El azar hizo que Martha, una mujer de 59 años, originaria de la Ciudad de México, y Tomás Basto, un hombre de 80, tuvieran un infortunio común: ella murió en una playa de Oaxaca, y él en la Plaza de la Ciudadela, en la CDMX. Ambos perecieron a consecuencia de la caída de un rayo y forman parte de una estadística terrible: desde 1998 a 2021 se han registrado 2 mil 473 fallecimientos por caída de rayos, un promedio de 107 al año, de acuerdo con un estudio del investigador Alejandro Jaramillo, del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático de la UNAM.
Cada año mueren en el mundo entre 6 mil y 25 mil personas a causa de un rayo. En redes sociales abundan los videos de personas solas o en grupo que caen fulminadas por uno de estos fenómenos, ya sea en canchas de futbol, o resguardadas bajo un árbol. En nuestro país, el Estado de México, es la entidad que más fallecimientos ha registrado a causa de los rayos por tormentas eléctricas.
Las cifras
El Estado de México sumó 539 fallecimientos a causa de rayos, entre 1998 y 2021.
Oaxaca registró 206.
Michoacán llegó a 168
Guerrero acumuló 133.
Los municipios más afectados por eventos con rayos, llamados así cuando cae un rayo en una zona donde puede ocasionar uno o varios fallecimientos, son mexiquenses y son los siguientes:
Villa Victoria, con 30.
San Felipe del Progreso, con 27.
Ixtlahuaca, con 23.
Toluca, con 22.
La larga temporada de lluvias, factor
La geografía del país con su diversidad climática y una temporada de lluvias bien definida que se extiende mayo a octubre, favorece la alta frecuencia de tormentas eléctricas. Y el Estado de México, que tiene el registro con mayor número de muertes por rayos, puede tener hasta 175 días con este tipo de tormentas. Luego le siguen Oaxaca, Michoacán, Guerrero y Veracruz.
Un hallazgo del estudio es que durante la temporada de lluvias, en verano, una zona topográfica del país favorece la formación de tormentas eléctricas: la Sierra Madre Occidental y la parte sur y centro de la República. Otro dato que arrojó la investigación es que entre Michoacán y Guerrero, muchos municipios rurales están expuestos a un riesgo particular: la combinación de alta actividad eléctrica y alta vulnerabilidad social.
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Por su parte, en Oaxaca y Chiapas, las muertes ocurren de manera más dispersa. Esto se debe a que los lugares con riesgo asociado a la vulnerabilidad social se distribuyen en gran parte del territorio.
“A pesar de las alarmantes cifras, estos decesos suelen pasar desapercibidos para la sociedad, principalmente porque las víctimas están dispersas en el territorio y sólo algunos casos logran captar la atención mediática. Sin embargo, si analizamos el número de muertes acumuladas a lo largo del tiempo, los rayos pueden igualar el impacto de eventos catastróficos más evidentes”, se lee en el estudio.
México tiene más muertes que EU
Hay un dato estrujante en el estudio: hace cuatro décadas México registraba cinco muertes por cada millón de habitantes, mientras que en Estados Unidos esta tasa era inferior a 0.5 por la misma proporción. La diferencia es producto de una combinación de factores socioeconómicos, culturales y geográficos que influyen directamente en el peligro que corre la población.
Pero mientras en Estados Unidos los decesos suelen estar relacionados con actividades recreativas, en México la mayoría sucede principalmente en zonas rurales y afectan a varones que trabajan en el sector agropecuario. También suelen ocurrir en comunidades con bajos niveles de educación, donde el desconocimiento sobre los riesgos de las tormentas eléctricas y las medidas de protección adecuadas aumenta la vulnerabilidad y la exposición de la gente.
Recomendaciones para reducir el número de muertes
Reducir el riesgo de muerte por rayos en México requiere un enfoque integral que combine infraestructura, medidas de seguridad y educación. La instalación de pararrayos y sistemas adecuados de puesta a tierra, así como la construcción de refugios seguros, son medidas esenciales. Además, mejorar el acceso a los servicios de salud de emergencia puede disminuir significativamente la mortalidad asociada con este fenómeno. Las campañas educativas podrían jugar un papel fundamental si enseñaran a la población cómo actuar durante las tormentas, por ejemplo, evitando las zonas peligrosas y suspendiendo las actividades al aire libre.
“Por supuesto, es necesario garantizar el acceso a información meteorológica precisa mediante herramientas de alerta clara, comprensible y especialmente diseñada para los sectores más vulnerables. Esto incluye la difusión de información en lenguas indígenas para asegurar que ningún grupo quede excluido de las medidas preventivas. Este desafío involucra tareas pendientes para la academia, los organismos de protección civil y los gobiernos”, concluye.
Fuente: La Silla Rota