Un tema poco explorado es el relativo a la calidad y al precio de varios medicamentos de amplio uso en la sociedad mexicana. Y no es tema porque no hay parámetros de comparación y en virtud de que no hay seguimiento a la cadena de autorización y elaboración- por ende- de los medicamentos.
Para nadie es desconocido que las principales enfermedades en México están relacionadas con presión arterial alta, triglicéridos, colesterol, diabetes y distintos problemas graves o leves de salud mental, estos últimos que se busca dejarlos debajo de la alfombra.
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El principal problema es el precio y la oferta. Veamos un sólo ejemplo de lo que afirmo. Un medicamento para combatir los triglicéridos y el colesterol altos (que puede generar problemas graves del corazón e incluso la muerte) son las estatinas. Se trata de medicamentos de primera elección porque – se supone- tienen mejores resultados en evitar o retrasar la formación de plaquetas en las arterias (que generan que el corazón deba trabajar más y en determinado momento puede incluso dejar de trabajar) y reducir los efectos secundarios.
En México la oferta de laboratorios que producen las estatinas son muy pocos si se compara, por ejemplo, con Colombia o Perú. Peor aún, algunas de las estatinas más recetadas en el ámbito internacional simple y sencillamente no existen en México. Por ello el médico (y obviamente el paciente) debe ajustarse no a lo ideal, sino a lo que existe.
En Colombia, por ejemplo, si alguien pide en una farmacia el medicamento Lovastatina le van a preguntar de cuál laboratorio la quiere. Al menos habrá 4 o más opciones con una amplia diferencia de precios por las características de su presentación. Esta competencia genera reducción de precios y mejora en la calidad. En México eso no sucede, salvo excepcionalmente, pero jamás se compara con la industria farmacéutica colombiana.
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Así se llegan a casos extremos donde un medicamento, incluso los de patente, (que se supone son idénticos en todas partes por los altos controles de calidad de los grandes laboratorios) puede ser encontrado en México a un sobreprecio de más del 40% de lo que cuesta en Colombia. Y en los genéricos la diferencia es muchísimo mayor.
Otro problema es que las sales, el medicamento y el excipiente cbp (que es el vehículo para dosificar la liberación del medicamente en el cuerpo) son autorizados en México por la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS). Se trata, en realidad, de una simulación. Efectivamente el laboratorio se sujeta a las reglas (estrictas por cierto) de la COFEPRIS y las somete a dictámenes independientes para verificar su calidad. Hasta aquí la historia está perfecta, pero cuando el medicamento autorizado sale al mercado ya no hay un seguimiento con las mismas características de la COFEPRIS para saber si lo que fue autorizado es idéntico a lo que es comercializado. De ahí la incertidumbre sobre los medicamentos genéricos en México.
Hay, por supuesto, unos muy buenos, pero hay también otros que lo son menos. Pueden tener las mismas sales y la fórmula, pero no el excipiente cbp que es fundamental para que el propósito terapéutico de un medicamente funcione. El excipiente cbp es en casi todos los casos la parte más cara para fabricar el medicamente. Por ello si no hay un buen excipiente cbp, aun cuando la fórmula médica sea idéntica al de patente no va a tener jamás las características del de patente, en perjuicio de los que menos tienen.
El Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (INVIMA) de Colombia tuvo hace algunos años problemas similares a los que existen hoy en México por cuanto al seguimiento de los medicamentos en el mercado, eso ya ha sido atendido gracias a una importante movilización social por la vía legal.
En México no hay una sola organización social dedicada al tema de la calidad de los medicamentos lo que genera un espacio para que la corrupción se desarrolle sin problema alguno. Hay que empezar a hacer algo para que este círculo vicioso termine.
Fuente: SDP noticias