Woody Allen, el cine como terapia, el director neoyorquino, probablemente el hipocondríaco más famoso del mundo, evita el ‘diván’ a sus seguidores de Cancún y Riviera Maya, ‘Men of crisis: The Harvey Wallinger story’, feroz parodia de Nixon y Kissinger, imprescindible para estos tiempos de quereres y miserias electorales
Woody Allen no tiene secretos para los espectadores. Después de más de cuatro décadas viendo sus películas, conocemos perfectamente sus preocupaciones y obsesiones; cuáles son sus miedos; qué es lo que piensa de los hombres y de las mujeres; del amor y de Dios. A pesar de eso, cada nuevo largometraje que estrena se convierte en una cita imprescindible para millones de aficionados que acudimos al cine para ver cómo se encuentra ese viejo y entrañable amigo. Y volver a disfrutar de sus más moderrnos títulos -‘Vicky Cristina Barcelona’, ‘Medianoche en París’, ‘A Roma con amor’, ‘Jazmín azul’, ‘Magia a la luz de la luna’ y la del 2015, todavía por estrenar, ‘Irrational Man’- supone un agradable reencuentro que inevitablemente nos deja dibujado en el rostro una sonrisa o una sonora carcajada. Porque siempre nos sorprendemos recordando un viejo gag o al descubrir un guiño o un gesto que nos había pasado desapercibido.
En tiempos como los que vivimos estos días en México, de quereres y miserias electorales, con asesinatos incluidos, impunes hasta el momento, el genio de Manhattan vuelve a estar de actualidad. Esta vez, no por su estreno de todos los años sino por ‘Woody Allen: el documental’, un recorrido por algunas de sus mejores películas, o, lo que es lo mismo, un paseo por sus obsesiones: Nueva York, las relaciones de pareja, el sentimiento de culpa, la muerte… Un director que bebiendo de los directores europeos Federico Fellini, Ingmar Bergman, y también de comediantes comoBob Hope y Groucho Marx, ha mezclado influencias que parecían imposibles de combinar.
El 1 de diciembre Woody Allen cumplió 79 años pero lejos de pensar en la jubilación, mantiene su habitual ritmo de trabajo. Es también guionista, actor, músico, dramaturgo, humorista y escritor estadounidense. Ha sido ganador del premio Óscar en cuatro ocasiones. Es uno de los directores más respetados, influyentes y prolíficos de la era moderna, ha producido desde 1969 un total de 45 películas, una cada año. Allen dirigió, escribió y protagonizó ‘Annie Hall’, película considerada por muchos como una de las mejores comedias de la historia del cine, y la cual recibió el premio Óscar al Mejor director en 1977. Mantiene una gran amistad con su primera ‘musa’ y ex pareja, Diane Keaton.
“Toda mi vida ha consistido en luchar contra las depresiones, los terrores y ansiedades, soy un enfermo hospitalario haciendo trabajos manuales”
Para Woody Allen, el cine es algo más que un oficio o un arte. Es una especie de terapia: “Toda mi vida ha consistido en luchar contra las depresiones, los terrores y ansiedades. Yo soy como esos enfermos en los hospitales a los que ponen a hacer trabajos manuales para que estén más relajados. Pues lo mismo me pasa a mí: escribir, dirigir, editar y elegir la banda sonora me resulta terapéutico”.
Aunque llegó a ingresar en la universidad, no tardaría en abandonarla. Desde muy joven se dedicó a vender chistes a famosos columnistas y cómicos profesionales (Ed Sullivan, Sid Caesar, Jack Paar o Pat Boone). Más tarde escribió sketchs para clubes nocturnos, revistas de Broadway y programas de televisión, desarrollando una comicidad cercana a la de los clásicos Chaplin, Keaton, Lloyd, hermanos Marx y Jerry Lewis. Su primera aparición personal en televisión, en el Tonight Show, le permitió ser descubierto por el productor Charles Feldman, quien le encargó el guión de ‘¿Qué tal, Pussycat?’, una comedia de Clive Donner rodada en 1965 en la que también actuó. Colaboraba, mientras tanto, en revistas como Playboy, The New Yorker y Evergreen. A esa época se remonta su afición al jazz; empezó tocando el saxo y luego se pasó al clarinete.
