de padecer esta enfermedad, y hay pruebas sencillas para identificarla en cualquier etapa. “Nunca es demasiado temprano para empezar a tratar la insuficiencia renal crónica”, afirma el doctor David Wheeler, codirector de Kidney Disease: Improving Global Outcomes, una organización internacional con sede en Bruselas. “Cuanto más pronto se inicie el tratamiento, mayor la función renal que se puede conservar”.
Enemigo al acecho
Cientos de millones de personas tienen insuficiencia renal. Muchas de ellas no lo saben porque la mayoría de los médicos no evalúan la salud de los riñones en los exámenes de rutina. “Se calcula que entre 8 y 10 por ciento de la población mundial presenta algún tipo de insuficiencia renal, desde muy leve hasta muy grave”, señala el doctor Norbert Lameire, director de la Alianza Europea para la Salud Renal, con sede en Bruselas y profesor de medicina en el Hospital Universitario de Gante, Bélgica.
Las dos causas más comunes de esta enfermedad —la hipertensión y la diabetes, ambas asociadas con la obesidad— se han generalizado. Según algunos cálculos, en una década podría duplicarse la incidencia de insuficiencia renal. “Como consumimos muchas más grasas de las necesarias y no hacemos mucho ejercicio, cada día hay más casos de hipertensión y diabetes, y el riesgo de contraer insuficiencia renal también ha aumentado”, advierte Lameire.
Aunque en los últimos años ha habido un aumento en la cantidad de personas que se someten a diálisis o que han recibido un trasplante de riñón, la cifra se mantiene baja. Sólo uno de cada 1,000 pacientes renales necesita alguno de esos tratamientos, sobre todo porque tienden a morir antes por complicaciones derivadas de enfermedades relacionadas. “Los estudios indican que 90 por ciento de los pacientes renales no mueren directamente por insuficiencia renal, sino por infartos o accidentes cerebrovasculares”, explica Lameire. “Cuando la función renal se ve reducida, los trastornos cardiovasculares aumentan en forma exponencial en la mayoría de estos pacientes. Para ellos, la fase avanzada de la insuficiencia renal es sólo la punta del iceberg”.
Los expertos están tratando de aumentar la conciencia pública sobre la importancia de cuidar los riñones. Éstos filtran los desechos y el exceso de líquido de la sangre y los convierten en orina. Muchas afecciones, entre ellas infecciones y trastornos genéticos, pueden causar insuficiencia y daños en ambos riñones (los cálculos renales, si bien son dolorosos, no provocan insuficiencia renal). Cuando los riñones no funcionan bien, los desechos y las proteínas se acumulan en el torrente sanguíneo, lo que ocasiona hipertensión y otros problemas que dañan aún más los riñones.
Identificar el problema
Descubrir a tiempo la insuficiencia renal puede ser una bendición, pues hay formas de hacer más lento su avance. “Algunos datos clínicos indican que si se interviene pronto, se reduce la necesidad de diálisis”, dice el doctor Wheeler, profesor de medicina en el Centro de Nefrología del University College de Londres. En vez de recomendar a todo el mundo hacerse estudios de insuficiencia renal, los expertos aconsejan realizarse un examen anual a la población con mayor riesgo: los adultos mayores que tienen diabetes, hipertensión o un historial familiar de insuficiencia renal.
“Concentrarnos en los grupos de alto riesgo tiene sentido, ya que existe una correlación entre insuficiencia renal, diabetes y cardiopatías”, añade Wheeler. “Un nivel alto de glucosa en la sangre daña los riñones, el corazón y las arterias, y la hipertensión produce daño cardiaco y renal”.
Hay dos pruebas diagnósticas comunes de insuficiencia renal. Una es un análisis de orina para detectar exceso de proteínas (proteinuria); la otra es un análisis de sangre para evaluar lo bien o mal que los riñones filtran los desechos. Los médicos tienen en cuenta la edad del paciente al interpretar los resultados de estas pruebas. A partir de los 50 años los riñones pierden eficiencia poco a poco, y después de los 60 puede ser normal una pérdida moderada de la función renal, siempre y cuando no haya otros signos de insuficiencia. Evaluar el nivel de proteínas en la orina, descartar cualquier vínculo con la hipertensión y examinar otra vez a la persona un año después puede ser suficiente.
“En sí misma, una merma de la función renal no indica enfermedad”, dice el doctor Antonio Dal Canton, profesor de nefrología en la Universidad de Pavía, Italia. “El envejecimiento ocasiona una pérdida de la función renal que no se puede considerar enfermedad a menos que se acompañe de signos de daño renal activo, principalmente proteinuria o una pérdida funcional de avance rápido”.
Como la insuficiencia renal es asintomática hasta su fase avanzada, algunas personas necesitan diálisis una vez diagnosticadas. “Un tercio de los pacientes que requieren diálisis no han recibido nunca un diagnóstico”, dice Wheeler. “Dos tercios sí cuentan con análisis que muestran daño renal, y saben que pueden necesitar diálisis en algún momento”.
Las personas que conservan menos del 15 por ciento de la función renal pueden requerir diálisis. A muchos pacientes se les pone en lista de espera para trasplante cuando comienzan la diálisis. Los que no resultan aptos para el trasplante por edad avanzada o por complicaciones de salud reciben diálisis indefinidamente. “Si hubiera más donación de riñones, creo que habría muy pocas personas menores de 60 años en tratamiento de diálisis”, comenta Wheeler.
EN 1996 Robert Dhuyvetters, de Gante, acudió al médico por una inflamación abdominal inexplicable. ¿La causa? Retención de líquidos debida a insuficiencia renal en etapa avanzada. Dhuyvetters de inmediato empezó a someterse a diálisis. Un año después, recibió un trasplante que lo mantuvo sano 16 años más.
En 2013 necesitó diálisis otra vez, debido a una merma de la función renal luego de una operación de válvulas cardiacas. Ahora se somete a diálisis en su hogar. “Es una gran ventaja poder hacerlo en casa, porque uno evita tener que adaptarse a los horarios que establece la clínica”, comenta Dhuyvetters, hoy día de 71 años. “Tengo una laptop, así que puedo trabajar en casa. La diálisis me devuelve la energía”.
Opciones de tratamiento
El tipo de tratamiento que cada paciente recibe depende de sus preferencias y de los recursos a su alcance. Hans Tenniglo, el hombre de Westzaan, Holanda, ha conservado la función renal tomando inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina, antihipertensivos que lentifican o evitan el avance del daño renal. Los bloqueadores de los receptores de angiotensina tienen el mismo efecto.
Robert Dhuyvetters se ha sometido a diálisis, primero en una clínica y después en su casa.
A Judit Berente, de Jászkisér, Hungría, le diagnosticaron insuficiencia renal cuando tenía 13 años, y durante 20 años logró evitar la diálisis y el trasplante. A los 33, con un riñón nuevo, se sentía lo bastante sana para practicar deportes. Hoy es una nadadora competitiva, y ha participado en ocho Juegos Mundiales para Deportistas Trasplantados desde hace 19 años, cuando recibió el riñón. “Hay mujeres de mi edad excedidas de peso que se sientan a ver televisión mientras comen dulces”, dice Judit, hoy día de 52 años. “Yo luché durante 20 años para recuperar la salud y tener la posibilidad de llevar una vida normal. Creo que estoy más sana que muchas personas de mi edad porque desde muy joven aprendí que no existe nada más valioso que la salud”.
Pronto, nuevos tratamientos facilitarán la vida de los pacientes renales; por ejemplo, ciertos fármacos que inhiben la absorción de sodio podrían evitar que sus riñones sufran más daño. “Los potenciales beneficiarios de estos avances ya hacen mucho al seguir las indicaciones de sus médicos, pero ingieren más sodio del que deberían”, dice el doctor Raymond Townsend, autor de un libro sobre insuficiencia renal e hipertensión. “La idea es ésta: si no podemos hacer que los pacientes coman menos sal, quizá podamos bloquear la absorción de una parte de esa sal”.
