Cuando se vive con angustia conviene mirar hacia dentro para analizar qué nos está llevando a ese estado de inquietud constante. Este es un paso esencial en el camino hacia la recuperación de la calma.
1. ESCUCHAR QUÉ NOS ESTÁ DICIENDO EL CUERPO
Percibir cierta inquietud, preocupación o nerviosismo puede ser normal. Es lo que los expertos llaman estado de alerta y nos ayuda a responder con celeridad ante determinadas situaciones. Pero si nuestro cuerpo comienza a dar señales como palpitaciones, ahogo, sudoración excesiva, tics o psoriasis repetitivas, ahí tenemos que empezar a pensar que la angustia nos está venciendo.
2. IDENTIFICAR EL ORIGEN DE LAS TENSIONES INTERNAS
La tensión acumulada suele provenir de un enfrentamiento entre dos fuerzas que, en términos generales, tienen que ver con cumplir las expectativas que tenemos para llegar a ser y funcionar como queremos – tanto por autoexigencia como por exigencia externa– frente a una realidad limitante que nos impide lograrlo, o frente a nuestra propia rebeldía a obedecer esos mandatos.
Esta oposición puede crear una dualidad dentro de nosotros. Conviene analizar qué ocurre antes de que llegue el colapso.
3. BUSCAR UN EQUILIBRIO ENTRE EL SER Y EL QUERER
Lograr la conciliación entre lo que queremos ser y lo que somos parece difícil: si cedemos a las expectativas, creemos que forzamos nuestra propia identidad o momento; pero si no complacemos esas peticiones, sentimos que estamos defraudando a nuestra imagen ideal.
El equilibrio entre ambas vías solo puede venir de un replanteamiento. No existen estándares para saber cuándo se está cediendo demasiado de nuestra propia identidad, sobre todo cuando lo que está en juego son relaciones afectivas, laborales o de otro tipo en las que tenemos algún tipo de interés. Los campos se cruzan y las respuestas han de ser dialécticas.
4. ANALIZAR NUESTRAS RELACIONES PERSONALES
Solemos ceder a las peticiones de otra persona si una parte de nosotros está interesada en esa relación. Hay que ver en cada momento si es posible ajustar esas peticiones. Para ello tenemos que dejar fuera las imágenes unitarias de perfección y tener en cuenta otros aspectos.
5. DEJAR DE EXIGIRNOS LO IMPOSIBLE
No es lo mismo querer que los hijos estén bien que pretender ser una madre o un padre perfectos. Tampoco es lo mismo ser responsable en las tareas que luchar por ser un trabajador ideal. Lo mismo sucede con las amistades y familia. En estas sutiles diferencias es por donde se cuelan malestares que no sabemos dónde colocar. Conviene advertir si nos estamos exigiendo demasiado.
6. PONER EN CUESTIÓN LOS MIEDOS Y AMENAZAS
Otra de las características de la angustia es que en un momento determinado se percibe el mundo y a los demás como invasores. Son habituales las frases como “¡qué más quieren de mí!”. Pero no es una pregunta, sino la sensación de ser exprimida y explotada como persona. Lo exterior se convierte en algo desconcertante y peligroso. De ahí que la angustia pueda transformarse en fobia.
Al llegar a este punto, la persona puede sentirse tratada por los demás como un puro objeto y percibir que sus propias necesidades nunca son consideradas. Se siente vilipendiada por la vida y por todos. Sin querer, lo que le envuelve deviene amenazante. No sabe qué será lo siguiente que se le pedirá, ni si podrá responder.
7. IDENTIFICAR QUÉ ES LO QUE NECESITAMOS
El que se siente angustiado puede confundir el que otros tengan sus propios intereses y quieran satisfacerlos, con el que quieran hacerle daño expresamente. Son dos cosas diferentes.
Lo que sucede, generalmente, es que esperamos que sean los demás los que se den cuenta de lo que queremos o necesitamos para así no tener que reclamar nuestros propios deseos, derechos o parcelas.
Fuente: cuerpomente.com