Aliados estratégicos y socios comerciales se verán perjudicados por una medida que no tiene mayor sentido económico, pero que se siente más como una promesa de campaña.
Contra casi todas las indicaciones de algunos de sus consejeros, que se sumaron a las recomendaciones de más de 100 legisladores republicanos y a las advertencias de los departamentos de Estado y Defensa de su país, el presidente Donald Trump oficializó este jueves la imposición de aranceles a la importación de acero y aluminio.
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La medida, que legalmente se pega a una previsión de seguridad nacional escrita en tiempos de la Guerra Fría, ha despertado un amplio debate (así como miedos en los mercados) por el efecto dominó que puede tener en la economía mundial y, quizá en menor grado, en el consumidor de bienes que contengan estos metales. La cosa es sencilla en este aspecto y sigue una lógica de retaliación: tú nos impones aranceles, nosotros hacemos lo mismo.
Es el tono que está manejando desde el miércoles de esta semana la Unión Europea, que publicó una lista oficial de productos “made in USA” que entrarán al mercado común con posibles aranceles y que van desde el acero, pasando por tabaco y otros productos del agro, hasta camisetas.
Las medidas de la Unión Europea tienen sentido si se tiene en cuenta que, como bloque económico, son el quinto productor de acero en el mundo y Estados Unidos es el principal importador de esta materia.
Ahora, como todo con Trump, la imposición de aranceles se hará a medias, o al menos con algunas previsiones claves: Canadá y México estarán temporalmente eximidos de estos impuestos. Canadá es el principal proveedor de acero de EE.UU. y México es el tercero. También existe la probabilidad futura de excluir los productos de Australia y otros aliados estratégicos.
Pero lo que es más relevante en este punto es que ambos son los socios con los que la administración Trump renegocia los términos del acuerdo de libre comercio que existe entre los tres países. Entonces, si se quiere, las tarifas son un instrumento de presión política y comercial en este caso. Y quizá en todos los casos.
“Esta es una guerra al libre comercio, pero sólo en los sectores que le interesan a Trump. No se le ve atacando el libre flujo de capitales también, por ejemplo. Es, en esencia, una promesa de campaña, pero no un asunto estructural de la economía. Ahora, sí tiene efectos sobre otras variables macroeconómicas y puede comenzar a generar miedo ante las expectativas de inflación por la importancia de estas materias primas, así como las retaliaciones hacia otros productos”, dijo Diego Guevara, profesor de la Escuela de Economía de la Universidad Nacional.
Guevara se refiere a una promesa de campaña, pues una porción del apoyo de Trump proviene de la industria del acero y de comunidades que dependen de un sector duramente golpeado por el comercio mundial y, en especial, por la enorme producción de China. Económicamente hablando, se trata de proteger a un nicho de productores y votantes, pero arriesgando golpes y pérdidas en un panorama mucho más amplio.
Por cierto, poco antes de que Trump oficializara la imposición de aranceles al acero y al aluminio, 11 países anunciaron este miércoles la formación del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP), que debió ser rediseñado luego de que el presidente estadounidense sacara a su país del que es considerado como el mayor acuerdo comercial actualmente: un mercado con 498 millones de personas, que representa 15 % del comercio mundial.
El nuevo acuerdo excluye 20 disposiciones del pacto original, en su mayoría relacionadas con la propiedad intelectual que impuso Estados Unidos y que habían generado un fuerte rechazo en la sociedad civil.
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¿Qué es el arancel de Trump y cómo funciona?
En esencia, el impuesto se aplica a todo el acero y el aluminio que entra a Estados Unidos, proveniente de países extranjeros. No afecta directamente al consumidor, pues no es común que una persona compre acero o aluminio en su estado bruto. Para los compradores de estas materias primas, sus negocios se acaban de encarecer 25 % (para el caso del acero) y 10 % (para el del aluminio).
¿Por qué la diferencia en porcentajes?
