La entrada de la primavera ocurrió este miércoles 20 de marzo a las 15:58 horas, pero no vendrá acompañada del descenso de ninguna serpiente emplumada: los mayas nunca lo vieron así.
Cada equinoccio de primavera, decenas de miles de turistas y curiosos se reúnen en torno a la pirámide más conocida de México, el Templo de Kukulcán (también conocida como El Castillo) en la zona arqueológica de Chichén Itzá, Yucatán, para observar un evento arqueoastronómico sin comparación:
Según la sabiduría popular, con la llegada de la primavera, la escalinata de El Castillo proyecta un juego de luces y sombras que forman siete triángulos invertidos que simbolizan el descenso de Kukulcán, la serpiente emplumada para los mayas. Siguiendo con esta versión (difundida incluso por los guías oficiales de Chichén Itzá), esta pirámide fue realizada con tal grado de maestría, que los antiguos pobladores itzáes que la construyeron, determinaron que tales días Kukulcán debía descender a la tierra.
La entrada de la primavera ocurrió el miércoles 20 de marzo a las 15:58 horas, según información del Instituto de Astronomía de la UNAM; sin embargo, no estará acompañada de ningún descenso (ni subida) de Kukulcán u otra deidad maya, pues este fenómeno es sólo un mito arqueoastronómico sin fuentes arqueológicas que acrediten que fue planeado u observado por los mayas.
El sitio del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) lo explica de la siguiente forma:
«La proyección solar serpentina que recorre la alfarda norte de El Castillo, en Chichén Itzá, durante los equinoccios de primavera y de otoño, y que atrae a miles de visitantes a la zona arqueológica yucateca, es, en realidad, un mito arqueastronómico reciente, pues las referencias más antiguas sobre este fenómeno óptico no van más allá de los años 30 del siglo XX.
De acuerdo con el doctor Stanislaw Iwaniszewski, uno de los más reconocidos estudiosos en el mundo de la arqueoastronomía precolombina mesoamericana, no existe fuente arqueológica que pueda sustentar que este efecto visual fuera percibido por los mayas antiguos, tal y como se aprecia hoy en día», asegura el INAH en su sitio oficial.
En realidad, la primera referencia a este efecto apareció en 1923 y no fue hasta la década de los setenta en que las zonas arqueológicas comenzaron a verse como un sitio donde cargar energía, alinear chakras y otras pseudociencias propias del New Age:
«Estas primeras referencias las captamos hacia los años 30 del siglo pasado, cuando todavía la institución Carnegie, realizaba trabajos de excavación en Chichén Itzá. Fue en ese entonces cuando algunos de los trabajadores, comenzaron a percatarse de este fenómeno óptico. Sin embargo, este efecto no tuvo un análisis científico sino años después, específicamente mediante un artículo de Robert Fuson, escrito en 1969: The orientation of mayan ceremonial centers, en Association of American Geographers, AnnaIs».
A pesar de que el descenso de Kukulcán en Chichén Itzá puede resultar apasionante y lleno de misterio, su uso en la actualidad obedece más a una intención turística y comercial para impulsar la visita a la zona arqueológica y sus alrededores, que a un diseño consciente de los antiguos mayas. Lo cierto es que el fenómeno de luz y sombra se trata de una interpretación completamente ajena a los pobladores originales de Chichén Itzá.
La aclaración –que para algunos podría traducirse en un súbito desencanto–, de que el Templo de Kukulcán no proyecta el descenso de la serpiente emplumada no resta en lo más mínimo el mérito de los mayas, su interés y profundo conocimiento por la astronomía; sobre todo cuando su sabiduría funcionaba para explicar el mundo y su concepción de él.
En palabras de Miguel León-Portilla: «Lo extraordinario de «la astronomía», «el calendario» y «la matemática» en esta área cultural es su rigor extremo, pero no como saber por sí mismo, sino en función plena de los requerimientos de su visión del mundo y de sus necesidades de subsistencia».
FUENTE: CULTURA COLECTIVA