Abordar los conflictos con tranquilidad evita que te desgastes física y psíquicamente. Descubre qué actitudes te lo están impidiendo.
Los obstáculos en la vida cotidiana son más frecuentes de lo que creemos y están presentes desde el primer aliento. De hecho, apenas nacemos, nos encontramos ante varios desafíos: respirar, regular la temperatura, digerir, excretar y manifestar nuestras necesidades con escasos recursos.
A medida que vamos creciendo, nuestra interacción con nuestra madre o con las personas que se ocupan de nosotros, la exploración de nuestro entorno, el contacto con nuestro cuerpo, las limitaciones a la hora de hacernos entender, la urgencia por satisfacer nuestras necesidades básicas, los miedos frente a la ausencia del otro o la inmensidad que nos rodea nos obligan a desplegar mecanismos para desafiar dificultades gigantescas.
Más tarde, el despliegue de nuestra infancia, adolescencia y juventud es una suma de periodos de ensayos y errores, es decir, de confrontaciones con contratiempos cada vez más importantes, ya que el desarrollo de nuestras habilidades simplemente aumenta. Una vez que somos hábiles en una cuestión determinada, aparece un desafío mayor.
¿QUÉ ES UN PROBLEMA?
En definitiva, ¿qué consideramos un problema? Va a depender de la proporción que hay entre una contrariedad cualquiera y las habilidades con las que contamos para solucionarlo.
Para un niño pequeño, salir solo a la calle con la intención de buscar a su madre en su lugar de trabajo es un inconveniente mayúsculo. Sin embargo, para un adolescente o un adulto, no significa gran cosa.
Esto nos ofrece una perspectiva interesante: si nos encontramos frente a un obstáculo, tendríamos que evaluar si contamos con los medios suficientes para poder abordarlo o si necesitaremos ayuda externa.
Es verdad que es fácil decirlo y difícil hacerlo. ¿Por qué? Porque los inconvenientes suelen provocarnos angustias, furias, miedos o fantasías que a veces poco tienen que ver con la realidad externa y mucho tienen que ver con experiencias emocionales. Es decir, es probable que contemos con más recursos de los que creemos para solucionar los problemas que nos aquejan.
7 FORMAS DE ENFRENTARSE A LOS PROBLEMAS… QUE NO TE ACERCAN A LA SOLUCIÓN
Hay actitudes automáticas que no favorecen la reparación de nuestras preocupaciones pero que sin embargo utilizamos sin pensar:
- Nos hundimos sintiendo que la dificultad es inconmensurable, sin detenernos a analizar cuál es la verdadera dimensión de la cuestión.
- Confrontamos ciegamente, bajo una descarga instantánea, sin tomar en cuenta si el acontecimiento lo merece.
- Nos ofuscamos queriendo tener razón a toda costa sin tomar en cuenta lo que le pasa al otro o sin percibir las aristas que puede tener un acontecimiento determinado.
- Preferimos hacernos los distraídos, confiando en que alguien se hará cargo o bien que los inconvenientes desaparecerán por arte de magia.
- Otra actitud parecida es la de minimizar los problemas, quitándoles importancia con la esperanza de no sufrir, encomendando la resolución a un futuro incierto.
- También es posible que algunos de nosotros echemos la culpa a los demás, desligándonos de ciertas cuestiones que tal vez hemos contribuido a organizar.
- Otros –quienes tenemos suficiente fuerza vital– batallamos en un continuum de peleas interminables sin por eso lograr desenlaces satisfactorios.
En fin, hay miles de maneras poco felices de reaccionar frente a los contratiempos que nos succionan hacia una espiral de desencuentros y temores incrementando esos problemas que pretendíamos superar.
TRES TRUCOS PARA MEJORAR TU FORMA DE RESOLVER CONFLICTOS
Sin embargo, ¿cómo podríamos afrontar los conflictos con sensatez, equilibrio, compromiso y prudencia? Y sobre todo, ¿cómo podríamos lograr resultados satisfactorios sin nervios ni estrés desmedidos, especialmente cuando no vale la pena? E incluso, ¿cómo vivir superando desafíos que nos permitan madurar y aprender, sin desplomarnos en crisis excesivas?
FUENTE: CUERPOMENTE.COM