La Tierra está compuesta por varias capas, las cuales cumplen con una función en específico. Por ejemplo, la corteza alberga la vida, donde podemos encontrar madrigueras de topos y tejones, también de cocodrilos del Nilo, que pueden alcanzar profundidades de hasta 12 kilómetros.
De igual manera, podemos encontrar ciudades subterráneas, como Elengubu, en Turquía (actualmente Derinkuyu), ubicada a más de 85 kilómetros debajo de la superficie de la Tierra. Contiene 18 niveles de túneles, capaces de alojar a 20 000 personas. Mientras que las minas más profundas del mundo pueden bajar 4 kilómetros, hay mineros que han encontrado gusanos a dos kilómetros de distancia, pero todo signo de vida se detiene antes de alcanzar los 3 kilómetros.
Entre los 30 y 50 kilómetros, llegamos al manto, que es la región más grande de nuestro planeta, abarcando el 82% de su volumen y el 65% de su masa, hecho de roca caliente, que a primera vista parece sólido, pero en realidad tiene movimiento. Y cuando esto sucede, ocasiona terremotos en la corteza. También, podemos encontrar un inmenso mar brillante, que contiene toda el agua de los océanos, pero, curiosamente, no hay ni una sola gota de líquido. Esto es porque está constituido de agua atrapada en olivino, que conforma más del 50% del manto superior. A mayor profundidad, se transforma en cristales de ringwoodita azul índigo.
Conforme más descendamos, el aumento de la presión deforma los átomos y provoca que los materiales más familiares se comporten de manera extraña; aquí es donde la roca se vuelve tan maleable como el plástico y los minerales son de tal rareza, que sería imposible encontrarlos en la superficie. Ponemos por caso dos de estos: la brigdmanita y davemaoita, estos necesitan de las presiones altísimas del interior de la Tierra, que se desmoronan si son traídas a la corteza.
A 2900 kilómetros, encontramos el fondo del manto, donde se ubican unas estructuras enormes, conocidas como “grandes provincias de baja velocidad de corte” (LLSVPS, por sus siglas en inglés), poseen miles de kilómetros de ancho y ocupan el 6% del volumen del planeta. A pesar de que se conocen sus dimensiones, no se sabe de qué están hechas, cómo se formaron o de qué manera afectan a nuestro planeta. Sin embargo, parece ser que están aferradas al núcleo externo.
En esta capa del planeta, existe un mar de metal líquido, fluyendo al rojo vivo, con corrientes a cámara lenta, tormentas y ciclones de metal líquido. Tal vez suena aterrador, pero sin este movimiento, no se crearía el campo magnético que hace posible la vida en la Tierra. La magnetósfera protege al planeta de gran parte de la radiación solar y el flujo de partículas que podrían destruir a la atmósfera.
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Ahora sí, pasamos a la última capa: el núcleo interno. Es una misteriosa bola súper densa de hierro y níquel sólidos, con una temperatura que iguala a la superficie del Sol y con un tamaño más pequeño que la Luna. En esa parte, la presión es tan intensa, que los metales se cristalizan, formando una esfera sólida en el centro de nuestro planeta.
A pesar de que siempre ha sido un gran sueño de la humanidad y la tecnología avanza con pasos descomunales, probablemente es un lugar al que jamás llegaremos a conocer, debido a que las condiciones que ofrece son tan extremas que ninguna sonda las soportaría (6,000°C y una presión de 3,5 millones de atmósferas).
Aún así, la ciencia no se da por vencida y siguen estudiando desde la superficie cada capa de la Tierra. Pero verlo con nuestros propios ojos, tal vez nunca será posible.