Esto tiene que ver, principalmente, con que Estados Unidos tiene una producción más seria de acero que de aluminio, por lo que el sector que busca proteger mayoritariamente es el primero. Igualar los aranceles sería terminar de dispararse en los pies y hasta Trump se da cuenta de eso. EE.UU. produce unos 85 millones de toneladas de acero (5 % de la producción mundial) y tiene que importar 90 % del aluminio que consumen sus industrias (entre ellas la militar).
¿Por qué, con un demonio: por qué?
De nuevo, la lógica detrás de esto es casi exclusivamente electoral. Los riesgos y las apuestas al imponer estos aranceles pueden terminar siendo más grandes en el largo plazo, pues abre la puerta para experimentar peligrosamente con retaliaciones comerciales, una opción volátil. Ahora, en términos económicos, para EE.UU., las importaciones de estas materias primas tampoco son un problema enorme: unos US$30.000 millones en una economía de US$20 billones. No es poca cosa, pero tampoco es la bomba atómica de la política económica, que requiere una medida tan agresiva.
Ahora, buena parte de la lógica detrás de esto es recortarle espacio a la enorme industria del acero en China, país que responde por casi la mitad de la producción de este metal a nivel global. La cosa es que la ecuación parece no cuadrar tanto, si se tiene en cuenta que los chinos envían casi todo su acero a mercados asiáticos, su mayor comprador es Corea del Sur, seguido de Vietnam y Filipinas. De hecho, del total de importaciones en EE.UU. de este metal, apenas 2 % corresponden a China.
Por otra parte, la legalidad del asunto recae en asegurar la consecución de materiales críticos para la seguridad nacional, o al menos desde la visión Trump. Por ejemplo, el aluminio de alta calidad que requieren los aviones de combate es producido por una única siderúrgica en Estados Unidos. En el mundo, China, los Emiratos Árabes Unidos y Canadá son los únicos capaces de suplir este material.
¿Quién gana y quién pierde?
Los claros ganadores son los productores locales en EE.UU. Entre los perdedores sumamos a todos los demás: los fabricantes de productos estadounidenses que requieren estas materias primas y los productores de todos los países que le exportan a Estados Unidos. Algunos de los que se verán más severamente afectados son Brasil, que sólo en los primeros nueve meses del año pasado representó 13 % de las importaciones de acero en Estados Unidos y Corea del Sur, que correspondió a 10 % en ese mismo periodo.
¿Cómo impacta al consumidor?
Es quizá la pregunta más compleja porque estas materias primas se encuentran en productos que van desde carros hasta latas de gaseosa. No hay forma de predecir, exactamente, si los nuevos costos serán trasladados al consumidor final o si, en busca de mejorar su competitividad, puedan ser absorbidos por el transformador de estas materias primas (el fabricante, en últimas). Lo cierto es que alguien va a tener que pagar la diferencia, lo que no resulta del todo claro es quién y cuánto del total del aumento. Los expertos son claros en afirmar que, de mantenerse la medida, la recuperación de la industria del acero y el aluminio tomará un tiempo, así que la solución para encontrar metales más baratos no está a la vuelta de la esquina.
¿Qué harán los demás países?
Hasta el momento, China ha jugado sus cartas con calma. Apenas ha dicho que la imposición de aranceles se enfrentará con medidas proporcionales, aunque no hay nada firme sobre la mesa en este tema. La Unión Europea ha sido el jugador más agresivo en este punto. Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, dijo que “si impones aranceles contra tus aliados, hay que peguntarse quiénes son los enemigos”.
Este es un punto que no es de poca monta. Por ejemplo, uno de los perjudicados es Corea del Sur, el gran aliado de Estados Unidos en todo el embrollo diplomático y militar con Corea del Norte y su encantador líder, Kim Jong-un. Así mismo, China (el blanco oficial de los aranceles) también es parte fundamental de esta ecuación.
Por ejemplo, según cálculos de la Andi, Colombia perderá unos US$226 millones anualmente por cuenta de la imposición del arancel.
fuente: El Espectador