En 1969 se le presentó la oportunidad de rodar ‘Toma el dinero y corre’, su primer filme como director, estructurado aún como una sucesión de gags. A ésta le siguieron películas como ‘Bananas’ (1971), ‘Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo y nunca se atrevió a preguntar’ (1972), ‘El dormilón’ (1973), o ‘La última noche de Boris Grushenko’ (1975), trabajos que pusieron de manifiesto sus especiales dotes para la sátira. Uno de los méritos de Allen es haber conseguido actualizar la comedia estadounidense, caída en desuso. Su personal estilo y su soltura en la narración propiciarían pronto los grandes éxitos.
En 1972 coprotagonizó, junto a la actriz Diane Keaton, el largometraje ‘Sueños de un seductor’, de Herbert Ross. La interpretación de Woody Allen en esta comedia es uno de los hitos de su carrera. A continuación, Allen y Keaton iniciaron una relación sentimental que se vio reflejada en su participación en diversos filmes, entre ellos el más galardonado de los dirigidos por Allen, “Annie Hall”, que obtuvo el Oscar al mejor director, al mejor guión original (Marshall Brickman y el propio Allen), a la mejor actriz (Diane Keaton) y a la mejor película.
Después de rodar en 1978 el film bergmaniano “Interiores”, en 1979 volvió a la comedia con su obra “Manhattan”, una de las más destacadas de su carrera. Crónica romántica y divertida del ambiente seudointelectual neoyorquino, Allen protagonizaba la película junto con Diane Keaton, Michael Murphy y Mariel Hemingway. Según el propio autor, la fotografía (en blanco y negro) no hace suficiente justicia a la belleza de Hemingway: “Eres la respuesta de Dios a Job”, dice Woody a Mariel en una de las escenas.
Historia de enredo y crónica sentimental entre dos parejas que intercambian amores, Woody Allen da vida en ‘Manhattan’ al guionista de televisión Isaac Davis, enamorado de la adolescente Tracy. Esta relación con una menor escandalizó al público estadounidense y la película fue calificada R, sólo tolerada para mayores. El objetivo de Allen no era crear escándalo, sino rendir homenaje a su ciudad y a su músico, George Gershwin. Manhattan logró el favor de la crítica y obtuvo dos nominaciones al Óscar, mejor guión y mejor actriz secundaria (Mariel Hemingway).
Los trabajos fueron imbuyéndose de su fuerte personalidad, con motivos recurrentes como judaísmo, psicoanálisis y comunicación en la pareja
El personaje de Woody Allen, arquetipo del ciudadano medio estadounidense, es un hombre judío de marcado aire tímido y neurótico, obsesionado por el sexo y el psicoanálisis, y con dificultad para relacionarse con las mujeres: un nuevo tipo cómico que ya había adquirido entidad en “Annie Hall”. Si Chaplin o Marx utilizan disfraces específicos que permiten diferenciar el personaje y la persona, en el caso de Allen ambos forman, aparentemente, un solo individuo. Woody lleva, fuera y dentro del escenario, los mismos pantalones de pana holgados y el mismo suéter gastado, las mismas gafas de montura negra y los mismos zapatos cómodos. Su personaje, un inadaptado obstinadamente juicioso que persevera a pesar de miedos y neurosis, es una divertida creación a partir de una base personal exagerada.
Poco a poco, los trabajos de Allen fueron imbuyéndose de su fuerte personalidad, con motivos recurrentes como el judaísmo, el psicoanálisis y la comunicación en la pareja. En esta línea surgieron, tras ‘Manhattan’, películas ‘La rosa púrpura de El Cairo’ (1985) o ‘Hannah y sus hermanas’ (1986), las dos últimas protagonizadas por Mia Farrow, su nueva pareja tras su ruptura con Diane Keaton a principios de los años ochenta, aunque su relación con esta actriz también llegaría a su fin, en este caso de forma abrupta, hacia 1993.
