EL BESTIARIO
Guadalquivir, el río del hachís, toneladas se ‘pasean’ desde el Ketama marroquí hasta Sevilla, y de la ciudad andaluza al resto del mundo, incluido México, solo se intercepta un 20% del cannabis de Al Ándalus
Cuando él llegaba a la playa marroquí, la lancha ya estaba cargada con unos 1.500 kilos de hachís. Unos 40 fardos. Alguien sobornaba a la policía y hablaba con quién tocase en España. Al caer la noche, se ponía el mono, arrancaba los dos motores de 250 caballos y empezaba a volar sobre el agua del Estrecho con tres personas más. Era de los mejores, cuentan. Y a él le encantaba. “Es una sensación preciosa. Engancha mucho. Daría lo que fuera por volver a sentirla”, explica Antonio, piloto de narcos durante 20 años. Descargaban en Huelva, Cádiz, La Línea y a lo largo del río Guadalquivir. A veces, hasta llegaban a Sevilla por el cauce. Luego devolvía la lancha vacía a Marruecos, disfrutando del viaje de vuelta en la madrugada. Jamás le pillaron, ni cuando el helicóptero de Aduanas le rozaba la cabeza con los patines. Hacía lo mismo unas 30 veces al año y cobraba 50.000 euros por viaje. Hoy podría ser millonario. Lo malgastó todo en fiestas, putas y cocaína, cuenta. “El dinero fácil sale rápido”.
Guadalquivir, el río del hachís, toneladas se ‘pasean’ desde el Ketama marroquí hasta Sevilla, y de la ciudad andaluza al resto del mundo, incluido México, solo se intercepta un 20% del cannabis de Al Ándalus. Lo reconoce la propia policía española… Se conoce como al-Ándalus al territorio de la península ibérica bajo poder musulmán durante la Edad Media, entre los años 711 y 1492.
Así entra el hachís marroquí en España por el Estrecho y la desembocadura del Guadalquivir, uno de los puntos más calientes del narcotráfico español. Justo ahí, donde comienza el Coto de Doñana y el río serpentea hasta Sevilla, el Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA) en Cádiz, la Guardia Civil y la Policía Nacional se incautaron del 80% de las casi 20 toneladas que pillaron en 2014. “Está desbocado. Ahora mismo no debemos interceptar más del 10% o el 20% de lo que entra”, explica un inspector con gran experiencia en la zona, quien remarca que el 90% de las cerca de 250 toneladas de hachís que se incautan en España son decomisadas en Andalucía. En la parte del río, sus infinitos caños y cañaverales dificultan mucho la vigilancia y han creado un ecosistema alrededor del comercio de hachís en muchos de los pueblos que siguen su cauce. Sin helicóptero es casi imposible dar caza a las gomas (las lanchas neumáticas, en el argot de la zona) que entran por esa zona. Por eso era una de las entradas preferidas de Antonio con la suya.
Antonio, piloto de lancha, cobraba 50.000 euros por cada viaje de Marruecos a España, lo hacía unas 30 veces al año
Él tiene 44 años y se retiró hace dos. Sufrió un accidente y ya no puede aguantar el violento traqueteo de una goma saltando las olas a 120 por hora. Ese viaje te parte la espalda. Lo llaman matahombres. Ahora ve desde la orilla cómo la mayoría de barcas zarpan de España y alijan en alta mar, en algún pesquero fondeado a unas 20 millas. Nuevos métodos. Más discretos. Las organizaciones cada vez son más modernas, los pilotos de las gomas mejores y más equipados (cascos, uniformes, radares…) y sus artefactos más rápidos.
