- GOBERNAR DESDE LA IZQUIERDA: EL DESAFÍO DE MORENA.
¿Cómo se gobierna desde la izquierda? No es una respuesta simple. Primero habría que definir a qué tipo de izquierda nos referimos y, posteriormente, cómo se debe estructurar la forma de gobernar. Existe un consenso relativo sobre la izquierda actual mexicana: es una combinación de nacionalismo posrevolucionario, ética republicana, laicismo, democracia plena y distribución de la riqueza a los sectores más desprotegidos. Es lo que se ha denominado Humanismo Mexicano, herencia de nuestra historia política.
En nuestra historia política destaca la Cultura del Abuso del Poder —con mayúsculas—. Impuesta desde la época colonial, esta cultura operó como un mecanismo para someter primero a los pueblos indígenas y luego a todas las clases subalternas, tanto material como psicológicamente. El siglo XVI fue un siglo de epidemias que diezmaron física y moralmente casi todo el continente. Tras la devastación, el proceso de evangelización impulsado por la corona española buscaba cambiar la cosmovisión indígena (salvar almas, en el lenguaje de la época), pero también crear una enorme base laboral para el enriquecimiento del imperio. Para ello, era indispensable construir una mentalidad y una conducta de sumisión, de aceptación del dolor, de vivir con la tragedia.
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La economía colonial fue extractiva —minería y agricultura, en particular—. Después de las independencias americanas, predominaron las élites criollas terratenientes y exportadoras, que aprovecharon la estructura existente: sociedades agrícolas autoritarias, sin acceso a la educación, con la complicidad de las instituciones religiosas. La lucha de un sector ilustrado, los liberales, por establecer un Estado nacional laico fue un proceso largo y desgastante. El resultado fue un Estado débil, con un presidencialismo sólido y, sobre todo, una élite política más fuerte que las instituciones de gobierno.
Para el siglo XX, México había logrado vencer al imperio francés, remover a las instituciones religiosas del ámbito educativo y político, y en sus primeras décadas creó la primera constitución social del mundo y consiguió disminuir la economía extractiva. Sin embargo, no logró erradicar la Cultura del Abuso del Poder, reflejada claramente en el enriquecimiento ilícito a través de los cargos públicos. Álvaro Obregón y su reelección, apenas cuatro años después de la Revolución, son prueba de ello (explícita es su célebre frase: “No hay general que resista un cañonazo de 10 mil pesos”).
La posrevolución se distinguió por la industrialización y urbanización del país. El modelo de economía mixta planteado en nuestra Constitución se tradujo en el llamado “milagro mexicano” de mediados del siglo XX. Fue la época de oro del cine mexicano, que requería cines, ciudades y trabajadores con recursos para disfrutar sus películas. Pero la corrupción no desapareció: era moderada, pero impune.
Las demandas estudiantiles de 1968, junto con otros movimientos sociales previos, surgieron contra un sistema socioeconómico cada vez más injusto con las clases populares, contra la ausencia de una democracia real y, también, contra la Cultura del Abuso del Poder: contra los porros pagados por el gobierno, contra los granaderos, las leyes arbitrarias y los presos políticos; también contra el acarreo, la extorsión policiaca, los discursos demagógicos y la hipocresía del PRI, tanto al interior como al exterior del país. Fue una rebelión contra la sumisión de nuestros gobiernos al imperialismo estadounidense, contra una élite que traicionaba a su propio país. Este importante proceso fue frustrado por la represión —tanto abierta como quirúrgica—, por la guerra sucia y por la cooptación. Pero no logró eliminar la demanda por un cambio profundo del sistema político, que quedó latente, a la espera de resurgir.
El neoliberalismo desató las fuerzas perversas de las élites privilegiadas, más aún que el Porfiriato. La manipulación ideológica y el poder acumulado durante décadas de gobiernos priistas convirtieron casi cuarenta años de “mercados libres” (legales e ilegales) y de un gobierno aún más débil, en una era de mafias sin restricción. Fue la época del predominio absoluto de la Cultura del Abuso del Poder, subyacente en nuestra tradición política, sin ningún límite.
Sin duda, la elección de 2018 fue un movimiento social contra ese abuso. Lo resume todo el proyecto de Andrés Manuel López Obrador: combatir la corrupción como el mayor mal de la nación; su eslogan: “Por el bien de todos, primero los pobres”; y la síntesis de su propuesta de gobierno: “No mentir, no robar y no traicionar al pueblo”. Un ataque directo a aquella forma de ejercer el poder público que tanto daño le hizo a nuestro país.
Regresando a la pregunta inicial: ¿cómo gobernar desde la izquierda? Es evidente que se debe iniciar por responder la demanda popular que ha legitimado a la Cuarta Transformación de la vida pública: eliminar la Cultura del Abuso del Poder. No es un proceso sencillo. Debemos comenzar por comprender que nuestras élites siempre fueron más fuertes que nuestras instituciones. De ahí la propuesta juarista de AMLO: cumplir las leyes. Durante los últimos cuarenta años, pertenecer al gobierno —particularmente en ámbitos estatales y municipales— fue sinónimo de enriquecimiento ilegal e impune. Era como sacarse la lotería. Hoy, pensar los cargos públicos desde esta lógica es inaceptable. Esa práctica debe recibir castigo legal y social: enriquecerse es traicionar al pueblo que te llevó a ese cargo. Punto.
Construir un andamiaje institucional que vigile y sancione a los funcionarios públicos cuando sea necesario —y que, además, esté supervisado por la sociedad civil— no ha sido posible. Durante el neoliberalismo, estas estructuras fueron meras simulaciones. La izquierda debe estudiar, pensar y discutir cómo lograr un control real sobre el enorme aparato burocrático.
Crear una nueva ética laboral del funcionario público es crucial. Hay esfuerzos importantes en ese sentido. El Instituto Nacional de Formación Política de MORENA trabaja en ello, pero enfrenta la ideología neoliberal estadounidense: el culto al enriquecimiento como meta individual y colectiva. El sistema educativo nacional deberá colaborar para fortalecer esta nueva ética del trabajo. La otra opción —el individualismo capitalista— está llevando a la humanidad al desastre ecológico y humanitario.
La construcción de un sistema económico y político postneoliberal es posible. El “milagro mexicano” fue resultado del control y dirección del Estado sobre la economía, teniendo las demandas sociales como impulso principal. El proyecto alternativo de nación propuesto por Andrés Manuel y continuado por Claudia Sheinbaum incluye la revalorización de las prácticas neokeynesianas, con un mayor enfoque en la distribución de la riqueza y en la construcción de un Estado de Bienestar más social. También se está regresando a la creación de grandes obras de infraestructura, como lo hicieron los Estados con modelos desarrollistas. Hay una reconstrucción de un nacionalismo actualizado, más tolerante y con un conocimiento más profundo de nuestro pasado. Los grandes retos están en los ámbitos macro y micro: la geopolítica global, y los estados y municipios.
El neoliberalismo como hegemonía mundial estadounidense comenzó con los tratados de libre comercio, que permitieron a Estados Unidos vender masivamente sus productos sin aranceles, sin importar lo que pudieran vender las demás naciones. Después vino la venta masiva de empresas estatales, lo que, en la práctica, desindustrializó a México. Nuestra clase empresarial nunca fue verdaderamente industrial, sino más bien orientada al sector servicios. Las grandes fortunas neoliberales provienen de las telecomunicaciones, la minería, los medios de comunicación y los alimentos. Fue el Estado posrevolucionario el que impulsó la creación de fábricas para sustituir importaciones. Luego se esperaba que esa tarea la continuara el sector empresarial, cosa que nunca sucedió. A principios del siglo XXI, México volvió a ser un país exportador de materias primas, como en el pasado, con un nuevo componente: la maquila. Sinónimo de ofrecer pobreza a cambio de migajas, control social y dependencia.
Para que México destaque en el ámbito geopolítico debe emprender una agresiva política de industrialización, dentro de un marco de sustentabilidad. Los gobiernos de izquierda deben distinguirse por ello. El futuro solo puede ser ecológico o no será. La presidenta Sheinbaum ha planteado esto modestamente, pero debe convertirse en uno de los grandes temas dentro del partido gobernante. Aprovechar el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec con productos mexicanos nos colocaría en una nueva posición en el escenario mundial.
El ámbito que he denominado micro también conlleva retos importantes. ¿Cómo gobernar desde la izquierda en los estados y municipios? Hay que aterrizar el modelo del Humanismo Mexicano y del Estado de Bienestar en políticas públicas locales. Evidentemente, esto implica comenzar con la lucha contra la Cultura del Abuso del Poder, combatiendo la corrupción desde su raíz: la idea misma de enriquecerse a costa del pueblo es terrible. Se requieren campañas de concientización, cursos, auditorías, estigmatización social y, sobre todo, legalidad para reconstruir el estado de derecho.
Después de eso, el presupuesto debe destinarse al apoyo social, al combate contra la desigualdad y a la reducción de la pobreza desde las entidades federativas y los municipios. MORENA debe fomentar foros para discutir cómo luchar contra la desigualdad desde las regiones, dialogando con sectores académicos, sociales y empresariales. Gobernar desde la izquierda no es saberlo todo, pero sí es dialogar.
Para que una empresa de alimentos chatarra venda y enferme a más personas, necesita una sociedad desinformada. La educación, la ciencia y las artes son alternativas frente a la obesidad, la drogadicción, los problemas de salud mental; pero también son antídotos contra el cambio climático, la injusticia y la deshumanización del planeta. No es posible concebir gobiernos de izquierda que no fomenten —desde cualquier ángulo— el conocimiento, la ciencia y las artes. Para ello se requieren recursos materiales. Es indispensable poner en la discusión pública el cobro de impuestos a quienes más tienen y su correcta distribución. