Un siglo después, en tierras del Caribe, muy lejos de la Andalucía y del País Vasco, las Españas de Antonio Gala y Miguel de Unamuno, nos encontramos con una novela del escritor Leonardo Padura, “El hombre que amaba a los perros”, donde su protagonista Iván, aspirante a escritor y ahora responsable de un paupérrimo gabinete de veterinaria de La Habana, recuerda sus encuentros con un solitario personaje que solía pasear por la playa en compañía de dos galgos. Merced a las confidencias de ese hombre, Iván pue de reconstruir las trayectorias vitales del ruso León Trotsky y de su asesino, el catalán Ramón Mercader, de cómo se convirtieron en víctima y verdugo de uno de los crímenes más reveladores de la historia. Muchas cosas les separaban pero había algo que les unía tanto a la víctima, como al asesino y al ‘relator’ cubano, Leonardo Padura: su amor por los perros; en el Aeropuerto de Cancún, dos empleados cubanos de Taca Airlines, ‘resucitan’ a un perrito fumigado, el otro ‘Cuento de Navidad’ de Charles Dickens
Diversos escritores, a lo largo del mundo y de las épocas, reflejan en sus obras su experiencia a la hora de compartir su vida con un perro. Recuerdo que para los jóvenes antifranquistas españoles Antonio Gala y su libro “Charlas con Troylo”, era una referencia ‘militante’. Esta obra es una clásica de la editorial Espasa Calpe, en la España en ‘transición’. No puede ser más elocuente el escritor andaluz al dirigirse a su adorado can: “En los últimos diez años Troylo, ¿qué no hemos compartido? Más sabes tú de mí que quienes me rodean, más que los periódicos, que mis comedias, más que mis poemas donde parece que se vierte como en un vaso de cristal, el alma”;
En una de sus columnas periodísticas, Gala hacía la siguiente reflexión: “Me es muy difícil concebir a un niño sin un perro; sin la responsabilidad de hacerse cargo de él; sin la conversación secreta y cómplice entre ambos; sin la jadeante espera del animal a su menudo amo, que crece junto a él rodeado de un respeto fervoroso, devoto y jaranero. No encuentro mejor forma de educar a un niño que la de encomendarle el perro que él elija, para que aprenda a su través de imprescindibles lecciones del deber y de la solidaridad”.
Estas ‘guataquerías’ (halagos, en Cuba) hacia los perros por su fidelidad hacia el hombre, resultan, a veces, en otros ‘pseudocolumnistas’, hasta ‘cursis’, pudiendo ser en muchas ocasiones, reflejo de unas más que deficientes, incluso hasta psiquiátricamente preocupantes, ‘relaciones humanas’ de los autores. Mención aparte, rompiendo esas ‘obsesiones compulsivas caninas’, la literatura española del siglo pasado nos ha dejado una conmovedora “oración fúnebre por modo de epílogo” del escritor vasco Miguel de Unamuno en su novela “Niebla”. Lo dedicó, no a los protagonistas principales -como era algo habitual por entonces y hasta obligatorio-, sino al perro Orfeo, “en favor del que más honda y sinceramente sintió la muerte de Augusto”, el personaje central de su ‘nivola’. Me sorprendió en mi juventud descubrir este ‘epílogo unamunoniano’, precedido de otra, si cabe, no menor genialidad del que fuera rector de la Universidad de Salamanca, algo revolucionario en la novela demasiado realista de la Generación del 98 en España: el cabreo del protagonista contra su autor, cuando éste decide ‘matarlo’.
“¡Don Miguel, por Dios, quiero vivir, quiero ser yo!”. “¡No puede ser, pobre Augusto, no puede ser! -le responde Miguel Unamuno-. Lo tengo ya escrito y es irrevocable; no puedes vivir más. No sé qué hacer de ti. Dios, cuando no sabe qué hacer de nosotros, nos mata. Y no se me olvida que pasó por tu mente la idea de matarme”. “¿Conque no lo quiere? ¿Conque he de morir ente de ficción? -pregunta Augusto Pérez el personaje de ‘Niebla’Pues bien, mi señor creador don Miguel, también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de la que salió…. Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos; todos, si quedar uno. Entes de ficción como yo; lo mismo que yo. Porque usted, mi creador, no es más que otro ente ‘nivolesco’, y entes ‘nivolescos’ sus lectores, lo mismo que yo, que Augusto Pérez, su víctima…”. Miguel de Unamuno exclama: “¿Víctima?”. “¿Crearme para dejarme morir!…”, le contesta Augusto Pérez. “Este supremo esfuerzo de pasión de vida -justifica Miguel de Unamuno a su personaje de ficción-, de ansia de inmortalidad, le dejó extenuado al pobre Augusto…”.