Sanlúcar, en Cádiz, con una tasa de paro del 47,3%, es la puerta de entrada a un mundo que se extiende unos 100 kilómetros por los cañaverales de Lebrija, Trebujena, Coria del Río o Isla Mayor. Los barrios de Bonanza y Las Colonias son el laboratorio donde suele diseñarse todo. Enrique, chándal del Real Madrid y tatuaje en la mano, tiene 25 años, dos niños y un empleo como guardés del muelle. Pasa la tarde con un colega y un pescador jubilado que lleva una bolsa de supermercado llena de puntillitas y galeras recién pescadas. Pero los barcos vuelven estos días de prohibición en el río casi vacíos. Él también ha descargado gomas. “Pura adrenalina”, dice. Un día, con su padre, llenaron un barco en alta mar con cinco toneladas de hachís. Iban a sacar un millón, pero les trincaron. Tres años de cárcel. Se le pasaron las ganas. Y ya no cuenta más, que aquí todo se ve, dice señalando la cámara del radar del SIVE, el sistema de vigilancia con el que la Guardia Civil controla el litoral andaluz.
Entonces, ¿ya nunca trabajas descargando lanchas? “Los chavales ven dinero fácil. Les reclutan en los bares para descargar. Al final, son dos carreras por la playa: de la lancha al coche y del coche a la lancha con dos fardos a cuestas de 30 kilos cada uno. Y por ese rato, la mitad de las veces colocado para pasar el miedo, pagan 3.000 euros. Y a vivir”.
“Los narcos ya conocen las zonas de sombra del radar, así resultan prácticamente indetectables”, admite un mando de la Guardia Civil
En Sanlúcar han caído muchos narcos: Iván Odero, El Cagalera, el clan de la Pinilla… Pero por las noches siguen pasando las barcas. Se oye primero el zumbido e intuyes luego la estela, explica un camarero del bar del puerto. Todos las han visto aquí. Las hay de dos tipos: las neumáticas, que vienen desde el norte y la costa oeste de Marruecos directamente (como hacía Antonio), y las que cargan en alta mar los fardos y que suelen ser más pequeñas. Las primeras son como aviones. Llevan hasta cuatro motores de 250 caballos. Pueden costar unos 250.000 euros y alcanzan 60 nudos (unos 111 kilómetros/hora). Como explica el jefe del SVA de Cádiz, Santiago Villalba, incluso les da para hacer dos viajes en una noche. Ni siquiera las patrulleras rápidas de esta unidad pueden cazarlas cuando aceleran a fondo.
Eduardo Carmona, capitán del Milano II, curtido 30 años en este histórico y pionero cuerpo de vigilancia dependiente de la Agencia Tributaria, todavía recuerda la peineta que le hizo un marroquí al sortearle en la entrada del río. “Fue ahí”, dice moviendo el timón hacia el coto de Doñana, donde muchas neumáticas alijan. Una vez cazó a uno que le dijo lo que cobraba: “50.000 euros, lo que yo gano en un año”, recuerda. A diario patrullan la zona y controlan visualmente y por radar todo lo que se mueve entre el Estrecho y la desembocadura del río. Pero cada vez es más complicado. Eduardo cree que no tardarán en llegar los drones de la droga.
Para esquivar al SIVE, las barcas que cargan en alta mar suelen ser más pequeñas, barcos de pescadores y lanchas de recreo que vuelven por la noche escondidas entre las barquitas que regresan al puerto. Además, los narcos ya conocen las zonas de sombra del radar. Así resultan prácticamente indetectables, admite un mando de la Guardia Civil con gran experiencia en la zona.
Hay que justificar un decomiso policial con “la prueba del periódico”, debe mandarse a Marruecos un ejemplar que lo acredite
La estructura de las organizaciones siempre se parece. “Son como empresas”, dice Villalba. El hachís suele ser de un narco marroquí (normalmente propietario de una plantación) que tiene un compatriota en España como enlace. Este se ocupa de contactar con la célula creada en la península para que recoja la droga, la transporte a un lugar seguro, la guarde y la distribuya cuando sea necesario. España es la puerta de entrada del 75% del hachís que llega a Europa, así que los compradores proceden de todo el continente.
