No te juzgues ni juzgues tan duramente a las personas en caso de cometer una equivocación. La existencia es un lugar para acertar y para equivocarse y para quedarse a medias y a veces pasarse.
Todas las personas podemos equivocarnos.
Pretender que el otro no falle nunca es imposible.
Porque nadie es perfecto.
Hay gente que se exige a sí misma cosas que nunca exigiría a los demás.
En esa especie de dictadura íntima militarizada que supone no quererse nunca.
Despreciarse tanto a uno mismo que solo poniéndose objetivos inalcanzables puede seguir hiriéndose.
¿Lo ves?
Es que no vales para nada.
Aunque hayas sacado un 9,8.
Nunca llegas.
Hay gente que exige a los demás cosas que nunca se exigiría a sí misma.
En ese embudo cósmico que supone no saber mirarse a sí mismo.
Echarle siempre la culpa de las desgracias al otro.
No responsabilizarse jamás de sus actos porque al parecer siempre hay alguien que lo hace peor.
Exculpándose de cualquier cosa.
¿No lo ves?
Es que no sirves para nada y entonces es que yo sí sirvo aunque no haga nada.
Todas las personas fallamos.
Porque para fallar lo único que hace falta es tener vida.
Es cambiar.
Es no quedarse inmóvil.
Así que no te juzgues ni juzgues tan duramente a las personas cuando a veces no son coherentes o cuando no actúan como te hubiera gustado o cuando tú mismo no sigues tus propios principios.
La existencia es un lugar para acertar y para equivocarse y para quedarse a medias y a veces pasarse.
También para perdonar y perdonarse.
Y seguir.
Para aprender de aquello que no queremos que vuelva a sucedernos.
Y para darnos la oportunidad.
De intentarlo una vez más.
O dejarlo pasar.
Fuente: cuerpomente.com