Suele ser costumbre al final de las ‘nivolas’, y luego que muere o se casa el héroe o protagonista -en este caso de “Niebla”, Augusto Pérezdar noticia de la suerte que corrieron los demás personajes. Miguel de Unamuno hizo una excepción y es en favor del que más honda y sinceramente sintió la muerte de Augusto, que fue su perro, Orfeo. Orfeo, en efecto, encontróse huérfano… Cuando saltando en la cama olió a su amo muerto, olió la muerte de su amo, envolvió a su espíritu perruno una densa nube negra. Tenía experiencia de otras muertes, había olido y visto perros y gatos muertos, había matado algún ratón, había olido muertes de hombres, pero a su amo lo creía inmortal. Porque su amo era para él como un dios… “¿Dónde se fue mi amo?, ¿dónde el que me acariciaba, el que me hablaba?…”, escribe Miguel de Unamuno. “¡Qué extraño animal es el hombre! Nunca está en lo que tiene delante. Nos acaricia sin que sepamos por qué y no cuando le acariciamos más, y cuando más al él nos rendimos nos rechaza o nos castiga. No hay modo de saber lo que quiere, si es que lo sabe él mismo. Siempre parece estar en otra cosa que en lo que está, y ni mira a lo que mira. Es como si hubiese otro mundo para él. Y es claro, si hay otro mundo, no hay éste…”.
‘Nivola’ es un neologismo creado por Miguel de Unamuno para referirse a sus propias creaciones de ficción narrativa, para representar su distancia con respecto a la novela realista imperante a finales del siglo XIX. El término ‘nivola’ aparece por primera vez como subtítulo de la obra “Niebla”, del propio Unamuno. Con esta denominación, el escritor bilbaíno quería expresar su rechazo hacia los principios dominantes en la novela realista: la caracterización psicológica de los personajes, la ambientación realista, la narración omnisciente en tercera persona.
Muchas cosas, escenarios tiempos, ideologías les separaban a los protagonistas, pero les unía su amor por los perros
Un siglo después, en tierras del Caribe, muy lejos de la Andalucía y del País Vasco, las Españas de Antonio Gala y Miguel de Unamuno, nos encontramos con una novela del escritor Leonardo Padura, “El hombre que amaba a los perros”, donde su protagonista Iván, aspirante a escritor y ahora responsable de un paupérrimo gabinete de veterinaria de La Habana, recuerda sus encuentros con un solitario personaje que solía pasear por la playa en compañía de dos galgos. Merced a las confidencias de ese hombre, Iván pue de reconstruir las trayectorias vitales del ruso León Trotsky y de su asesino, el catalán Ramón Mercader, de cómo se convirtieron en víctima y verdugo de uno de los crímenes más reveladores de la historia. Muchas cosas les separaban pero había algo que les unía tanto a la víctima, como al asesino y al ‘relator’ cubano, Leonardo Padura: su amor por los perros.
La novela sobre León Trotsky de Leonardo Padura que trata de los años de la “derrota” de Trotsky, y que tiene como punto máximo su terrorífico asesinato en Coyoacán, México; está teniendo un gran impacto, a nivel internacional. Su edición francesa acaba de ser presentada en París a sala llena. ¿Las razones de tal acogida? Por un lado, sin duda la fuerza literaria del relato, tal y como directamente lo han testificado mis amigos amantes de la literatura, como son Lilia Arellano, Jorge González Durán y Antonio Callejo. El libro llegó a mis manos, regalo de Lilia Arellano, directamente de la Librería Gandhi, de Malecón Las Américas, muy cerca del “Maccafé”, escenario de tertulias casi diarias, finalizado el programa que dirige en Radio Caribe, “Desde el Café”, Jorge Gonzalez Durán. “Desde el Café” se emite todos los días de lunes a viernes, por la 106.7, por las mañanas, de 10 a 11. Por otra parte, quizás, el hecho de que la “utopía”, tal y como denomina Padura al socialismo, no está muerta.