Hasta ese momento, si la mercancía se pierde en el mar, mala suerte para su dueño, pero en cuanto llega a tierra, si falta algo, es responsabilidad de los locales. Ahí empiezan las palizas, los robos o los secuestros, como cuando desaparecieron dos niñas durante la Operación Vuelca de la Guardia Civil, que terminó con 34 detenidos de una organización que vendía droga robada a otros narcos. Porque el hachís no se extravía. Se paga o lo pagan, explica un investigador. Si se pierde, hay que justificar que lo ha decomisado algún cuerpo policial con “la prueba del periódico”. Y es literal. Debe mandarse a Marruecos un ejemplar que lo acredite. Así que más vale que salga publicado. O que consigan el atestado policial. Cuando una barca vuelca, como sucedió el pasado 27 de marzo y los ‘busquimanos’ se llevan la droga, el propietario manda a falsos compradores a la zona a localizar las placas de hachís perdidas. Todas llevan la misma marca (un trébol, el escudo de un equipo de fútbol, una letra…). Son fáciles de reconocer. Al final, como sucedió con ese robo, aparecen.
Las ‘gomas’, con hasta cuatro motores de 250 caballos, llegan a los 120 kilómetros por hora, imposible alcanzarlas por las patrulleras
Las mafias se hallan muy implantadas en el sur de España. Hay oídos y ojos en todas partes. La crisis alimenta la red de colaboradores. Muchas tardes, por ejemplo, se acerca alguien a la base de Vigilancia Aduanera en Los Barrios. El tipo se da una vuelta por fuera y se fuma un pitillo. Justo cuando el rotor del helicóptero azul empieza a centrifugar, coge el teléfono y hace una llamada. “Ya sale”. Son chivatos de estas organizaciones de La Línea, de Barbate o de Sanlúcar. Avisan a las organizaciones de narcos de que el pájaro está a punto de volar hacia la zona del Estrecho o del Guadalquivir. Así que durante las cuatro o cinco horas de autonomía que tiene el aparato, no conviene tener gomas en el agua.
“Aquí somos el enemigo”, señala uno de los observadores del helicóptero justo antes de empezar un vuelo de reconocimiento. Hace dos meses, cuando descubrieron dos lanchas que estaban alijando en el coto de Doñana y en la playa de Sanlúcar, media barriada apedreó el helicóptero. Pese a que dispararon al aire, los agentes tuvieron al final que huir sin poder llevarse los cientos de kilos de hachís que habían decomisado. La orilla era una fiesta. “Eso es ahora territorio comanche. Son salvajes”, explica este observador, que prefiere no revelar su nombre “por seguridad”.
Les han prohibido a los pescadores la captura de la angula y de los camarones y utilizan sus barcos para ‘trapichear’ con cannabis
Son las ocho de la tarde y el helicóptero de Vigilancia Aduanera, que hace dos fines de semana cazó dos barcas con unos 2.000 kilos de hachís, despega con unos periodistas a bordo. Vuelan dos pilotos y un observador que controla la cámara térmica. Vigilan todo el Estrecho. Cuando ven una barca, pueden acosarla para que dé vuelta atrás, tire la carga o fuerce demasiado la máquina y rompa algún engranaje en la persecución. Hubo un tiempo en que incluso se disparaba al motor desde el aire para inmovilizar la lancha. Para evitarlo, los copilotos empezaron a abrazarse a la maquinaria. A Antonio, el lanchero retirado, le sucedió alguna vez, pero esta técnica ya no se usa. “Demasiado peligroso. Un muerto pesa mucho en las espaldas”, dice uno de los observadores. Desde Sanlúcar, por donde entran las embarcaciones cargadas de hachís (lanchas, veleros, barquitos de pescadores), hasta Sevilla el río puede navegarse a lo largo de unos 100 kilómetros.
