EL ACTOR Y DIRECTOR GARY OLDMAN REFLEXIONA SOBRE SU SOBRIEDAD Y EL IMPACTO EN SU CARRERA: ‘DEJÉ EL ALCOHOL ANTES DE QUE TERMINARA CONMIGO, AHORA DISFRUTO EL MEJOR MOMENTO DE MI VIDA’
Parte de esa tranquilidad vital de Oldman nace de su matrimonio (el quinto del británico), desde 2017, con la fotógrafa y comisaria de arte Gisele Schmidt. “Viajamos siempre juntos, Gigi [saluda desde una mesa a pocos metros], mi hijastro [al lado de su madre], y yo. Y eso ha logrado que esté atravesando el mejor momento de mi mejor vida. Viajar acompañado, con familia, es maravilloso”, cuenta en el hotel Marriott, en el festival de Cannes, donde se realiza el encuentro. Llega una de las primeras confesiones del actor: “Te lo dice alguien que se ha pasado media vida viviendo con una maleta, en hoteles. Solo. Cuando acababas la jornada, te ibas a tu hotel, pedías una cena asquerosa al servicio de habitaciones y, como escribía John Cheever: ‘Mi mano temblorosa alcanza el teléfono para llamar a Alcohólicos Anónimos y luego alcanzo lo que queda de whisky, la ginebra, el vermú… Ya llamaré mañana’. Me llevó mucho tiempo quitarme el mono, conocer a alguien y disfrutar de viajar y ser feliz. Sé que también hay gente que no lo consigue. Yo sí. Estaría muerto si no hubiera parado de beber”.
John Cheever es el último de los adictos, en el caso del escritor al alcohol, al que ha dado vida Oldman, un intérprete especializado en personajes turbulentos a los que se acabó asemejando durante largo tiempo. Si para el público de los multicines, el londinense es ese actor que hizo de villano en taquillazos como Air Force One o que aparecía en la saga Harry Potter y los Batman de Christopher Nolan (encarnando al comisario Gordon), el cinéfilo recordará cómo a finales de los ochenta, un chaval paliducho explotó en el cine indie inglés con Sid y Nancy y Ábrete de orejas antes de aterrizar en EE UU para encadenar El clan de los irlandeses, JFK: caso abierto y Drácula de Bram Stoker. Desde entonces, ha picoteado por todo tipo de industrias (en España protagonizó Bosque de sombras, de Koldo Serra) y presupuestos, ganado el premio Oscar por dar vida a Churchill en El instante más oscuro, acariciado otras dos estatuillas de la academia de Hollywood (por El topo y Mank) y jugado con todo tipo de acento: también ha monetizado su voz en filmes de animación y videojuegos. Por cierto, su histrionismo desaparece en persona, y su voz natural es mucho más un susurro que el chorro que emana de la pantalla. Con los años ha ido abandonando los personajes sádicos, psicópatas retorcidos, por papeles con cierta bonhomía.
Cheever es uno de esos, un autor que ha naufragado por el alcohol en el Nápoles idílico que dibuja Sorrentino en Parthenope. Oldman siente que le ha llegado el momento adecuado: sus vivencias son similares, aunque el actor se salvó: “Paolo me contó que John Cheever era un escritor melancólico, triste y borracho. Sé qué es eso. No es un secreto que yo solía beber y, de hecho, acabo de cumplir 27 años de sobriedad”. Oldman se detiene, pero queda claro que su respuesta no ha concluido: “Cheever era un alma torturada que sufrió por una doble vida. Estaba casado, con una familia y tuvo que ocultar su homosexualidad porque era lo que se hacía en aquel momento. Toda esa culpa, vergüenza y secretos los ahogaba en alcohol. Ya sabéis el dicho: ‘Estás tan enfermo como tus secretos’. Los secretos te comen vivo, igual que cuando dudas de ti mismo o te odias. Entendí el personaje instintivamente, y creé mi propia versión melancólica de ese estereotipo de escritor solitario y alcohólico, tipo Hemingway, con bloqueo creativo, que esconden a un creador que les susurra en un oído y a un crítico en el otro. Todo eso lo conozco bien. Supongo que es lo que le llevó al alcohol, porque es lo que me llevó a mí al alcohol”.
Oldman incide en que, más allá de los premios o del aplauso popular, lo que le salvó de la autodestrucción fue la aceptación de cómo era y su asistencia a reuniones de Alcohólicos Anónimos: “La sobriedad puede acabar en segundos. La aceptación tiene que surgir de ti mismo. Como dicen en el libro de Alcohólicos Anónimos: ‘Una aceptación fue la respuesta a todos mis problemas”. Y echa a reír: “Cuidado, el Oscar también está bien. Paso delante de él de vez en cuando”.
Esa comprensión le permite ahora dar vida, desde su sobriedad, a borrachos como en Mank, esta Parthenope o la serie Slow Horses. “No es buena esa romantización que la ficción suele hacer del alcoholismo. Desde luego, existe y ha sido así siempre. Todos mis héroes de niño eran unos borrachos. Y ahora mírame, yo mismo atravieso mi periodo de personajes alcohólicos… ¿Sabes quién ha creado el mejor borracho del cine? Denzel Washington en El vuelo. Denzel nunca decepciona”, se ríe.
La conversación nunca abandona la autocontemplación. “A ver, es mi historia. Sé que hubo periodos en que podría haber sido más creativo. Hubo momentos en que preferí estar borracho a hacer cualquier otra cosa. Pero ya no soy ese tipo, el camino prosigue. Y quizá tuve que pasar por todo aquello para llegar hasta aquí ahora”. En una entrevista por la serie Slow Horses meses antes, explicaba: “Es muy egoísta ser artista o actor. Te absorbe una visión y sacrificas muchas cosas. Me gusta la fotografía, tengo muchos libros que ver, muchas películas que ver, cosas que quiero hacer. No dejaré de ser creativo, solo rebajaré el ritmo de todo lo demás”. ¿Se siente de verdad así? “Por supuesto, disfrutemos”. Y señala un refulgente mar Mediterráneo que enmarca la terraza panorámica.