Ecuador, un país pequeño y rico en recursos, se embarcaba hace solo una década en una audaz transición hacia la energía hidroeléctrica. Era una de las muchas naciones sudamericanas que apostaban a que sus ríos abundantes, aprovechados por presas, podrían satisfacer unas necesidades energéticas cada vez más grandes y ayudar a impulsar la expansión económica, lo que sacaría a millones de personas de la pobreza y abriría camino a una nueva era de prosperidad.
Hoy, esos planes ambiciosos se enfrentan con un clima cuya temperatura aumenta.
Ecuador ha sido golpeado por una sequía extraordinaria, exacerbada por el calentamiento global, que ha afectado a gran parte de Sudamérica, y que ha causado que ríos y embalses se sequen y que la red eléctrica del país esté al borde del colapso.
Desde septiembre, los cortes diarios de energía han durado hasta 14 horas. Las autopistas han quedado en las sombras y barrios enteros se han quedado sin agua corriente, e incluso sin internet y servicio de telefonía móvil. Un grupo de la industria afirma que el país pierde 12 millones de dólares en productividad y ventas por cada hora sin electricidad.
“Mi país está a la deriva”, dijo Gabriela Jijón, de 46 años, propietaria de una heladería a las afueras de Quito, la capital.
Pero Ecuador no está solo. En los últimos años, el clima anormalmente seco en lugares de todo el mundo ha llevado a los ríos a mínimos extremos, agotando los recursos hidroeléctricos en países como Noruega, Canadá, Turquía e incluso Costa Rica.
Zambia, que depende en gran medida de la energía hidroeléctrica, ha sufrido cortes diarios de hasta 21 horas este año. Algunas zonas de China, que también dependen del agua para obtener energía, sufrieron cortes prolongados a partir de 2022.
En total, más de 1000 millones de personas viven en países donde más del 50 por ciento de su energía procede de centrales hidroeléctricas, según Ember, un instituto de investigación energética mundial. Sin embargo, a medida que el clima se calienta y los fenómenos meteorológicos extremos como la sequía se hacen más frecuentes —y más graves—, muchos científicos prevén que la energía hidroeléctrica se convierta en una fuente de energía menos fiable.
Más de una cuarta parte de todas las presas hidroeléctricas se encuentran en lugares con riesgo medio o extremo de escasez de agua para 2050, según un estudio publicado en 2022 en la revista Water.
Ecuador es, en muchos sentidos, un indicador de lo que pueden tener que afrontar otras naciones.
Algunos países, entre ellos Estados Unidos y los vecinos de Ecuador en Sudamérica, Colombia y Brasil, tienen planes de respaldo para recurrir a fuentes alternativas, incluidos los combustibles fósiles, cuando las fuentes de energía hidroeléctrica estén bajas.
Pero el costo de garantizar una capacidad energética adicional es prohibitivo, y muchos países no están preparados para que las condiciones empeoren, según Nicolas Fulghum, analista de Ember.
China es una preocupación cada vez mayor, según Fulghum. En 2022 y 2023, la sequía en el suroeste del país provocó apagones que cerraron fábricas y afectaron gravemente el comercio.
El país obtiene apenas el 13 por ciento de su energía del agua —frente al 70 por ciento de Ecuador—, pero como China es tan grande y está tan conectada a la economía mundial, es probable que las futuras sequías tengan “efectos en cascada”, dijo Fulghum.
En Ecuador, el presidente Daniel Noboa, quien se enfrenta a una reelección en febrero, prometió recientemente terminar con los cortes de electricidad este mes: alegó que la energía que el país está comprando a la vecina Colombia, así como otros factores, ayudaría a disminuir la crisis eléctrica.
Pero los expertos en energía prevén que cualquier alivio será temporal. A menos que se produzca un diluvio —se necesitan unas dos semanas de fuertes lluvias para elevar los niveles de los embalses— los cortes regulares de energía podrían perdurar hasta al menos 2026, dijo Iván Endara, profesor de la Escuela Superior Politécnica del Litoral, una universidad ecuatoriana.