Todos los pueblos que se suceden en el cauce guardan historias. Y en casi todos ha habido operaciones policiales que han terminado con las organizaciones de la zona. En Trebujena, el dueño de uno de los bares que hay junto al río cuenta cómo algunas veces se ha encontrado a personas escondidas entre los matorrales huyendo de la Guardia Civil. El cauce pasa por Lebrija y se prolonga hasta Coria del Río o Isla Mayor. Ahí han caído varias bandas de narcos, pero, cuentan algunos vecinos, muchas personas sigue viviendo del hachís
Desde el aire se ve todo el cauce serpenteante del Guadalquivir hasta Isla Mayor, un paraje a unos 40 kilómetros en barco desde Sanlúcar, donde las gomas llegan con frecuencia. También las motos de agua. Lo cuentan los vecinos. “Aquí han entrado en la cárcel ya 18 o 20. Y los que faltan”, explica Enrique en un bar junto a uno de los caños por donde suelen entrar las barcas. Aquí cayó la banda del Pimiento hace tiempo y alguna más, pero el negocio sigue moviéndose en la barriada de Alfonso XIII, a la entrada del pueblo. A Enrique le condenaron a casi tres años por llevar siete kilos en la moto desde Isla Mayor a Valencia. Ya está limpio, pero otros ‘riacheros’ como él se dedican a eso ahora que está prohibido pescar angulas o camarones. A lo largo del cauce se encuentran algunas camaroneras abandonadas fondeadas en medio del río. Llegan de golpe en mitad de la noche como zombis en el radar. Hasta que la patrulla da el foco. Algunas sirven todavía para guardar alijos.
“Cada vez que sale algo nuevo, se compra, tenemos radares, cámaras, GPS… , va a ser difícil que nos adelanten”, comentan los narcos
Las neumáticas baratas se abandonan o se queman. Las buenas se guardan en embarcaderos de La Línea, junto al río Palmones. Allí, en la calle Golondrina, hay varias naves donde se ocultan. Incluso pueden verse en Google Earth. Las de Sanlúcar suelen estar en Las Colonias, en esas calles idénticas que reciben nombres de letras. Los motores duran unos 10 viajes; luego se cambian por precaución. Antonio lo confirma. “Nosotros siempre iremos por delante. Cada vez que sale algo nuevo, se compra. Los narcos tienen radares, cámaras, GPS… la última tecnología. Va a ser difícil que los adelanten”. Los métodos evolucionan y los porcentajes de efectividad fluctúan. No es una guerra, las guerras terminan en algún momento. Aquí la persecución es infinita. Eso sí, todos los amigos de Antonio están en la cárcel.
Estos forman parte de la ‘plantilla’ de la empresa dedicada a transportar el hachís del Norte de Marruecos, desde Ketama, una región montañosa en la cordillera del Rif, cercana a la ciudad de Fez, hasta el Sur de España, Andalucía…
El propietario. El hachís suele ser de una narcotraficante marroquí, a su vez dueño de una plantación. Puede ser también el jefe de la organización en España o simplemente el vendedor.
Piloto de lancha: Suele cobrar entre 15.000 y 50.000 euros, depende de la cantidad que transporte y la distancia.
Cargadores: Esperan en la playa, suelen ser chavales con músculo para transportar dos fardos a la vez. Cobran unos 3.000 euros.
Vigilantes: Tienen que pasar desapercibidos en los alrededores de la playa para alertar de la llegada de la policía. Suelen ser una parejita o una mujer. Se llevan unos 1.500 euros.
Conductor del 4 x 4: Espera en la playa a que le carguen el vehículo y transporta el hachís hasta algún almacén. Cobra unos 5.000 euros.
El guardés: Custodia la droga hasta que se distribuya. Puede cobrar por peso y días de vigilancia. “Ese está histérico con la pistola en la mano”, explica un Guardia Civil.
Los busquimanos: Cuando se pierde algún fardo de las barcas que llegan a la playa, se lanzan a su búsqueda. Si lo revenden, pueden sacar hasta 40.000 euros. En época de crisis se ha convertido en una oportunidad.