Investigadores europeos están desarrollando un riñón artificial portátil que podría eliminar la necesidad de conectarse a una máquina de diálisis fija. El riñón ya se está probando en animales, y los ensayos clínicos con humanos podrían empezar en 2017. “El riñón artificial portátil ofrece una calidad de tratamiento superior a la de la diálisis tradicional”, afirma Frank Simonis, director técnico de Nephron+. “Permite una mejor eliminación de toxinas gracias a un periodo de diálisis más largo: 150 horas ininterrumpidas por semana, en vez de tres o cuatro horas en un hospital”.
Medidas preventivas
Las claves para prevenir la insuficiencia renal son controlar la hipertensión y la diabetes, llevar una alimentación saludable, hacer ejercicio con regularidad y consultar al médico. He aquí otras recomendaciones:
Evitar la sal. Tanto los pacientes renales como las personas sanas deben evitar añadir sal a las comidas. El exceso de este condimento aumenta la presión arterial e impone una mayor carga de trabajo a los riñones.
La mayor parte de la sal que consumimos proviene de alimentos procesados. En algunos países los reglamentos sanitarios obligan a los fabricantes a reducir la cantidad de sal que añaden a sus productos. En el Reino Unido, por ejemplo, se insti-tuyó un programa de reducción de sal en 2003. Ocho años después, la población británica había disminuido en 15 por ciento su consumo de sal; se redujo la presión arterial promedio de los adultos, y las muertes por apoplejía y cardiopatías disminuyeron 42 y 40 por ciento, respectivamente. El programa ha contribuido también a preservar la salud renal.
“Disminuir la ingestión de sal reduce la presión arterial, y también podría bajar el riesgo de contraer insuficiencia renal crónica”, señala Feng He, de la Universidad de Londres. “Cada día hay más pruebas de que reducir el consumo de sal puede tener un efecto benéfico directo en los riñones, independientemente de su efecto en la presión arterial”.
Dejar de fumar. “El cigarrillo acelera el avance de la insuficiencia renal y daña las arterias”, señala el doctor Wheeler. “El deterioro de la función renal parecer ser más lento en las personas que no fuman”.
Bajar de peso. Los kilos de sobra en el cuerpo imponen una mayor carga de trabajo a los riñones. “Es como laborar 12 horas al día cuando uno está acostumbrado a trabajar ocho”, dice Townsend. “Al cabo de unos años, puede causar estragos”.
Limitar el uso de antiinflamatorios no esteroideos (AINE). Pregunta a tu médico si debes evitar este tipo de analgésicos. Un estudio reciente de personas aquejadas de insuficiencia renal mostró que 41 por ciento de ellas tomaban antiinflamatorios no esteroideos, sin estar conscientes del daño que pueden provocar.
“Los AINE favorecen la retención de sodio, lo que es perjudicial para los riñones, y tienen una toxicidad que afecta directamente el tejido renal”, afirma Townsend. “Si se usan por periodos breves, son inofensivos. El problema se presenta en pacientes con dolor crónico que toman estos medicamentos todos los días”.
Vivir con insuficiencia renal o con un riñón trasplantado
Las personas que se hallan en la etapa avanzada de esta enfermedad pueden vivir bien luego de un trasplante. Andrew Gallagher, a quien le diagnosticaron insuficiencia renal cuando tenía 24 años, empezó a someterse a diálisis a los 27. Su suegra le donó un riñón, y esto le cambió la vida. “La principal diferencia es la energía”, dice Galla-gher. “Mi hija tenía un año de edad cuando yo estaba en tratamiento de diálisis, y no podía seguirle el ritmo cuando empezó a andar. Ahora que eso ya no es un problema, tal vez me inscriba en un gimnasio pronto”.
Los receptores de trasplantes de riñón necesitan tomar medicamentos inmunosupresores para evitar el rechazo del órgano, y aunque su función renal es menos eficiente que la de una persona sana, pueden volver a llevar una vida activa.
“La calidad de vida del receptor de un trasplante renal que estuvo sometido mucho tiempo a diálisis es incomparable a la que tenía antes”, asegura el doctor Lameire. “Se sienten infinitamente mejor, disfrutan de una dieta mucho más flexible, y de la libertad total que implica dejar atrás la diálisis, si bien deben seguir tomando medicamentos y controlando su presión arterial. Es preferible no necesitar nunca un trasplante que recibir uno, aun cuando se trate de una experiencia exitosa”.
Fuente: Revista Selecciones