Para acabar de verdad con la crisis, dijo, hay que trabajar por años en la diversificación y el desarrollo del sector energético del país.
La promesa de la energía hidroeléctrica
En 2007, un nuevo presidente de izquierda, Rafael Correa, asumió el poder en Ecuador, prometiendo construir una nación modernizada y con mayor conciencia social y medioambiental.
El país ya había sufrido una crisis energética de un mes en la década de 1990, y otra en 2009, ambas con apagones y ocasionadas por la sequía.
En respuesta a la creciente demanda de electricidad de una población cada vez más numerosa, y con la esperanza de utilizar la electricidad para impulsar su visión del país, el gobierno de Correa invirtió miles de millones de dólares para ampliar su producción energética.
Al aprovechar el agua, y no quemar petróleo o gas, para producir electricidad, se suponía que esta nueva matriz energética ayudaría a mitigar los efectos del cambio climático global, no a convertir a Ecuador en una víctima del mismo.
Con préstamos grandes desde China, el gobierno de Correa puso en marcha una decena de nuevos proyectos hidroeléctricos, presas enormes que se convirtieron en emblema de la transformación del país.
Un proyecto en particular, una presa de 2200 millones de dólares conocida como Coca Codo Sinclair, estaba plagado de defectos de diseño, según los críticos, así como de acusaciones de que algunos funcionarios aceptaron sobornos a cambio de adjudicar el contrato de la presa a la empresa Sinohydro.
Sin embargo, entre 2007 y 2017, cuando Correa dejó el cargo, la capacidad total de generación de energía del país aumentó alrededor del 60 por ciento, según el Ministerio de Energía y Minas.
Otros cambios incluyeron una nueva constitución que acabó poniendo el sector energético casi totalmente bajo control estatal, algo que, según los críticos, condujo a la mala gestión y la ineficacia.
La mayor parte del crecimiento procedió de la hidroelectricidad, con algunos aumentos de los combustibles fósiles y de la capacidad eólica y solar.
Luego, cuando Correa dejó el cargo, la capacidad de generar electricidad bajó.
El expresidente, en una entrevista desde su actual residencia en Bélgica, afirmó que el cambio climático “no es el problema” que origina la crisis energética de Ecuador.
En su lugar, culpó a los tres gobiernos que lo sucedieron por no mantener las centrales hidroeléctricas y termoeléctricas, y les reprochó que no potenciaran otras fuentes de energía, lo que, asguró, provocó una disminución de la capacidad y la insuficiencia para seguir produciendo electricidad en condiciones adversas.
“Yo no he visto destrucción tan rápida en un país en época de paz”, afirmó.
(Correa abandonó Ecuador en 2017 y fue condenado en 2020 por cargos de corrupción no relacionados con proyectos energéticos).
En entrevistas, dos de los tres presidentes que sucedieron a Correa —Lenin Moreno y Guillermo Lasso— afirmaron que habían invertido en ampliar la capacidad, señalando que los proyectos energéticos suelen tardar años en entrar en funcionamiento. Pero ambos recalcaron que se enfrentaron a vientos económicos en contra que no tuvo Correa: en primer lugar, la caída de los precios del petróleo, que contrajo en gran medida la economía del país, muy dependiente de las exportaciones de petróleo.
Luego vino la pandemia. Lasso describió su reto como: “¿Compro vacunas o compro termoeléctricas?”.
Pero Moreno, quien asumió el cargo en 2017, dijo que el problema “principal” era “el enfoque excesivo en la generación hidroeléctrica” del país, que “dejó al sistema extremadamente vulnerable frente a fenómenos climáticos”.
Lasso, quien tomó posesión en 2021, citó algo más: calificó la cultura política de Ecuador de principal impulsora de la crisis, describiéndola como miope y propensa a descuidar las soluciones a largo plazo para los grandes retos, incluida la seguridad energética.