Los ‘agricultores’ tachan de “locos” a las organizaciones que les insisten machaconamente en introducir productos agrícolas alternativos
Ketama, cercana a la ciudad marroquí de Fez, en plena cordillera del Rif, tiene miles de campesinos cultivando, en más de cien mil hectáreas ‘oficiales’, desde hace siglos, ‘cannabis’. Los ‘agricultores’ tachan de “locos” a las organizaciones que les insisten machaconamente en introducir productos agrícolas alternativos como el azafrán, la hierbaluisa, la lavanda o las rosas para elaborar jabones, aceites u otros productos cosméticos.
Charles Pierre Baudelaire en sus “Paraíso artificiales” loaba su consumo hace más de un siglo. Miles de jóvenes ‘muleros’ trasladaban en el interior de su cuerpos condones llenos de bolas de ‘chocolate’ Hace más de treinta años, muerto Francisco Franco, España estrenaba libertad. Todo el mundo ansiaba: leer “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez sin ser increpado por la Guardia Civil en un control y conducido al Cuartel de Eibar para ser interrogado -fue una experiencia personal-; ver “El gran dictador” de Charles Chaplin; oír canciones de Pedro Infante, Jorge Negrete, Chabela Vargas, Trío Los Panchos, prohibida por el dictador al romper México sus relaciones con España tras el fusilamiento de cinco jóvenes antifranquistas, Juan Paredes Manot ‘Txiki’, Ángel Otaegi, José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz, el 27 de septiembre de 1975; viajar a la Europa democrática y a París y poder comprarse unos libros de la editorial “Ruedo Ibérico” y poder acceder a otras fuentes donde conocer algo más de nuestro reciente pasado gracias a Hugh Thomas y su clásica “Historia de la Guerra Civil Española”, “La operación Ogro” de Julen Aguirre, seudónimo de la escritora Eva Forest donde se narraba el atentado contra el Almirante Carrero Blanco, “Historia de España” de Manuel Tuñón de Lara…; comprar el doble LP de recital que Paco Ibáñez dio en el Olympia musicalizando poemas de García Lorca, Miguel Hernández, Archipreste de Hita, Pablo Neruda, Antonio Machado…; probar un absenta en la cafetería “La Palette”, lugar que fue de encuentro de Pablo Picasso, Salvador Dalí, Juan Gris, Wilfredo Lan; alquilar en el Centro George Pompidou el documental “Las Hurdes, la tierra sin pan”, rodado por Luis Buñuel; acudir a un cine cualquier y gozar de “El último tango en París”, “Delicias turcas”, “Enmanuel”…; deambular por las calles sin ser molestado por los ‘secretas’ -policía política de Francopor tener un único defecto: ser joven e ir a tu ‘pedo’, ‘transpirando’ libertad… Eso les jodía.
España se llenó de ‘talegos’ de un día para otro compartiendo el mercado de la noche con los ‘cubatas’ y ‘gintonics’ y los “Bustaid” y otras ‘anfetas’
En este escenario -“sospechosamente” para los más paranoicos-, de un día para otro, aparte del tradicional alcohol de ‘cubatas’ y ‘gintonics’, los jóvenes descubren que sus madres y abuelas toman “Bustaid” y otras ‘anfetas’ para bajar de peso y que éstas le dan terrible ‘marcha’ a uno; las plazas de los barrios antiguos de España se llenan de ‘talegos’ de hachís, a mil pesetas cada uno y con los que uno puede prepararse hasta diez ‘joints’… “Porros’ que se fuman solidariamente, acorde con la ingenua etapa postfranquista, donde lo nuevo era bautizado sin previa ‘catequesis’ alguna. La España juvenil ya no estaba dividida en dos bandos tradicionales, el rojo y el azul, sino en dos innovadores segmentos sociales ‘los alcohólicos anónimos’ (extrema izquierda dividida en más de un centenar de partidos pro maoístas, vietnamitas, trosquistas, soviéticos, cubanos, abertzales…, expertos en mil y un brebajes ‘baconianos’) y ‘los estudiantes de farmacia” (expertos en hachís, sicotrópicos, setas y amanitas…, y sus ‘colocones’).