Durante la década de los noventa, sin perder el humor cáustico que lo caracteriza, las películas de Woody Allen adquirieron un tono más reflexivo y trascendental. ‘Delitos y faltas’ (1990), ‘Misterioso asesinato en Manhattan’ (1993), ‘Balas sobre Broadway’ (1994) y ‘Desmontando a Harry’ (1998) son otras de sus películas más aclamadas. Los títulos de su filmografía del nuevo siglo XXI son ‘La maldición del escorpión de jade’ (2001), ‘Hollywood ending’ (2002), ‘Anything else’ (2003), ‘Melinda y Melinda’ (2004), ‘Match Point’ (2005), ‘Scoop’ (2006) y ‘El sueño de Cassandra’ (2007).
Woody era nuestra referencia juvenil, al igual que los comics de Mafalda del argentino Quino y de los Asterix y Obelix de Uderzo y Goscinny
Woody Allen es además autor de varios libros en los que despliega arrolladoramente su cáustico y archiculto humor, como ‘Getting Even’ (Cómo acabar de una vez por todas con la cultura) y ‘Without Feathers’ (Sin plumas), y de diversas obras de teatro. Yo conservo en mi biblioteca ‘Sin plumas’, uno de los libros más leídos en la España de finales de franquismo, cercana la década de los ochenta. Dios, el sexo, la muerte, las dudas existenciales sobre la vida, todas reflejadas mediante diferentes tipos de textos, como cuentos, pensamientos, reflexiones… fueron el delirio de los jóvenes necesitados de mensajes rompedores, en aquella época de nuestra vida. Estábamos ya hartos de tanta consigna política ligada a los ‘abuelos’ del ya cada día más lejano y cuestionado Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Los considerábamos como los nuevos curas laicos, sin ningún sentido del humor. Todo lo consideraban demasiado trascendental y serio. Estábamos necesitados de mensajes rompedores, contraculturales…
Woody Allen nos lo sirvió en bandeja en sus películas y en sus escritos de ‘Sin Plumas’. Recuerdo que en aquella época. Woody era nuestra referencia, al igual que los comics de Mafalda del argentino Quino y de los Asterix y Obelix de Uderzo y Goscinny. Todavía conservo todas estas colecciones completas, un aire fresco entre tantas obras de materialismo dialéctico e ‘histérico’….
“Mi psicoanalista me advirtió que no saliera contigo, pero eras tan guapa que cambié de psicoanalista”, escribe Allen en ‘Sin plumas’
De las frases se Woody Allen recuerdo algunas como éstas… “Mi cerebro es mi segundo órgano favorito”; “Mi psicoanalista me advirtió que no saliera contigo, pero eras tan guapa que cambié de psicoanalista”; “No quiero alcanzar la inmortalidad mediante mi trabajo, sino simplemente no muriendo”; “El sexo sin amor es una experiencia vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores”; “Nunca debes matar a un hombre, sobre todo si eso significa quitarle la vida”; “El dinero es mejor que la pobreza, aunque sólo sea por razones económicas”; “No es que tenga miedo a morirme, es tan solo que no quiero estar allí cuando suceda”; “Una relación es como un tiburón; tiene que estar continuamente avanzando o se muere. Y me parece que lo que aquí tenemos es un tiburón muerto”; “Para el ejército me declararon inutilísimo. Si hubiera una guerra yo sólo serviría de rehén”; “Me divorcié de mi mujer porque me dejó por otra mujer”; “No creo en una vida posterior, pero por si acaso me he cambiado de ropa interior”; “El dinero no lo es todo, pero es mejor que la salud. A fin de cuentas, no se puede ir a la carnicería y decirle al carnicero: Mira qué moreno estoy, y además no me resfrío nunca; y suponer que va a regalarte su mercancía (A menos que el carnicero sea un idiota)”; “Mis padres no solían pegarme; lo hicieron sólo una vez: empezaron en febrero de 1940 y terminaron en mayo del 43”; “Hay dos tipos de personas: los buenos y los malos. Los buenos duermen bien, pero los malos parece que se lo pasan mejor cuando están despiertos”; “El sexo entre dos personas es una cosa hermosa; entre cinco es fantástico…”; “Sólo se vive una vez, pero una vez es más que suficiente si se hace bien”…
