Solitario, casi sin amigos en sus primeros 18 años, en los que se mudó 18 veces, el dictador nazi Adolf Hitler (1889-1945) es «impregnado» por su padre, un funcionario aduanero de provincia, con ambiciones fracasadas, carácter agrio y posturas nacionalistas.
Es la tesis que sostiene la primera biografía de Alois Hitler (1837-1903) que, publicada esta semana en alemán y basada en 31 cartas inéditas descubiertas hace tres años, traza los rasgos de un hombre gruñón, que se cree «sabelotodo» y desprecia a su entorno.
«El hijo copió a su padre de una manera bastante exacta. Lo admiraba, aunque también se rebeló contra él y al mismo tiempo hizo todo lo posible por superarlo», explica a Efe el historiador austríaco Roman Sandgruber.
Durante más de un siglo, las cartas que Alois Hitler escribió a lo largo de un año al hombre que le había vendido una casa de campo en Alta Austria sobrevivieron olvidadas en un desván, antes de que una bisnieta del destinatario las descubriera allí.
Hallazgo sensacional
«Es un hallazgo sensacional porque prácticamente no existía nada escrito sobre el padre de Hitler», cuenta Sandgruber, catedrático emérito de Historia de la Universidad Johannes Kepler de Linz (Austria).
Manuscritos reveladores
Redactados en un lenguaje oficialista rebuscado, y salpicado con términos dialectales, los manuscritos, que abarcan el año 1895, son para el historiador «muy reveladores».
El dictador nazi, el asesino en masa más grande de la historia, es probablemente el personaje más estudiado de la historia, con cerca de 150 mil publicaciones y biografías.
El hecho de que hasta ahora no había entre ellas ninguna obra sobre su progenitor «puede deberse a la escasez de fuentes», señala Sandgruber en su libro titulado «El Padre de Hitler. Cómo el hijo se convirtió en dictador».
Revisión de la historia
La nueva luz que arrojan las cartas obligó a Sandgruber a revisar tesis anteriores sobre la vida de la familia y presenta «una nueva imagen del joven Adolf Hitler».
De padre desconocido, «los orígenes de Alois Hitler están rodeados de mitos, fabricaciones y conjeturas», cuenta el historiador.
En buena parte porque su hijo, cuando se hizo poderoso, buscó «ocultar su propia historia y la de sus padres y antepasados» o «retorcerla en su propio beneficio», explica.
Los nuevos descubrimientos contrastan con las imágenes idealizadas que dibuja Hitler sobre el padre en su obra «Mi lucha».
Gran influencia
La principal conclusión es que la influencia de la personalidad de Alois fue mucho más decisiva de lo que se suponía hasta ahora: «Hasta las firmas del padre y del hijo son idénticas», destaca Sandgruber.
«Las cartas revelan muy claramente cómo Alois se siente superior a los demás. Expresa mucho desprecio hacia la burocracia, los notarios, los abogados, los jueces, los sirvientes y los campesinos de la zona», explica el historiador en una entrevista telefónica.
«Esa imagen es exactamente la misma que la de Adolf Hitler: un autodidacta que se cree mejor que los demás», añade.
Todo apunta a que Hitler hijo absorbió desde temprano del padre la ideología del nacionalismo germano del siglo XIX, plagado de odio hacia los eslavos, especialmente hacia los checos.
Si bien Sandgruber no encontró manifestaciones antisemitas en las cartas de Alois, otros documentos dejan claro que el futuro dictador llegó a Viena ya convertido en un antisemita convencido.
Por otra parte, las misivas corrigen la imagen de la madre, Klara Hitler (1860-1907), la tercera esposa de Alois, quien en una de las cartas la describe como una mujer emprendedora y enérgica.
Eso queda lejos de la visión de «una mujer sumisa, dedicada exclusivamente a sus hijos», según el ideal nazi.
Las cartas revelan además la situación financiera de la familia y que el capital con el que Alois buscó convertirse en «un señor agricultor independiente» provenían en realidad de Klara.
El padre de Hitler fracasa por completo en ese intento, «tanto financieramente como por su falta de capacidad organizadora» y la familia vive al borde de la quiebra.
La treintena de cartas, que llegaron al siglo XXI bien conservadas, con sobre, sellos y matasellos, será entregada a un museo o archivo para «que cualquiera que quiera pueda verlas», concluye Sandgruber.