En esta ‘melée’ social hay quien se vanagloriaba de ser un experto en el nuevo producto ‘de la hostia’ de principios de los años ochenta: el hachís. Recuerdo que se llamaba Diego. Terminada la discoteca “Mickey Mouse” de Eibar, los que no queríamos irnos a nuestras casas terminábamos yendo a una sociedad particular, ‘El Submarino’ -estaba en un bajo de la Torre Unzagadonde uno podía comer algo y seguir bebiendo. Diego nos llevaba cinco años de diferencia. Esto le hacía creerse superior al resto de los presentes. Su reloj en la muñeca derecha y el yo en su boca, le delataban. Uno del grupo, Loren Bascaran, optó por preparar un ‘porro’ con tabaco rubio y un dado de sabor para sopas, no sé si era “Gallina Blanca”, “Knor” o “Starlux”. Lo que nunca se me olvidará es el olor de costilla de cerdo del ‘canuto’. Diego fue el primero en probar el innovador ‘hachís’. Recuerdo que después de dos caladas Diego se puso blanco y presto optó por tumbarse en un banco de la sociedad, a la vez que nos reprochaba… “Cabrones, el ‘chocolate’ éste no es de Ketama sino de Afganistán. Está de puta madre…”. Lo que se había olvidado Diego es que antes de las caladas se había metido no menos de veinte tragos, a lo largo de la noche. Esos tragos sí que eran ‘afganos’.
Hace treinta años viajamos a la ‘meca’ del hachís en la Cordillera del Rif, al norte de Marruecos, cerca de Fez, para realizar un reportaje
Pasados varios meses, miles de jóvenes en toda España acudieron en masa a la ‘meca’ del hachís: Ketama, cercana a la población marroquí de Fez, en la cordillera del Rif. La ‘bajada al moro’ se pagaba después con el ‘trapicheo’ de varios gramos de hachís, introducidos en el cuerpo, a través de varios condones y mucha vaselina o lidocaína. Las cifras fueron creciendo de tal manera que nos plantearon en varios medios de comunicación, que fuéramos hasta Ketama y realizáramos un reportaje. Datos estadísticos que ya no recuerdo muy bien -creo que los detenidos se acercaban a los 5.000 en apenas un año-, facilitados por la propia Guardia Civil, complementaron el artículo. Treinta años después, a uno le da la sensación que el tiempo se ha paralizado.
Los nuevos protagonistas parecen los mismos a lo que entrevistamos a principios de los ochenta del pasado siglo. Sus respuestas, calcadas también. Son las nuevas generaciones de los miles de campesinos que desde siglos atrás se dedican al cultivo del hachís.
Los jóvenes ‘agricultores’ tachan de “locos” a las organizaciones no gubernamentales que les insisten machaconamente en introducir productos agrícolas alternativos como el azafrán, la hierbaluisa, la lavanda o las rosas para elaborar jabones, aceites u otros productos cosméticos, en las más de cien mil hectáreas ‘oficiales’ dedicadas al cannabis… “Cuando vienen por aquí -nos relataba el recepcionista del único hotel existente en Ketama para occidentales y cultivador también fuera de horas, como todo el mundo aquíse ponen ciegos de hachís y de pasteles de ‘chocolate al cuadrado’ que les sirven en los ‘caseríos’. Les llamamos así a los pasteles pues llevan cacao normal y hachís. Sabemos que al hachís ustedes le llaman también chocolate. Cuando están animados se olvidan de los productos alternativos. España y Europa están ‘locos’ con nuestro hachís. Es un mercado que está cercano. No nos queda más remedio que vender la mayor parte de la producción a los contrabandistas. Muchos de ellos son gente amiga de miembros del Gobierno y de la Policía. Es por eso que nadie dice nada. Aplican el dicho liberal de ‘laissez faire’. Lo importante es que no haya enfrentamientos y broncas. Mientras haya tranquilidad todo el mundo vive de la historia que lleva décadas…”. Hassan, al igual que hace con otros clientes alojados en el hotel, nos invita a su ‘caserío’ para enseñarnos sus cuartos llenos de ‘cannabis’ secándose y nos enseña el proceso que lleva el conseguir el hachís. De paso, como así ocurrió, nos insistirá a que le compremos varios condones con bolas de droga, con sus respectivas dosis de vaselina o lidocaína. Le adelantamos de nuestro nulo interés, pero sí de conseguir información y de picar algo en su casa, con la correspondiente posterior factura ‘oficial’. El periódico asume los gastos.
