El oportunismo egoísta pone en riesgo la continuidad de los negocios. Por fortuna, cuidarse del oportunista es sencillo.
Hay pocas cosas peores que la sensación que te da saber que no fuiste la opción ganadora. Sin embargo, todo empeora cuando te enteras que has sido víctima de algún oportunista que te hizo creer una cosa y en realidad perseguía otra. Como cuando tu trabajo sirvió para justificar el de alguien más o cuando el proyecto que presentase se utilizó para engrosar un expediente que, de antemano, tenía el dado cargado a favor de alguien más.
El sofoco que queda después de ver cómo el esfuerzo hecho se disuelve entre tus manos, y otro se apropia del beneficio, tiene un efecto demoledor. La ilusión se desvanece y el coraje toma el sitio de honor. Es decir, no es lo mismo cuando se pierde porque el otro ganó a la buena, que cuando nunca hubo un terreno de competencia.
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El oportunismo en los negocios es un tema fuerte y relevante que cae en el terreno del debate del deber ser. No se trata de romanticismos, se trata de ser justos. Lo natural es que los individuos tomen oportunidades privilegiando sus intereses.
Sí. Así son las cosas, nadie está obligado a ir en su contra, no es lo lógico y no se trata de eso. Se trata de ser fiel a los compromisos buscando que cada individuo persiga su bien y el de los intereses que representa. No obstante, una cosa es ir tras el legítimo beneficio y otra es pasar por alto las consecuencias que engendran ciertas decisiones, especialmente las que se engendran cuando no se respeta el honor de lo dicho.
En este sentido, el mundo de los negocios se divide en dos grandes grupos:
- Los que se abalanzan sobre la mejor oportunidad, sin importar métodos y consecuencias.
- Los que se guían por una serie de valores y principios para tomar una oportunidad.
Para un oportunista, un compromiso adquirido, la palabra empeñada, una promesa hecha carecen de valor y pueden ser retiradas si así le resulta en una mayor conveniencia. Le resulta justificable deshacerse de la responsabilidad contraída, o romper un trato si eso lo beneficia, y le importa poco lo que suceda con la contraparte.
Con esta forma de abordar los negocios, la ética no tiene cabida y la posibilidad de tener éxito debe ajustarse al mejor escenario que se presente, incluso si esto significa dañar a otro y aprovecharse de su trabajo y esfuerzo.
El profesor de la Universidad de Chile Teodoro Wogodski denomina a esa forma de conducirse como “kairospatía”, una conducta individualista y patológica que se integra por dos conceptos: la oportunidad (kairos) y la psicopatía como alteración enferma de la conducta social.
La kairospatía es ese oportunismo extremo que nada más alcanza un rango de visión corta y distorsionada en que se ven los beneficios y se dejan de lado los perjuicios. También es un espejismo, es el encandilamiento que se produce por esa necesidad de crear bienestar y riqueza que se justifica por esa necesidad de crear prosperidad para uno mismo, para los suyos y para el entorno. Pero cuando las circunstancias son tomadas únicamente para beneficio individual, con indiferencia por las ramificaciones y secuelas que las decisiones y los actos provocan tanto en el corto como en el largo plazo, en otros involucrados, entonces se ha cruzado un umbral peligroso que conduce a un lugar oscuro. Estas actitudes de oportunismo egoísta, que en un principio parecen una magnífica idea, contribuyen a que se ponga en riesgo la continuidad de los negocios.
¿Quién quiere hacer negocios con un tramposo? Nadie en su sano juicio se arriesga a tratar con alguien de dudosa reputación o de quien se tiene certeza que va a jugar mal. El mundo de los negocios es un mundo que gira en torno del prestigio y se construye sobre los cimientos de buenas prácticas. De esta forma surge la confianza y se hace negocio hoy y se tienden las bases para futuros negocios. Al revés, opera igual. El que hace trampas y juega con trucos destruye los puentes para seguir adelante.
En definitiva, el oportunismo en los negocios pone en riesgo la permanencia. El desafío ético es de carácter sistémico e involucra a todos los integrantes de una corporación, independientemente de su condición y ámbito de acción.
Este reto interpela en especial a quienes detentan mayor poder y jerarquía, pues sus eventuales comportamientos kairóspatas son los que conllevan mayores daños para la sociedad que la sustenta. El oportunismo es, asimismo, cortedad de miras: en la inmediatez, aprovecharse de la buena voluntad de alguien puede parecer una buena idea; a largo plazo daña seriamente a las organizaciones y es una mala práctica que se debe desterrar.
De ahí que es importante tener la visión adecuada. Los negocios son una oportunidad recíproca para quienes están interactuando. Por un lado hay quienes identifican sus intereses y cuánto están dispuestos a ofrecer a cambio del producto o servicio, y por otro están quienes los ponen a disposición para satisfacer dichos intereses. Ambas partes buscan un beneficio legítimo y deben cuidar y evitar circunstancias adversas que dañen y afecten a la contraparte. El abuso es el punto de quiebre que se debe impedir.
En términos civilizados, jamás hay que pisar el suelo del oportunismo, y mejor se debe privilegiar la certeza. Para ello, siempre es sano contemplar penalizaciones para aquellos que quebranten lo establecido y que inhiban cualquier intento de tomar un rumbo inadecuado.
Cuidarse de un oportunista es sencillo: hay que ser claros con las reglas. Si alguna de las partes no quiere ajustarse a posibles multas por incumplimiento, está dando señales de alerta a las que se debe de poner atención.
Aquellos que poseen una mayor capacidad de influir en su entorno, mayor poder y responsabilidad, son los primeros llamados a conducirse de forma ética a favor del bienestar de la sociedad, y para la preservación de nuestra actividad.
Insisto, hay pocas cosas peores que la sensación que te da saber que fuiste la víctima de un oportunista; volver a caer es una de ellas. Por suerte, hay señales de alerta y debemos ponerles atención.
Además, el mundo de los negocios, aunque sea global, sigue siendo pequeño: todos terminan entendiendo y enterándose del valor del prestigio que nos precede y nos antecede.
El desafío es bloquear a los oportunistas y erradicar el oportunismo del terreno de los negocios. El antídoto está en el desarrollo de negocios que obtengan resultados satisfactorios y perdurables actuando de manera ética. Es serle fiel a la palabra y honrar compromisos. Esas formas de operar reditúan más y mejor, siempre. Así se forja el prestigio.
Fuente: Forbes