Sigo con unas frases de ‘Sin plumas’, de Woody Allen, quien parece estar en el diván de una psiquiatra lacaniana y argentina, como mandan los para algunos ya caducos cánones freudianos, cuestionados por la neurología ‘cosmética’ de los últimos años y el potencial de terapias emergentes para mejorar cosas tales como eficacia laboral, atención en la escuela, y felicidad total en las vidas personales. Este campo se complica con preguntas acerca de la neuroética, la psicofarmacología y las drogas…
“Nunca había sido capaz de enamorarme -recalcaba Woody Allen, quien añadía- no había encontrado a la mujer perfecta; siempre había algo malo. Y entonces conocí a Doris, una mujer maravillosa, con una gran personalidad. Pero por alguna razón, no me atraía sexualmente, no me preguntes por qué. Luego conocí a Rita, un animal, indecente, problemática. Me encantaba irme a la cama con ella, pero después siempre deseaba volver con Doris. Entonces, pensé, si pudiera poner el cerebro de Doris en el cuerpo de Rita sería maravilloso. Y pensé, por qué no. Así que preparé la operación y todo fue perfectamente, cambié las personalidades e hice a Rita una mujer ardiente, dulce, sexy, maravillosa, madura… Y me enamoré de Doris”.
“Lo paso casi tan mal como la persona enferma de verdad, la única diferencia es un mínimo resquicio de duda, ¿será otra de mis manías?”
¿Hay solución para los hipocondríacos? Javier (nombre ficticio) tiene 48 años, trabaja en publicidad y se considera un hombre inteligente, creativo y bastante cuerdo. Y, sin embargo, una fuerza irracional en su interior le lleva por la calle de la amargura: vive en el convencimiento permanente de que tiene una enfermedad grave. En el último año, ha notado molestias abdominales “dos dedos por debajo del ombligo y a la derecha”, temblores en las manos, una especie de “descargas eléctricas” en muñecas y codos, un extraño zumbido en los oídos, presión en el pecho, pinchazos en un punto concreto de la espalda (cerca del omóplato derecho), espasmos musculares, dolores de cabeza, trastornos intestinales y otras cosas de las que no se acuerda. Se ha hecho varias pruebas que determinan que está bien de salud; entonces, sus males desaparecen y surgen otros nuevos. “Estoy sumido en un sufrimiento constante que me impide disfrutar plenamente de la vida”, dice.
Lo que le pasa a Javier es que es hipocondríaco. Él lo sabe. Ya de niño, recuerda, si veía a sus padres cuchichear creía que tramaban algo relacionado con su salud. A los veinte años, un persistente dolor de cabeza le paseó por la consulta de varios médicos que descartaron, pruebas en mano, su teoría de un tumor. Recientemente pasó una larga temporada desempleado, en casa y deprimido, lo que intensificó sus síntomas. “Llega un momento en que tengo la certeza de que estoy enfermo”, declara. “Y supongo que lo paso casi tan mal como la persona que está enferma de verdad. La única diferencia es un mínimo resquicio de duda: ¿será otra de mis manías?”.
Apacientes asustados por tener manchas en la piel, hay que inculcarles la idea de que se pueden tenerlas sin que eso implique padecer un cáncer
“La hipocondría es una actitud, más que una enfermedad concreta”, afirma el doctor Jerónimo Saiz, jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario Ramón y Cajal (Madrid) y vocal de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP). “El hipocondríaco tiene una desproporción continua y grave de la atención hacia su salud, y eso amplifica su percepción de sensaciones y síntomas, lo que le conduce a un círculo vicioso de estar preocupado todo el tiempo”.