En mi caso, he pasado el libro de Padura a algunos de mis amigos, quienes se lo han devorado, uno de ellos la leyó prácticamente de un tirón en tan solo tres días con sus noches, y me han comentado, sin ser ellos de ideología trotskista ni mucho menos militantes, que es lo mejor que han leído por muchos años. Uno de mis ‘colegas’ me dijo que es la historia del siglo XX, el otro no pudo parar de leer pues aunque ya sabía cuál iba a ser su desenlace, la construcción de la trama propia de la novela negra, lo sedujo hasta el punto de lo que he dicho: no podía soltar el libro.
Trotsky mostró más cariño por sus perras Maya y Azteca que por sus conciudadanos a quienes reprimió como comisario de Asuntos Militares
Se ha dicho que Trotsky fue prácticamente una máquina de la revolución y de la teoría. El profesor francés Jean-Jacques Marie, en su reciente biografía sobre este líder expone la dificultad y hasta la torpeza, que caracterizaron al revolucionario sin fronteras, para expresar sentimientos, rasgos psicológicos que se le formaron desde sus años de infancia y adolescencia. En terminología posmoderna, lo que se hoy se llamaría “inteligencia emocional” no fue el fuerte de Trotsky. De acuerdo con esto la inteligencia de Trotsky era puramente intelectual, es decir, muy eficiente y profunda en términos de clasificación de ideas, tanto expresadas por medio de textos o de discursos orales.
Trotsky fue uno de los organizadores clave de la Revolución de Octubre, que permitió a los bolcheviques tomar el poder en noviembre de 1917 en Rusia. Durante la guerra civil sub siguiente, desempeñó el cargo de comisario de asuntos militares. Negoció la retirada de Rusia de la Primera Guerra Mundial mediante la Paz de BrestLitovsk. Tuvo a su cargo la creación del ejército rojo que consolidaría definitivamente los logros revolucionarios venciendo a catorce ejércitos extranjeros y a los ejércitos blancos contrarrevolucionarios durante la guerra civil rusa; fue condecorado con la Orden de la Bandera Roja. Posteriormente, se enfrentó política e ideológicamente a José Stalin, liderando la oposición de izquierda, lo que le causó el exilio y posterior asesinato. Tras su exilio de la Unión Soviética, fue el líder de un movimiento internacional de izquierda revolucionaria identificado con el nombre de trotskismo y caracterizado por la idea de la ‘revolución permanente’.
Pero volviendo al tema de los sentimientos individuales, no los sociales, al parecer Trotsky sufrió de serias limitaciones para desplegarlos, lo que le afectó tanto en sus relaciones familiares principalmente con sus hijos, incluyendo a su entrañable Liova, como en la vida militante, donde el bisturí siempre lo dirigió “eficientemente”, sin detenerse en mayores consideraciones sentimentales. Leonardo Padura recalca que Trotsky sí tenía sentimientos y estos se expresaron ampliamente hacia los perros. Es Maya, la perra quien lo está acompañando en su primer frío destierro en Alma Atá. Y es Azteca, el perro de ‘raza indefinida’ rescatado en una calle de Coyoacán, quien lo despide tras su asesinato. Azteca ha sido un regalo de la pareja Trotsky para su nieto, Sieva Vólkov de tan solo 11 años, último y precario sobreviviente de la carnicería estalinista y quien concentraba casi todo el amor del abuelo.
