Durante el fin de semana muchos mexicanos tuvieron que convivir con un ruido inusual: los rugidos de los automóviles de un Gran Premio de Fórmula 1.
Habían pasado nada menos que 23 años desde la última vez que una de estas carreras se había disputado en la capital, Ciudad de México.
En estos eventos, lo normal es hablar del ganador, que fue el piloto alemán Nico Rosberg.
Pero sus palabras a la BBC también dan una idea de lo que significó para el país el evento.
«Lo del podio ha sido increíble, lo mejor de toda mi vida, la energía que había y el apoyo de los mexicanos, que ha sido tremendo. Estoy muy agradecido a México», dijo un emocionado Rosberg.
Y es que, tanto la organización como los aficionados, se volcaron con un evento en el que han puesto gran parte de sus esperanzas para incrementar su peso en el turismo.
La apuesta era arriesgada. Hace un año, el Gobierno mexicano anunció una inversión de US$360 millones, en alianza con importantes grupos empresariales.
Decidieron meter el circuito dentro del corazón de Ciudad de México, una inmensa urbe con casi 21 millones de habitantes.
Y remodelaron un estadio de béisbol para que la gente pudiera ver la carrera desde sus gradas.
Locura en las gradas
Y funcionó. El país lo vivió con una locura inusitada. Los ríos de aficionados y las repletas gradas contrastaron con la desangelada visión que a veces ofrecen otros intentos en países emergentes como China, Corea del Sur o, incluso, el emirato de Abu Dhabi.
Los pilotos no salían de su asombro.
«Ha sido fantástico estar aquí en México. Nunca he visto una afición como ésta;es como un partido de futbol», dijo un atónito Lewis Hamilton.
«Los fans son impresionantes. Nunca había visto algo como esto. Es la cosa más increíble que he visto», agregó el campeón Mundial de F1.
Ese entusiasmo lo pudo sentir también el héroe local, Sergio Pérez, que, pese a acabar octavo, recibía ovaciones cada vez que paseaba ante la masa festiva que poblaba las gradas.
Y los números también están ahí para probarlo.
El domingo asistieron a la carrera 110.000 personas. En los tres días que duró el evento, pasaron por el autódromo Hermanos Rodríguez unos 330.000 aficionados.
Eso, a pesar del coste de las entradas, que si en los puntos de venta oficiales oscilaban entre los US$91 y los US$1.132 (casi como en EE.UU), en reventa se llegaron a pedir el domingo más de US$13.000 dólares por los asientos más privilegiados.
Las autoridades mexicanas asistieron al espectáculo con alivio, pues el mundo estaba mirando: la Secretaria de Turismo del país (Sectur) informó que 185 países, con una audiencia potencial de 520 millones de espectadores, recibieron la señal de la carrera por televisión.
Beneficio potencial
Ahora la cuestión es ver si la inversión será correspondida por algo más que una buena imagen internacional.
Los datos que maneja el gobierno mexicano dicen que sólo en los días pasados,se facturaron US$400 millones relacionados con la carrera.
El subsecretario de Calidad y Regulación de Sectur, Francisco Maas Peña, aseguró que sólo la ocupación hotelera en Ciudad de México habría generado unos US$45 millones.
«(Y los aficionados a la F1) se volverán también aficionados a México», prometió Maas Peña.
Mientras que las autoridades mexicanas esperan que, en los cincos años que pase la carrera por México, los beneficios totales serán cercanos a US$2.000 millones.
Igualmente, según sus cifras, el Gran Premio habrá generado un total de 18.000 empleos tanto en las obras de remodelación, la organización del evento y los puestos de trabajo indirectos que se creen en este tiempo.
Para que se cumplan estas cifras, toca esperar para ver si en años venideros el fervor de los mexicanos por el olor a neumático quemado se mantiene.
(Fuente BBC)