Hace dos décadas o más en la Ciudad de México, para comprar algunos productos que tenían la leyenda Made in USA había tres opciones:
1) Tener mucho dinero para ir a El Palacio de Hierro o Liverpool;
2) Viajar a los malls de Brownsville, Texas, o a Calexico, California; y
3) Jugarse el pellejo y el dinero serpenteando entre ladrones y policías en los puestos de Tepito.
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Para buscar productos del “gabacho” que, entonces solamente se podían comprar como fayuca, se tenía que sacar a hurtadillas del mercado para no ser sorprendido por agentes aduanales.
Tepito, que en los remotos días precolombinos fue parte del Señorío de Santiago Tlaltelolco, entonces sede del comercio y trueque, y lugar donde la Santa Inquisición ejecutaba herejes. Terminó por convertirse en el mercado por excelencia de baratijas, chácharas y artículos ilegales: robados, fayuca y actualmente piratería también, se convirtió en el centro de distribución del contrabando.
El término fayuca (que no es otra cosa que mercancía que no ha pagado impuestos, es decir, contrabando) quedó prácticamente abolido desde el 1 de enero de 1994, con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). En esta fecha, el muro del aislamiento comercial que rodeaba a México se hizo pedacitos. Los altos aranceles que pagan los productos de China provocan que el contrabando de éstos siga existiendo.
Ese tratado comercial que México empezó a negociar desde 1990 con Estados Unidos y Canadá es el mismo que se va a negociar a partir del próximo miércoles.
Desde la firma del TLCAN, todos los artículos codiciados por la clase media mexicana, son tan habituales y ordinarios como lo fueron antes productos nacionales como los tenis Súper Faros, los pantalones Yale, la cerveza Sol, los Carlos V o los Motitas de plátano, color amarillo o el de grosella, color rojo.
Antes no se podía adquirir, por vía legal, un par de tenis Converse, los tradicionales pantalones de mezclilla Levi’s, la cerveza Budweiser, los chocolates Hershey’s y hasta los chicles Wrigley’s de doublemint (los de empaque color verde) y los amarillos de Jucy fruit.
En la actualidad, más de una cuarta parte de la población del país nació y ha crecido en una circunstancia comercial distinta a la que se vivió antes del TLC.
Esa generación de mexicanos pos TLC ya considera normal que, por ejemplo, en las tiendas de artículos deportivos vendan raquetas de de aluminio o carbono como las Head, Wilson, Prince, que en la década de los ochenta ya existían, pero que era imposible comprar aquí en México. Aquí, sólo se vendían las raquetas Estrada, en sus modelos Profesional, Junior, Victoria o San Luis, hechas de madera, que hoy deben de ser piezas de museo.
LA LLEGADA DEL CONTRABANDO
En Tepito, un legendario barrio de comercio callejero, sobre todo y principalmente de baratijas y chucherías, fue donde se acomodó la venta de lo ilegal, primero de cosas robadas y luego de la mercancía que se conoció como fayuca.
A principios de la década de los sesenta, del siglo pasado, la plazuela de Tepito tuvo rango comercial; eso ocurrió cuando la plaza del Volador fue derruida para dar paso al edificio de la Suprema Corte de Justicia.
Entonces nada más se vendían cosas de viejo, fierros inservibles y herramientas chuecas. Los chamarileros y ropavejeros fueron poblando aquel barrio. En un reportaje publicado en Excélsior el 5 de marzo de 1964, después de la construcción de dos edificios para mercados en Tepito, uno de comercio de viejo y otro de alimentos, se lee que “en uno y otro, el viejo pregón colonial se alza sobre la muchedumbre ruidosa de compradores, igual que la clarinada de gallo en una mañana tempranera.
Quien anuncia los mejores ‘repelos’ de ropa usada: trajes de noche, vestidos desteñidos y levitas verdosas y apolilladas; otro vendedor grita las calidades de sus desteñidas chamarras; el de más allá da los precios de sus llaves de tuercas, crucetas, alicates, pinzas de todas clases y alambres retorcidos y oxidados.
Los vendedores de tacuches (ropa usada para hombre, según el caló de Tepito) rivalizan en oferta y no dejan de excitar la demanda de humildes obreros y artesanos, cuyo alcance económico no les permite sino estrenar de viejo”.
El barrio alguna vez tuvo fama de ser centro zapatero, y luego saltaron al estrellato los boxeadores, dando cuenta de que en Tepito había una economía de lo pobre, es decir, de la gente que no podía comprar cosas nuevas y tenía que ir ahí para apañarse algo de medio pelo, pero que todavía no eran girones.
Una nota firmada por Marco Aurelio Carballo, a principio de los setenta, dejó ver de manera tenue lo que se avecinaría en los siguientes años en Tepito. “En el mercado de ropa usada y chácharas hay tres mil personas que venden de todo. Desde la cabeza de una muñeca hasta un televisor”, dice el texto publicado, aunque no aclara qué tipo de TV es la que vio ahí.
Obviamente no hay una fecha exacta de cuándo se empezó a vender contrabando en Tepito, ni quién fue el introductor primigenio. Unos dicen que fue durante el sexenio del presidente Luis Echeverría.
Algunos funcionarios de Aduanas vieron esa posibilidad y empezaron a dejar pasar mercancía de contrabando, hasta poner en pleno centro de la Ciudad de México, que se convirtió en poco tiempo en el lugar de distribución de fayuca para muchas regiones del país.
El 6 de agosto de 1976, a unos meses de que terminara la administración de Echeverría, en Excélsior se publicó una nota que está titulada “Comerciantes de Tepito denuncian que son víctimas de extorsiones”.
La información de la época señala que comerciantes organizados del mercado de Tepito denunciaron que eran objeto de amenazas, violencia y extorsión por parte de agentes federales para impedir la venta de mercancías de contrabando.
Según otra nota de 1977, cuando el jefe de la policía de la Ciudad de México era Arturo Durazo Moreno, uno de los policías más corruptos que haya existido en la historia de este país, señala que un grupo de comerciantes agradeció al jefe policiaco la operación que ejecutó contra los vendedores de contrabando en Tepito.
Luis Morales Arellano, Agustín Loreto Ávila y Álvaro Ortiz Molina, dirigentes de los locatarios que, según dijeron representan a más de cuatro mil familias, dijeron que ‘la lacra de fayuqueros que durante 20 años realizó un imperio ilegal, eran comerciante ambulantes que estorbaban la circulación’, se lee en la información.
Fuente: dinero en imagen