Cada aniversario de la Revolución Mexicana escuchó o veo en alguna parte que alguien expresa la necesidad de hacer otra revolución ante la situación actual del país. Si bien esa opinión suele reflejar una visión idealizada de dicho movimiento armado, no olvidar que desangró profundamente a nuestra nación durante los 10 años que duró, es real que la sociedad se transformó profundamente en las décadas posteriores al conflicto armado. ¿Es necesario otra guerra similar? Sin duda haría más daño que bien, pero si coincido en la imperiosa necesidad de un cambio, inclusive drástico. México se encuentra más de tres décadas atrasado en desarrollo económico, tecnología, distribución de la riqueza, educación y por supuesto política. Se requiere de algo intenso que logre impulsarnos de tal manera que logremos recuperar parte del tiempo perdido. Después de la revolución nuestro país tuvo ese impulso, cambiando en pocas décadas, se debió en parte a que dicho movimiento social generó una visión de nación en que la mayoría coincidían. Una visón que mezclaba economía y política.
Uno de los legados importantes de la Revolución de 1910 fue que generó un proyecto de nación. No era muy original, provenía de las lecturas de autores de la ilustración francesa y española, de los liberales mexicanos del siglo XIX y en menor medida de los anarquistas y socialistas europeos, pero fue un proyecto que tuvo consenso. Consistió en un estado fuerte, benefactor y paternalista, en donde tuvieron un espacio importante los sindicatos, lo que fue un gran avance para la época. Una sociedad urbana, en contraposición al casi 90 % que vivía en el campo en 1910. Y lo más trascendente, arte inspirado en vernos a nosotros mismos, con un buen filtro occidental pero con suficiente de nuestro pasado indígena. Nacionalismo cultural, estado corporativo, urbanismo e industrialización dirigida por el gobierno, fue el proyecto de los regímenes posrevolucionarios. Treinta años después, el cine mexicano de exportación confirmaba el milagro socioeconómico.
En América Latina cargamos el enorme peso del sueño del Estado benefactor y corporativo como el ideal de gobierno que nos conducirá a la vida que anhelamos, pero esto es una ilusión, solo funciona en el corto plazo como ha probado la historia económica en múltiples ocasiones. Eso sucedió en nuestro país, para los años sesenta del siglo XX y sobretodo en la década siguiente, el Estado posrevolucionario estaba en crisis. Había acumulado demasiado poder, creo una crisis económica de grandes proporciones, se hacía cada vez más autoritario y sobre todo, con un déficit democrático impresionante.
A finales de los años ochenta el proyecto posrevolucionario se había agotado y la élite gobernante adoptó el neoliberalismo que proponían los estadounidenses como tendencia económica. El enorme Estado de bienestar, corporativo, clientelar y conductor de la economía se vio drásticamente disminuido de un día para otro, junto con el sueño de una sociedad más igualitaria. Pero tampoco se estableció un nuevo proyecto, una sociedad más individualista, que tuviera como eje la libre empresa de acuerdo a la lógica neoliberal, inclusive una cultura del consumismo, esto nunca se materializó. En su lugar se quedó la falta de democracia, el individualismo, pero sin una cultura del emprendimiento y mucho menos de la innovación tecnológica. Capitalismo de cuates ha denominado la politóloga Denisse Dresser al sistema mexicano, economía extractiva la llaman expertos internacionales, cleptocracia (gobierno de ladrones) la califican otros, en ningún caso un proyecto político económico con rumbo. La propuesta norteamericana aplicada por una clase gobernante que había acumulado demasiado poder durante décadas resulto un desastre, nuestro país nunca no fue plenamente neoliberal, pero tampoco fue ningún otro modelo, desapareció cualquier visión a futuro, cualquier gran sueño por construir.
La Real Academia de la Lengua entre otras definiciones dice que revolución es: “Cambio profundo, generalmente violento, en las estructuras políticas y socioeconómicas de una comunidad nacional.” Eso es lo que si hace falta, un cambio profundo y como todos estos, debe empezar en la mente de los integrantes de dicha comunidad nacional. Hay que empezar por construir un nuevo proyecto de nación. En donde de economía extractiva pasemos a economía inclusiva, mixta. De Estado benefactor a Estado regulador de múltiples empresas. De educación deficiente, enfocada a capacitar, a educación enfocada a pensar, investigar, innovar y vivir de acuerdo al bien común. De la compra de votos y la ficción democrática a una democracia plenamente participativa. De inseguridad al predominio de la ley. De indiferencia e irresponsabilidad al verdadero nacionalismo. Estoy convencido de que no se requiere la violencia para esta transformación, pero si un cambio radical de visión, esto toma tiempo, pero es un primer paso necesario, sin tener claro un rumbo nunca empezaremos a transitar por ese México en el que queremos vivir, si es necesario otra revolución, una revolución de las ideas.