André Breton le recordaba al asesinado en Coyoacán que a través de los perros nos relacionamos con otras personas de una manera sentimental
La novela de Padura relata estos tremendos años de derrota y destierro de Trotsky. Como se sabe, el otro gran biógrafo del líder revolucionario fue el escritor polaco Isaac Deutscher, quien tituló el segundo tomo de su trilogía, “El Profeta Desarmado”, y el tercer tomo, “El Profeta Desterrado”. En “El hombre que amaba los perros”, se novelan estos dos tomos. El sentimiento individual probablemente casi desaparece al fragor de la lucha social; más bien es el sentimiento social el que se magnifica pues individuo e historia se unifican; máxime cuando se es Trotsky, y que es quien lleva las riendas de la historia. Pero, cuando de derrota profunda se trata, y esta se expresa en exilio que a su vez a menudo significa largos meses de aislamiento, invierno lacerante, peligro de atentados, muertes de sus allegados; el refugio y la consolación individual adquieren gran relieve pues es donde, como dice el saber popular, se conocen los verdaderos amigos; ¿se conocen los perros?
Además, los perros pueden ser transmisores de sentimiento, no solamente porque se humaniza a los perros, como le dijo André Breton a Trotsky en una de sus deliciosas veladas en Coyoacán cuando escribían el segundo manifiesto surrealista, sino, porque a través de los perros nos relacionamos con otras personas de una manera sentimental, ya sea por que alabemos su forma de correr o nos entristezcamos por su salud y tales eventos los compartamos con otras personas que nos comprenden y entienden nuestro sentimiento y a la vez nos retroalimenten con material perruno, que a veces trasciende a la propia marcha de nuestras vidas. André Breton era escritor, poeta, ensayista y teórico del Surrealismo, reconocido como el fundador y principal referente de este movimiento artístico.
La familia y la Guerra Civil Española recortaron el amor que el asesino Mercader sentía por sus perros Santiago, Cuba y Churro
La paradoja del relato, es que el asesino de Trotsky, Ramón Mercader, también amaba a los perros. Pero ese amor no fue libre, siempre fue recortado y mediado. En el seno de su vida familiar en Barcelona, en razón de la crisis familiar que llevó al divorcio de sus padres, debió separarse sus dos únicos amigos confiables, Santiago y Cuba, dos labradores regalados por el abuelo materno. Después vino la Guerra Civil, donde Ramón de la mano de su enferma madre se hizo devoto militante estalinista. La presión ideológica maternal le llevó a dar un tiro a su otro can, Churro. El objetivo no era otro que el templar los sentimientos a su hijo y en cierta manera irle preparando para el asesinato. Este será el contexto donde se le propone entregar su vida a los planes de la OGPU o Directorio Político Unificado del Estado, policía política de la entonces Unión Soviética, de asesinar a Trotsky. Adquiere entonces la personalidad de Jacques Mornard, un supuesto burguesillo belga sin perro.
Luego del asesinato, le tocarán 20 años de vida de perros en las tres cárceles mexicanas donde cumplió con su condena Después de lo cual viajará a Moscú, donde vivirá medio escondido entre los agentes en desgracia de la KGB, así como de los exiliados comunistas españoles, quienes lo saben cómo uno de los suyos, pero no le tienen confianza. Finalmente pasará sus últimos calamitosos días en Cuba, viviendo prácticamente clandestina y bajo otra identidad. Se pasea como una sombra en una playa solitaria acompañado por dos hermosos borzois.
En Cuba se podría decir que Mercader recuperó el sentimiento por los perros, pero como sentimiento recortado pues su vida sumergida no le permite congraciarse libremente con nadie para hablar y soltar toda la mierda que siente que lleva por dentro, la conciencia cada vez más lúcida de que simplemente fue objeto de un frío crimen burocrático, que desembocó en el asesinato de la personificación pura de la utopía, León Trotsky. La mala conciencia que le lacera la mano que empuñó el piolet, el grito profundo y denunciante de Trotsky no le dejan en paz. Pero en fin su confesión se va vertiendo ante un escritor isleño que también sabe de perros. En tal sentido el sentimiento comunicativo de que son intermediarios los borzois, perros lobos rusos, similares a los galgos, empieza a descargarse. Los perros no se paran a pensar que tan héroe o criminal es su dueño; simplemente se manifiestan fieles. Lo que no es perro, son los sentimientos de sus dueños, sentimientos de los cuales a veces los inocentes perros no son más que intermediarios que permiten relacionar unas personas con otras.