Los representantes del actual presidente Noboa declinaron hacer comentarios.
Los efectos de los cortes cotidianos
La lección de Ecuador, según Fulghum, de Ember, no es que los países deban abandonar la energía hidroeléctrica, sino que deben invertir de manera sólida en otras alternativas, preferiblemente limpias —como la eólica y la solar—, que puedan compensar la escasez de agua.
Citó a Brasil y Chile como países que han hecho precisamente eso.
En Ecuador, los cortes de electricidad comenzaron el año pasado y se convirtieron en cuestiones cotidianas en septiembre, lo que ha generado que negocios cierren e industrias enteras entren en crisis.
La incertidumbre se ha apoderado del país, exacerbada por una industria del narcotráfico en aumento que ha impulsado la violencia.
Hace apenas unos años, Ecuador avanzaba a pasos agigantados en la reducción de la pobreza.
Ahora “todo lo que se logró en esos años de prosperidad se está perdiendo”, dijo Mónica Rojas, decana del Colegio de Economía de la Universidad San Francisco de Quito.
Entre los afectados por la crisis energética figuran instituciones educativas como la Fundación El Triángulo, en Quito, que escolariza y ofrece formación laboral a personas con síndrome de Down, facilitándoles su inserción laboral.
Muchas familias son pobres, y en algunos casos los estudiantes se convierten en el principal sostén de la familia. Nancy de Maldonado, una de las fundadoras, afirma que conseguir que un niño entre en el programa es como el premio de lotería más grande que le puede tocar a una familia.
Sin embargo, este año la organización ha presupuestado 3000 dólares para gastos energéticos, una cantidad muy inferior a los 15.000 dólares necesarios para pagar el gasóleo de un generador donado. Es posible que haya que aumentar la matrícula, lo que podría dejar fuera a algunas de las familias más pobres.
En Salcedo, una ciudad al sur de Quito, Jijón, propietaria de una heladería, no es la única que tiene dificultades para mantener fríos los productos.
El helado es crucial para la ciudad: se ha hecho famosa por la venta de paletas heladas con capas de nata y fruta inventados por las monjas franciscanas.
Pero cuando empezaron los cortes de energía, los Helados de Salcedo, una de las mayores empresas de la ciudad, perdió inmediatamente decenas de miles de dólares en productos, y los empleados vieron cómo se derretían ante sus ojos.
Entonces, las pequeñas tiendas que venden sus productos helados dejaron de hacer pedidos: los propietarios de las tiendas no podían mantenerlos fríos.
En noviembre, Paco Hinojosa, de 58 años, director general de la empresa, calculaba que podrían sobrevivir “otros tres meses”.
Quizá los más afectados sean los ecuatorianos más pobres que no tienen red de seguridad.
Una tarde, en el norte de Quito, el último rayo de luz del día brillaba en la habitación de Katherine Mantilla. En su cama, apoyada sobre bloques de hormigón, Mantilla, de 19 años, acunaba en sus brazos a su hija recién nacida, Kenya.
Kenya nació en octubre, un mes después de la crisis energética, con problemas respiratorios. Los médicos la habían enviado a casa con un tanque de oxígeno e instrucciones para usarlo a intervalos regulares. Pero Mantilla había perdido sus ingresos.
Vendía sándwiches en los semáforos y ganaba 8 dólares al día. Entonces se apagaron los semáforos, y la gente simplemente pasaba corriendo los cruces, sin prestar atención a las jóvenes con los brazos llenos de bocadillos.
Ahora, Mantilla no tenía dinero para rellenar el tanque de oxígeno, ni siquiera para comprar una linterna.
Por las noches, dijo, era presa del pánico de que el pecho de Kenya dejara de moverse y ella no se diera cuenta.
“Si deja de respirar”, dijo Mantilla, “si cambia de color, ¿cómo lo veré?”.
Fuente: The New York Times