CONOCE LA CURIOSA CARTA QUE PAUL NEWMAN QUE LEÍA A DIARIO DE UN FAN DE SUS SALSAS
En 1980, Paul Newman y su amigo A. E. Hotchner regalaron a unos cuantos amigos unos aderezos caseros para ensalada que habían preparado en el granero de su casa y que metieron en viejas botellas de vino. Tenía entonces el actor 55 años y era, desde finales de la década de los 60, uno de los más conocidos y aclamados del mundo. Ya había hecho El buscavidas, Cortina rasgada, Dos hombres y un destino, El golpe y El coloso en llamas. Nada le hacía pensar entonces que, fruto de la casualidad, iba a construir un imperio que a su muerte había superado los 200 millones de dólares en donaciones.
Lo cierto es que aquello que empezó como una broma fue tomando más cuerpo y cada vez que Newman y Hotchner iban a casa de alguien les llevaban su propia salsa. Muchos le decían que tenía que profesionalizar aquella afición y poner a las botellas el nombre del actor, ya que eso garantizaría el éxito. Pero Newman no quería ni oír hablar del asunto, pues le parecía ridículo, y así lo dijo siempre, que alguien fuera a comprar algo solo porque su cara apareciera en la etiqueta. Sin embargo, con el paso de los meses y animado por su mujer, Joanne Woodward, se planteó la posibilidad de profesionalizar las salsas solo si los beneficios de las mismas iban a parar a labores benéficas.
Y así fue cómo, en 1982, nacía Newman’s Own Salad Dressing, convirtiéndose en un pequeño fenómeno social y culinario que solo en el primer año generó más de 300.000 dólares de beneficios. El secreto del éxito de los aderezos seguramente se debió a una combinación de factores. El primero, la imagen de Paul Newman en la etiqueta, un dibujo de su rostro perfectamente reconocible. El segundo, que debajo de su cara aparecía un eslogan contundente, Let’s give it all away (Vamos a regalarlo todo), por lo que enseguida se supo que el 100 % del precio de cada frasco iba destinado a obras de caridad. Y, el tercero, que las salsas se elaboraban con ingredientes que se podían encontrar en la propia cocina. Es decir, cantaba a casero y a natural.
El éxito fue total. La gente no paraba de comprar sus aliños que estaban presentes tanto en los mayores hipermercados como en los modestos establecimientos de los pueblos pequeños. Así, a medida que avanzaba la década y aumentaban las ventas, Newman se expandió y pasó de los aliños a los condimentos, las salsas para pasta, los cereales, las limonadas y las palomitas de maíz, generando una oleada de adeptos a lo largo de Estados Unidos hoy todavía imparable. Tanto es así que dos de sus hijas y la propia Woodward formaron parte durante años de la compañía que, entre otras cosas, creó en 1988 los campamentos de verano Hole in the Wall para ofrecer vacaciones gratis a miles de niños con enfermedades terminales. No en vano, para asegurar el modelo de negocio basado en la donación del total de beneficios y royalties, en 2005 se creó la Fundación Newman’s Own, que hoy continúa con su inmenso trabajo.
Paul Newman se pasó la vida quitándose mérito por el éxito de la compañía, es más, contaba como esta era una cura de humildad permanente. Una de las anécdotas más reveladoras en este sentido la contó el propio actor al decir que tenía colgado sobre el inodoro de su oficina la carta de un fan que decía: «Mi novia y yo hemos comprado su salsa de espagueti y es maravillosa. Me ha dicho que usted hacía películas. Si actúa tan bien como cocina, seguro que vale la pena verlas. ¿Podría decirme dónde puedo conseguir alguna de sus películas para poder verlas?». Ante ello, el actor sentenciaba: «Este tipo de cosas son las que te ponen en tu sitio».
Y es que, por mucho que la compañía a día de hoy haya donado más de 570 millones de dólares en todo el mundo a través de la Fundación Newman’s Own y que siga siendo uno de los productos preparados más populares en Estados Unidos, al actor siempre le gustó recordar que mucha gente, muchísima, seguía sin tener ni idea de quién era él.