¿Son Arabia Saudita y sus esfuerzos por difundir el islamismo wahabita responsables, al menos en parte, del extremismo fundamentalista que ahora sacude a Oriente Medio y atemoriza a Europa?
Esa es una pregunta-argumento cada vez más frecuente en medios de inteligencia internacionales y, de acuerdo con la mayoría de las opiniones, la respuesta es afirmativa, aunque con calificativos.
“La doctrina wahabita que sigue el Estado Islámico es derivación e imagen del actual establecimiento religioso de Arabia Saudita”, afirmó Lincoln Clapper para la empresa de análisis Geopolitical Monitor.
El wahabismo es una forma conservadora del rito sunita mayoritario en el Islam y Arabia Saudita se considera como guardián de la fe, toda vez que alberga en su territorio a varios de los sitios sagrados de esa religión. Pero también está en competencia geopolítica con otro país islámico, Irán, que es a su vez la mayor nación del competidor rito chiita.
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De acuerdo con el autor británico John McHugo, en los años ochenta los saudiárabes comenzaron a “exportar” su visión del Islam, como forma de contrarrestar la militancia misionera surgida en Irán a partir de la revolución que derrocó al Shah Mohamed Reza Pahlevi.
Pero en esa rivalidad lo que valió fueron las inversiones en la divulgación del Islam a través de los ojos, y los bolsillos sauditas.
“La vieja guerra santa (yihad) militar para propagar la fe fue reemplazada ahora por una ofensiva cultural”, señaló la prestigiosa revista británica The New Statesman, al precisar por ejemplo que la Liga Mundial Musulmana, basada en Arabia Saudita, abrió oficinas en todas las regiones habitadas por musulmanes, envió traducciones del Corán, de textos doctrinarios wahabitas a comunidades en Oriente Medio, Asia, Europa, África y Estados Unidos; financió la construcción o creación de mezquitas y centros islámicos.
El wahabismo es una forma muy estricta y conservadora del salafismo, que propone el retorno a los orígenes del Islam, fundado en los escritos sagrados del Corán y la Sunna, y que de hecho cayó en desuso hasta el siglo XVII, cuando el fundador del wahabismo, Ibn Abdu-l-Wahhab, se alió con el entonces caudillo tribal árabe Ibn Saud, fundador de la dinastía saudita, a la que dio de hecho fundamento religioso y político.
A cambio, el wahabismo se convirtió en la religión de los saudiárabes y la divulgación de sus tesis se convirtió en un objetvo político saudita. De acuerdo con por lo menos un cálculo, en los últimos 25 años habrían invertido tanto como cien mil millones de dólares en su yihad (guerra santa) cultural.
“Una entera generación de musulmanes, por tanto, ha crecido con una fórmula disidente del Islam que les ha dado una opinión negativa de otras religiones y una intolerante comprensión sectaria de la propia. Aunque no extremista por sí misma, esta es una visión en la que puede desarrollarse el radicalismo”, consignó The New Statesman.
Clapper fue mas categórico: las “interpretaciones atávicas, puritanas, se basan sobre el régimen de la espada y la divulgación (de lo que la Casa de Saud ve como) de la más pura forma del Islam a través del mundo musulmán y más allá”.
Pero la cuestión es más complicada, señaló Bernard Haykel, catedrático de la Universidad de Princeton. “Los saudíes han sido muy activos en India desde 1963 y sin embargo los salafitas indios están profúndamente involucrados en políticas democráticas nacionales y no han producido yihadistas, locales o globales. Los saudíes nunca estuvieron involucrados en divulgar el salafismo en Irak, pero ahí es donde emergió el Estado Islámico”, escribió para The New York Times en diciembre pasado.
Pero muchos extremistas árabes nacieron y crecieron en Arabia Saudita y se inspiraron en el wahabismo.
The New Statesman aseguró que en cierta forma, el Estado islámico es una forma de rebelión contra la doctrina wahabita oficial, aunque anotó que al igual que su predecesor directo, Al-Qaeda, el EI parece tener muchos militantes guiados más bien por lo que consideran como el “desesperado apuro” de los musulmanes en otros países, “de la misma forma que hombres de toda Europa dejaron sus casas en 1938 para combatir a los fascistas en España o judíos de toda la Diáspora se apresuraron a ir a Israel al inicio de la Guerra de los Seis Días en 1967”.
Al-Qaeda surgió de las conservadoras ideas wahabitas de Saudiarabia y el EI es de hecho una escisión del movimiento creado por Osama bin Laden. En ese marco, hay quienes aseguran que la monarquía saudita está profundamente preocupada por el EI y su visión del mundo.
“La diferencia clave está en que el EI quiere establecer un califato y ve la monarquía como una forma no-islámica de gobierno”, consignó la revistaDemocracy Digest. Eso sólo garantizaría el choque entre el gobierno saudita y el Estado Islámico.
De acuerdo con la emisora británica BBC, el califato se refiere al proceso de elección del líder religioso y político de los musulmanes en el mundo, el califa (“sucesor”), pero también al sistema de gobierno establecido tras la muerte de Mahoma en 632”.
Debido a que Mahoma no dejó un sucesor, hubo una disputa entre quienes creían que debía ser alguien de la familia del profeta -ahora conocidos como chiitas-, mientras que otros -los sunitas- favorecían la figura del califa y la ley islámica.
La divergencia sigue hasta la fecha, complicada además por cuestiones políticas, geopolíticas, y hasta étnicas.
Para el Blog “El Visir”, el Califato “es un sistema político único de la ideología del Islam. No puede ser comparado con los gobiernos musulmanes de hoy. Es una construcción política única basada en el concepto de ciudadanía sin importar etnicidad, género o creencia y se opone completamente a la opresión del cualquier grupo religioso o étnico”.
La realidad sin embargo es que el califato “ha sido por mucho tiempo una letra muerta políticamente, pero como simboliza la unidad de la umma (comunidad de creyentes) y sus vínculos con el profeta, los musulmanes sunitas lloran su pérdida como un trauma espiritual y cultural”.
Pero el último califato, si así se le pudiera haber llamado, pasó a la historia con el desplome y desintegración del Imperio Otomano, en 1922. Pero ya entonces era más una idea que una realidad, y así había sido por siglos.
Para Arabia Saudita, consideró Toby Mathiesen, autor de varios libros sobre el tema, el problema es que el EI “se acerca tanto a su propia interpretación del Islam que no puede ser vista como combatiendo al EI muy fuertemente porque socavaría su autoridad en casa”.
Pero al mismo tiempo algunos estudiosos creen que el antídoto al Estado Islámico está precisamente en Arabia Saudita.
“Arabia Saudita ha enfatizado que no tolerará al Estado Islámico en ninguna forma y el liderazgo saudita ha tratado de bloquear todo apoyo a esa organización, incluso financiamiento, desde dentro del país”, afirmó Nawaf Obaid, asociado al Belfer Center for Science and International Affairs de la Universidad de Harvard, en un texto para el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (European Council on Foreign Affairs).
fuente: excelsior