Pero, ¿qué nos hace hipocondríacos? Estudios como el del Hospital General Kamitsuga (Japón) han apuntado la estrecha relación entre estos trastornos imaginarios y la depresión. De 86 pacientes depresivos analizados, 49 (un 57%) mostraban síntomas hipocondríacos. Pero también obedece a otras causas. “Se puede dar en personas que estén sometidas a estrés o que tengan trastornos afectivos o basarse en un factor de aprendizaje, por imitación: sabemos que en familias con hipocondríacos hay más hipocondríacos”, sostiene el doctor Saiz.
Tendemos a pensar que el hipocondríaco es aquel que se pasa el día en el médico (colapsando, por el camino, el sistema sanitario), y no siempre es así. “Se dan dos alternativas”, explica el doctor Saiz. “Hay gente que visita mucho el centro de salud en busca de un diagnóstico que no ha sido todavía reconocido, cambiando continuamente de médico y haciéndose nuevas exploraciones, mientras que a otros les aterroriza tanto que les confirmen sus temores que no van al médico ni se hacen un simple análisis”.
La hipocondría se cura, pero hay que pasar por el diván. “En términos generales, lo que hay que hacer es una terapia cognitiva, que ponga en contacto al paciente con los síntomas que percibe, tratando de desdramatizar”, dice el experto. “Por ejemplo, a pacientes asustados por tener manchas en la piel, hay que inculcarles la idea de que se pueden tener manchas en la piel sin que eso implique padecer un cáncer. Se trata de dar una clave para no asociar un sentimiento con un significado que realmente no tiene”, ilustra el especialista. La terapia cognitiva se ha mostrado muy efectiva en pacientes con lo que algunos llaman “ansiedad por la salud”, según un estudio llevado a cabo en Reino Unido por expertos de varias universidades.
Hay una hipocondría delirante, en la que el enfermo pierde el contacto con la realidad y las ideas que tiene son estrafalarias
“Existen pensamientos funcionales que nos ayudan a cavilar bien; y pensamientos disfuncionales, que nos crean problemas. La terapia cognitiva influye sobre nuestras reflexiones para conseguir que sean adecuadas y racionales en situaciones en las que no actuamos bien”, aduce el psicólogo José Elías, director del Centro Joselías, en Madrid, que detalla las técnicas que se aplican en esta terapia: “Relajación, para eliminar los síntomas de la ansiedad y proporcionar situaciones agradables; reestructuración cognitiva, para validar los pensamientos positivos y eliminar o infravalorar los síntomas débiles de la posible enfermedad; visualización de los pensamientos y presentimientos negativos sobre enfermedad y muerte; y, por último, mejora de la asertividad y la autoestima frente a quejas y lamentaciones”.
En casos extremos, esta terapia no basta y hay que recurrir a la ayuda extra de la farmacología. “Hay una hipocondría delirante, en la que el enfermo pierde el contacto con la realidad y las ideas que tiene son estrafalarias. Los síntomas hipocondríacos mantenidos interfieren en su vida normal, le causan mucho sufrimiento, y pueden desembocar en ansiedad o depresión que de por sí requieran un tratamiento”, apunta el doctor Jerónimo Saiz. Y estas sí que pueden originar síntomas reales. “Sería lo que llamamos un efecto nocebo, al contrario que el efecto placebo: una preocupación psíquica que acaba generando alguna molestia física”.
La vida moderna, lejos de ayudar al hipocondríaco, se ha convertido en su enemiga. Resulta difícil resistir la tentación de comparar síntomas y diagnósticos en Internet, donde si lee que una diarrea puede significar cáncer de colon el aprensivo deducirá que una diarrea implica siempre un cáncer de colon. Esta costumbre es tan habitual que los especialistas le han puesto nombre (cibercondría) y algunos alertan de sus peligros: un estudio de la Universidad de Baylor (Texas, EE UU) reveló que la incertidumbre que crea este exceso de información -sin matices y, en ocasiones, errónea- no hace sino incrementar la ansiedad.
