Por fin terminó de llover y salió el astro rey. Las amas de casa aprovechan para lavar y tender su ropa. En las pocas calles pavimentadas hay un minitianguis con ropa de 20 a 50 pesos. Los baches ya no son tales, son cráteres de tamaño considerable. Son las 12:47 del miércoles y los niños ya salieron de clases. Caminan brincando los kilos de lodo que obstaculizan el camino. Es hora de comer y la mayoría de la gente lo hará con pollo o con frijoles. No hay para más.
Es Tres Reyes, el ex asentamiento irregular y hoy pequeña comunidad, donde los asaltos están a la orden del día, donde hay más motos que autos, donde todos los habitantes trabajan en Cancún, donde las niñas de 14 años ya conocen lo que es la cocaína y otro tipo de drogas, y donde aún se venden terrenos que nadie sabe si están legalizados.
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El camino es largo y sinuoso. A 50 minutos del lujo de la Zona Hotelera, donde laboran algunos de sus pobladores, aquí tienen un pequeño centro de salud insuficiente para atender cualquier emergencia. Los grandes charcos formados en la avenida principal son el caldo de cultivo perfecto para el mosquito que transmite enfermedades como el dengue, chikungunya o el zika.
Un anciano con bastón intenta subirse al transporte. Un joven estudiante con la estrella de David en el cuello, ni siquiera intenta ayudarlo. Es miércoles de tianguis y hay que aprovechar las ofertas, principalmente en lencería y ropa para los niños. El pollo recién matado se cotiza en 32 pesos el kilo. Esta es la base de la alimentación en este lugar.
“Don, ayude a reparar la calle”, le grita un pequeño que va en su bicicleta al fotógrafo. Nadie habla de las próximas elecciones y tampoco se hacen ilusiones. “Siempre vienen, prometen y jamás los volvemos a ver. Si acaso a la señora del DIF. Así que la gente de aquí finge que les hace caso y les promete el voto, pero a la hora de la hora nadie sufraga”, confiesa el pollero.
Entre la tierra y los arbustos, Tres Reyes se ha extendido. La camioneta tarda casi media hora en llegar a la base. La tarifa dentro de la comunidad es de cinco pesitos. También se venden juguetes usados y seminuevos. Unos padres de familia con sus tres hijos piensan detenidamente que comprarles unos muñecos o un carrito.
Los senderos, por llamarlos de alguna manera, son la causa que haya varios establecimientos donde reparan las motos. “Aquí nadie compra motos nuevas, porque no duran. Compran las usadas y las mandan a arreglar. Luego de unos meses las venden y buscan otras, porque es imposible que una moto aquí te dure un año y, menos, si vives para adentro”, admite un joven que trabaja en una farmacia como repartidor, en Benito Juárez.
Dos chicas adolescentes que cursan el segundo grado de secundaria hablan de lo mucho que les gusta vivir aquí. Consideran que en Cancún hay mucha gente y mucho ruido y no quieren cambiarse. Van dos o tres veces al año a las playas y no les llaman la atención los turistas extranjeros. Dicen que no quieren quedar embarazadas a esta edad, porque quieren ser universitarias, aunque saben que tienen pocas posibilidades. De hecho, no conocen a nadie de sus amigos que curse estudios profesionales.
Un puesto de fruta callejero ofrece unos plátanos en dudoso estado y algunas manzanas. Nadie quiere salir en la foto. Desconfían. El tema del día es que ya se aproximan las vacaciones de Semana Santa. Por lo menos eso platica un trío de señoras, acompañadas de sus hijos en el transporte público.
Fuente: Quequi