En una de las mesas del ‘rancho’ nos topamos con un libro, “Paraísos artificiales” del escritor francés Charles Pierre Baudelaire
La entrevista se inicia en una sala inmensa llena de kilims (alfombras) y almohadones donde la baja altura de los ‘asientos’ de piel curtida en la Medina de la cercana Fez, le obligan a uno a intentar sentarse en cuclillas o sencillamente tumbarse. En una de las mesas nos topamos con un libro, que no podía ser más oportuno para la ocasión, “Paraísos artificiales” del escritor francés Charles Pierre Baudelaire. Lo mejor del inicio del encuentro, el té a la menta y las pastas de almendra y miel, como los ‘cornes de gazelle’. La tertulia se alarga. El tiempo desaparece. Nos quedamos a cenar. Una harira (sopa de legumbres) y un mechui (cordero asado), completan el menú. Nos sirven sus hijas. Su esposa es la magnífica cocinera. Madre e hijas no se sientan con nosotros. Nos ‘espían’ desde su ‘territorio’ que es la cocina. Nos despedimos de ellas. Antes nos bebemos de golpe una interminable Coca Cola de vidrio verde. Los eructos son bienvenidos. Es una forma de demostrar nuestra satisfacción con el ágape improvisado. La sonrisa de los amables bereberes es una constante durante nuestra estancia en tierras del antiguo Protectorado Español. Muchos de nuestros confidentes dominan el francés, el bereber, el árabe y también, el castellano. “En la Guerra de 1923 muchos soldados de España se enamoraron y crearon su familia aquí y no llegaron a regresar a su país… Algunos viajaron a arreglar sus papeles, pero volvieron al Rif. Casi todos tenemos antepasados españoles. En muchas casas que afloran como setas en estos montes hablamos el bereber y el español como lenguas maternas…”.
La resina se prensa para formar una bola o una tableta de hachís, contiene proporcione más considerables de canabinoles que la marihuana
El uso del hachís, habitual en el Medio Oriente, se propagó a Europa en el siglo XVIII. La palabra ‘hashís’ o hachís, que es la palabra ya castellanizada, proviene de los ‘hassassins’, miembros de una secta famosa por sus asesinatos y vinculada al uso de este psicofármaco. Al hachís también se le llama ‘hash’ en México, aunque es menos común encontrarlo. En España en cambio es de lo más común, mucho más que la marihuana seca y se le llama ‘chocolate’, ‘china’ o ‘polen’. Un cigarro elaborado con tabaco y hachís es un ‘porro’ o ‘canuto’. Y la persona que lo ha consumido, está ‘colocado’ o ‘emporrado’.
El hachís es una pasta hecha con la resina prensada que segrega la parte florida del cáñamo hembra, (los llamados cogollos). Dicha resina tiene un color café intenso y generalmente se presenta comprimida en forma de pequeños bloques. Se elabora extrayendo la resina de la marihuana seca con ayuda de un cedazo. La marihuana se agita dentro de un tamiz hasta que la resina atraviese los agujeros de la malla toda vez separada de la materia vegetal. Esta resina se prensa para formar una bola o una tableta de hachís. Este contiene proporciones mucho más considerable de canabinoles que la marihuana. El hachís puede cortarse con goma arábiga, henna, leche condensada, clara de huevo, restos de plantas, cenizas, cera, parafina, aceites y sustancias similares. Para detectar la adulteración puede hacerse uso de una boquilla indicada para reducir la nicotina y alquitranes del tabaco. Cuando el hachís está adulterado basta una fumada para obstruir por completo el filtro de la boquilla.
