Olga, de 33 años, es un buen termómetro a su pesar para medir las verdaderas consecuencias de la guerra en cualquier familia de Ucrania. En su caso, además de perder a su marido, desaparecido en la batalla de Bajmut hace dos años, la guerra le arrebató una parte de sí misma: su pierna izquierda. Después de pasar por una amputación, rehabilitación y el diseño de prótesis cayó en una intensa depresión. El fútbol y todo lo que supone compartir la salida del infierno junto a otros que están como tú le salvó la vida.
Olga es hoy una figura destacada en esa lucha. Ante nosotros, decenas de hombres, todos ellos ex militares a los que les falta o bien una pierna o bien un brazo (los porteros) van a disputar la Copa de Fútbol de los Fuertes en Kiev, un acontecimiento que sirve para medir el tremendo coste personal de esta guerra larga y carnicera (vamos para tres años y medio de invasión rusa). El problema, bien visible en el centro de las grandes ciudades ucranianas, donde se ve a muchas personas con prótesis ya como parte del paisaje, queda aquí más aparente. Decenas de miles de amputados, casi todos de alguna de las piernas, a veces de las dos, por culpa de las minas antipersonales. Solo en el último año se han colocado en Kiev más de 1.000 prótesis y la lista de espera para adquirir una es enorme.
Andriy Shevchenko, el legendario ex delantero ucraniano y actual presidente de la asociación de fútbol del país, dijo que el fútbol de amputados “será una prioridad durante los próximos años para nosotros”. Se cree que hay más de 100.000 amputados en el país, asegura el ex jugador del Dinamo Kiev o del Chelsea, la mayoría de ellos “soldados que defendieron nuestro país”.
Cada equipo de fútbol de Ucrania posee además su equivalente en el fútbol para amputados. En este caso, asistimos a un partido entre el Shaktar Donetsk y el Pokrova de Leópolis, que se acaban llevando el enfrentamiento por un 3-0 en la final de esta competición.
Cada uno de sus participantes ha vivido al menos dos vidas. Antes de sufrir el ataque y la posterior amputación y la existencia de después. Y por supuesto no todos están en el mismo punto. Algunos se mueven aun con torpeza, necesitan reclutar todos sus músculos para poder moverse con la prótesis o sin ella, mientras que otros, fortalecidos ya durante meses y adaptados al fin, la han convertido en una prolongación de su cuerpo y hasta su caminar ya disimula cualquier cojera.
Anatoli, jugador del Shaktar Donetsk, tiene 31 años y es de Pokrovsk, el frente principal de la guerra en estos momentos. Su casa familiar está destruida, pero no su ánimo. Estuvo mes y medio en el cautiverio ruso al caer prisionero en el asedio de Azovstal, la planta industrial de Mariupol donde la guarnición de la ciudad se metió para resistir todo lo que pudieran. “Yo no estaba en Mariupol cuando comenzó la invasión rusa, pero nos trasladaron a un grupo de soldados en helicóptero allí a combatir. Cuando llegamos, caí herido de la pierna y me la tuvieron que amputar. Cuando nos entregamos a los rusos, me llevaron a un hospital en zona ocupada donde he de decir que me trataron mucho mejor que a otros compañeros que fueron encarcelados en la propia Rusia. Me devolvieron en un intercambio de prisioneros meses después y comencé aquí mi rehabilitación”, cuenta Anatoli.
En la grada, entre el público que anima a los jugadores, se escucha a alguien hablar en español. Es Deivid, un colombiano de Barranquilla, ex soldado de su ejército, que se enroló en una brigada ucraniana como voluntario. En su despliegue, un día pisó una mina mariposa. “Era pequeña, como un colibrí. Me destrozó la bota y varios dedos. Sangraba mucho y me pusieron un torniquete. Como era de día y no podíamos evacuar, estuve muchas horas con el torniquete puesto. Cuando por fin llegué al hospital esa noche ya no había nada que hacer con mi pierna salvo amputarla por debajo de la rodilla. Salvé la vida, pero no la pierna”, cuenta Deivid. “Para mí el fútbol ha sido una manera de volver a formar parte de algo, de ganar fuerza en lo físico y ganar motivación en lo anímico”.
Otro de los componentes del equipo, Román Semenyuk, de 30 años, se reconoce como aficionado del Barcelona y ha usado el fútbol para olvidar las pesadillas de la guerra. Desde niño soñó con llevar la camiseta del Shaktar Donetsk y cumplió al fin su sueño como portero titular, aunque le falte un brazo. No van a conformarse sólo con este torneo: Valentin Osovskyi, capitán del equipo ganador de Pokrova, asegura que el objetivo es crear “un campeonato y un equipo lo suficientemente fuerte para representar a Ucrania a nivel internacional”, ya que también existen mundiales en esta categoría.
En cualquier caso, la guerra vuelve como una pesadilla. El pasado domingo, mientras se jugaba la final, las alarmas volvieron a sonar en toda la ciudad por alerta de bombardeo. Como dictan las normas, todos los jugadores deben abandonar el campo y meterse en el refugio hasta que la alarma se desactiva y el peligro cesa. “Tenemos que convertirnos en un ejemplo para todos aquellos que ahora están en el hospital recién amputados y ven su futuro muy negro. Otros lo hicieron con nosotros y esa es nuestra labor ahora”, dice Román.
“El fútbol es la mejor rehabilitación para mí”, comenta Mykola Gatala, capitán del equipo Pokrova, ganador del torneo. “Me ha ayudado tanto física como mentalmente. Lo practico junto a mis hermanos de armas, que pasaron por lo mismo que yo. Nos entendemos mutuamente”.
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En la grada está Ruslana Rusya Danilkina, una joven que entró de voluntaria en el ejército ucraniano con tan sólo 18 años y que perdió su pierna en un ataque. Danilkina contró desde su cuenta de Instagram y TikTok todo el proceso de rehabilitación por la amputación y la colocación de su prótesis. Hoy es uno de los rostros más conocidos del país y aboga por dedicar más recursos a los heridos, su recuperación y su vuelta a la vida gracias a prótesis cada vez más adaptadas y más eficientes. “Tengo mi propio ejemplo como motivación para todos ellos. Me gusta presumir de haber ayudado a conseguir cientos de prótesis gracias al proyecto Superhumans del que formo parte”, dice Danilkina.
La Copa de Fútbol de los Fuertes tiene ese nombre por algo: los jugadores tienen que correr y competir subidos a sus muletas, rematar con su única pierna y volver rápido a su posición. Jugar un partido así constituye un esfuerzo sobrehumano para los brazos, pero todos acaban contentos.
Fuente: El Mundo