A menudo, el hipocondríaco es visto como un quejica (lo es) que hace gracia. A él, desde luego, no le provoca ninguna. Pasado un límite, a quienes le rodean, tampoco. En realidad, vive atrapado en una espiral de angustia. Y puesto que nadie dura eternamente, más vale dedicar nuestro precioso tiempo a disfrutar en vez de malgastarlo sufriendo sin motivo. El doctor Google no tiene la solución.
Para su sátira sobre el partido conservador en el poder se vale de un alter ego de Henry Kissinger, un monarca absolutista en los años de Nixon
Como otros grandes creadores Woody Allen también tiene su película oculta, esa obra que ha quedado olvidada y de la que todo el mundo habla pero pocos han visto. En este caso se trata de un cortometraje de 30 minutos que el director realizó por encargo de la cadena pública PBS y que nunca vio la luz. Después de ‘Toma el dinero y corre’ (1969) y antes de su primer gran éxito como actor y guionista con ‘Sueños de seductor’ (Herbert Ross, 1972), Woody Allen concibió un ingenioso producto, ‘Men of crisis: The Harvey Wallinger story’, a medio camino entre el falso documental y la ficción, un vehículo expresivo que años más tarde desarrollaría con éxito y gran elogio en ‘Zelig’ (1983), ahora ya como largometraje.
‘Men of crisis: The Harvey Wallinger story’ es una feroz parodia de los años de gobierno republicano de Richard Nixon y del equipo político que gobernaba la Casa Blanca en aquel momento: el vicepresidente Spiro Agnew; el secretario de Justicia, John N. Mitchell… Nombres que quedarían inmortalizados con la explosión del ‘caso Watergate’. Para su sátira sobre el partido conservador en el poder Allen se vale de un alter ego de Henry Kissinger, el todopoderoso consejero que gobernó como un monarca absolutista los años de Nixon y que en la película es bautizado como Harvey Wallinger, que el propio actor se encarga de interpretar y dar vida.
Sexo, política, cultura, Bob Hope, Vietnam y otros elementos protagonistas de la vida estadounidense del momento se suceden y se mezclan sin compasión ni piedad en el retrato biográfico del falso político republicano, todo ello aliñado con la excelente mordacidad que el cómico prodigaba en esos tiempos. Ese humor que se saltaba de entrada toda corrección y censura y que proseguirá en películas como ‘Bananas’, ‘Todo lo que quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar’, ‘El dormilón’… hasta llegar al clasicismo de ‘Annie Hall’ o ‘Manhattan’.
Entre las colaboraciones artísticas, la participación de dos mujeres y musas del director, Louis Lasser y Diane Keaton. Esta última en el papel de mujer divorciada que no ha podido resistir las aventuras extramatrimoniales del político conservador sobre todo cuando el engaño ha sido perpetrado ni más ni menos que con una seguidora del Partido Demócrata.
El pase televisivo de la película coincidió con el arranque de la campaña de reelección del presidente Nixon lo que provocó su retirada ante el temor de la cadena a sufrir algún tipo de censura económica por parte del gobierno. Woody Allen se tomó la frustrada experiencia con bastante resignación. Estaba claro que la televisión no era el medio más adecuado para sus proyectos creativos y la pantalla, por el contrario, le ofrecía mejores oportunidades. Cuarenta años después ‘Men of crisis: The Harvey Wallinger story’ sigue guardando las mejores esencias del humor ‘woodyalleniano’, esa combinación de inteligencia, descaro y desparpajo, aquí sin apenas destilar, ahora disponible y ‘online’, para las últimas semanas de los comicios mexicanos de este inminente 7 de junio.
Woody Allen, el cine como terapia, el director neoyorquino, probablemente el hipocondríaco más famoso del mundo, evita el ‘diván’ a sus seguidores de Cancún y Riviera Maya, ‘Men of crisis: The Harvey Wallinger story’, feroz parodia de Nixon y Kissinger, imprescindible para estos tiempos de quereres y miserias electorales.
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