Los trinos no pueden disimular cierta dosis de ‘kief’, la felicidad absoluta del maldito Baudelaire, los pájaros no paran de cantar en Ketama
En sus “Paraísos artificiales”, el poeta maldito parisino Charles Pierre Baudelaire, llamado así debido a su vida bohemia y excesos, describe sus experiencias personales con el hachís… “Primero se apodera de vosotros una cierta hilaridad absurda e irresistible. Las palabras más vulgares, las ideas más simples cobran una fisonomía extraña y nueva… A veces, ciertas personas totalmente ineptas para los juegos de palabras improvisan series interminables de tales juegos, de combinaciones de ideas absolutamente improbables, que desconcertarían a los maestros más duchos de este arte absurdo… La segunda fase se anuncia por una sensación de frescor en las extremidades y una gran debilidad… Los sentidos adquieren una finura y una agudeza extraordinarias. Los ojos descubren el infinito. El oído percibe los sonidos más tenues e medio de los más agudos ruidos. Comienzan las alucinaciones.
Los objetos exteriores cobran apariencias monstruosas Se os revelan bajo formas desconocidas hasta entonces. Luego se deforman, se transforman y finalmente entran en vuestro ser o vosotros entráis en ellos. Se dan los equívocos más singulares, las transposiciones de ideas más inexplicables. Los sonidos tienen color, los colores tienen música. Las notas musicales son números y resolvéis con vertiginosa rapidez prodigiosos cálculos aritméticos a medida que la música se desarrolla en vuestro oído. Estáis sentados y fumáis; pero os creéis sentados en vuestra pipa y que es a vosotros a quien la pipa fuma; sois vosotros los que os exhaláis en forma de nubes azuladas… Las proporciones del tiempo y del ser se hallan descompuestas por la innumerable multitud y la intensidad de las sensaciones y de las ideas. En el espacio de una hora se viven varias vidas de hombre… De vez en cuando la personalidad desaparece. La objetividad… llega a ser tan fuerte que os confundís con los seres exteriores… La tercera fase… es algo indescriptible. Se trata de lo que los orientales llaman kief, la felicidad absoluta. Ya no es algo turbulento y tumultuoso. Es una beatitud tranquila e inmóvil. Todos los problemas filosóficos están resueltos. Todas las cuestiones arduas con las que luchan los teólogos y que desesperan a la humanidad razonante son ahora límpidas y claras. Toda contradicción se ha convertido en unidad. El hombre recibe un ascenso y se hace Dios…”
Si decide darse una vuelta por Fez, el viaje de esta ciudad hasta Ketama en un autobús de línea, un viejo, destartalado y casi fundido ‘Mercedes’, le permite adentrarse en el Marruecos profundo y ver unos paisajes apasionantes: valles semidesérticos que se convierten, en cuestión de minutos de lenta marcha, en interminables bosques, con mil y un verdes, con árboles más propios de otros lares mucho más septentrionales, y donde los pájaros no paran de cantar. Hace más de treinta años eso me llamó la atención. Los trinos no pueden disimular cierta dosis de ‘kief’, la felicidad absoluta, a la que hacía referencia el maldito Baudelaire. En Ketama, hoy, también, los pájaros no paran de cantar.
Guadalquivir, el río del hachís, toneladas se ‘pasean’ desde el Ketama marroquí hasta Sevilla, y de la ciudad andaluza al resto del mundo, incluido México, solo se intercepta un 20% del cannabis de Al Ándalus.
@SantiGurtubay
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