La utopía sigue causando grandes y hermosas emociones, como lo es justamente esta novela de Leonardo Padura, quien sin ser trotskista, hace justicia a la historia y nos permite conocer a este líder orgulloso en sus años de ‘gloria’ y humano en sus ‘desarme’ y ‘destierro’, con sus luces y sus sombras., y sus perros. Ni que decir tiene que Leonardo Padura ama también a los perros. No podía ser de otra manera, pues quien vive en cualquier barrio habanero no tiene más remedio que amarlos. Ellos pasean por sus calles tranquilos, con la seguridad que les da el saber que son respetados y amados. La Habana es una ciudad donde se ama a las personas, a los niños, a las mujeres, a los ancianos… y se ama también a los perros. No hay lugar para una corrida de toros. En la década de los noventas un viceministro de Agricultura planteó el instaurar este tipo de festejo, tras compartir más de una cena en El Floridita o la Bodeguita del Medio con un grupo de empresarios españoles. Dimitió de su cargo oficial en apenas unos días. El maltrato animal es rechazado socialmente. Puedo dar fe de ello tanto en Santa Fe como en El Vedado.
Leonardo Padura vive en el barrio de Mantilla, el mismo en el que nació. Al preguntarle por qué no puede dejar la ciudad de las columnas de Alejo Carpentier, afirma, sin dudas, con uno de sus perros canelos siempre presentes, a modo de ‘intermediarios’… “Soy una persona conversadora. La Habana es un lugar donde se puede siempre tener una conversación con un extranjero en una parada de guaguas”. O en una playa, con un antiguo Héroe de la Unión Soviética, poco antes de que muriera de cáncer en 1978. Está enterrado en el cementerio moscovita Kúntsevo, bajo un nombre falso Ramón Ivánovich López (Рамон Иванович Лопес). También tiene un lugar de honor en el museo del KGB de Moscú. “El hombre que amó a los perros”, quizás es el epitafio que falta en su tumba. No importa. Leonardo Padura lo ha dado a conocer a través de su obra distribuida por Tusquets en México y en Latinoamérica. Google, Twitter, Facebook…, y la Red están apoyando al ‘relator’ cubano.
Londres, 22 de agosto de 1940. Agencia TASS de la Unión Soviética. “La radio londinense ha comunicado hoy que en un hospital de México murió León Trotsky, a los 63 años de edad, de resultas de una fractura de cráneo producida en un atentado perpetrado el día anterior por una persona de su entorno más inmediato”.
En el aeropuerto de Cancún, dos cubanos de Taca Airlines, protagonizaron una delirante ‘resurrección’ de un perrito fumigado
Coincidiendo con el éxito de “El hombre que amaba a los perros’, dos empleados de TACA Airlines, que trabajan en el Aeropuerto de Cancún, forzados por las circunstancias tuvieron que sumarse a ese club de “Los hombres que amaban a los perros”. Los dos tienen perros en sus casas. Su amor por ellos quedaron opacados por el que tuvieron que demostrar ante un ‘caniche’ en su puesto de trabajo. Son los encargados del equipaje de esta empresa de aviación centroamericana. Un día, su jefe se les acercó para informarles que la madre de uno de los máximos directivos de TACA Airlines, era de llegar a Cancún al día siguiente y le tenían que der un servicio ‘VIP’. Nada más aterrizar el avión, el cubano Abel y su compañero, se pusieron en función de la mamá de uno de ‘los que más mean’ (jefe, en Cuba) en la firma. Antes de dirigirse donde los viajeros, decidieron fumigar la carga y la nave, como mandan los cánones de salud pública. Enseguida dieron con la ilustre viajera. “¿Dónde está mi jaula con mi perrito?”, les preguntó.
“Mamá cumple cien años”, la película del español Carlos Saura, con Rafaela Aparicio como principal protagonista, parecía que se estaba rodando en esos momentos en el Aeropuerto de Cancún. Una ola de aire frío les dejó ‘helados’ a los empleados, sabedores que habían fumigado la carga y no se habían percatado de la jaula con el perrito. Temerosos de lo peor, le convencieron a la madre para que regresara al día siguiente. Ellos se encargarían de cuidar a su perrito. Milagrosamente fue aceptada su coyuntural y forzada propuesta.
Inmediatamente se dirigieron a la bodega del avión. Allí estaba la jaula, pero con el ‘caniche’ muerto. Sin tiempo que perder decidieron salir pitando hacia el centro de ciudad. Se dirigieron a “Mundo animal”, en la Plaza Avenidas. Tuvieron suerte. Había un perro -no se acuerdan de la raza en concretoigualito al difunto. Lo compraron sin regatear un peso su precio. Regresaron a su puesto de trabajo y lograron ‘colocar’ al nuevo animalito vivito y coleando en la jaula. El cadáver fue retirado y arrojado a un contenedor de basura del mismo aeropuerto. La situación fue tan tensa y desgastante que optaron por quedarse en las oficinas de TACA Airlines hasta que llegase la mamá.
Minutos después de las ocho de la mañana llegó la dueña del perrito. Ellos le esperaban con la jaula y el nuevo inquilino, con una sonrisa ‘Colgate’… Cuando todavía les separaban no menos de cincuenta metros, la mamá les gritó, mientras corría hacia ellos: “Ese no es mi perrito. Mi perrito estaba muerto. Yo le transporté muerto. Les mentí a los aduaneros señalándoles que le había dado una pastilla tranquilizante. Yo tengo una casa en Cancún y quería enterrarla en el jardín…”. La pesadilla desatada el día anterior y que parecía haber quedado resuelta horas atrás, tenía un segundo y más perverso nudo. El cubano Abel se quedó a dialogar con la propietaria del ‘caniche’, mientras el otro trabajador ‘voló’ hasta el contenedor de basura para recuperar el cadáver. Afortunadamente el cuerpo sin vida estaba todavía allí, debajo de decenas de latas de Coca Cola, Fanta, Pepsi, Mirinda…, y bolsas de Sabritas… Trasladado el cadáver, éste fue recogido por su dueña para recibir sepultura. Sin mediar más diálogos la agraviada se llevó también al nuevo can. Este les costó nada menos que 8.000 mil pesos mexicanos.
El director de Cancún de la compañía les dio las gracias, máxime cuando se enteró del film no lejano a un suspense de Alfred Hitchcock, protagonizado por sus dos operarios. Nadie les preguntó sobre el precio del nuevo perrito. No les importó. Merecía la pena el esfuerzo, pues había que atenderle bien a la mamá de uno de los dueños de TACA Airlines. El puesto de trabajo no podía peligrar tampoco, hay que ser sinceros. “La cosa está mala también en México…”, comentaba Abel, con el argot de su Cuba natal. He intentado durante muchos años que me expliquen los vecinos de La Habana que es ‘la cosa’. Esta es una batalla, al menos hasta ahora, imposible en la isla revolucionaria de Fidel Castro. Entre los habaneros son ya muchos, hartos también de esta incógnita, los que han llegado a colocar en sus casas un cartel dirigido a sus visitantes. El lema, taxativo: “Prohibido hablar de la cosa”. Abel y su compañero pertenecen, después de protagonizar este enredo muy al estilo del manchego universal Pedro Almodóvar en nuestro Aeropuerto de Cancún, a la saga de los Trotsky, Mercader y Padura, la de “Los hombres que amaban a los perros”.
‘Los hombres que amaban a los perros’, el ruso León Trotsky y su asesino catalán Ramón Mercader. Un siglo después, en tierras del Caribe, muy lejos de la Andalucía y del País Vasco, las Españas de Antonio Gala y Miguel de Unamuno, nos encontramos con una novela del escritor Leonardo Padura, “El hombre que amaba a los perros”, donde su protagonista Iván, aspirante a escritor y ahora responsable de un paupérrimo gabinete de veterinaria de La Habana, recuerda sus encuentros con un solitario personaje que solía pasear por la playa en compañía de dos galgos. Merced a las confidencias de ese hombre, Iván pue de reconstruir las trayectorias vitales del ruso León Trotsky y de su asesino, el catalán Ramón Mercader, de cómo se convirtieron en víctima y verdugo de uno de los crímenes más reveladores de la historia. Muchas cosas les separaban pero había algo que les unía tanto a la víctima, como al asesino y al ‘relator’ cubano, Leonardo Padura: su amor por los perros; en el Aeropuerto de Cancún, dos empleados cubanos de Taca Airlines, ‘resucitan’ a un perrito fumigado, el otro ‘Cuento de Navidad’ de Charles Dickens.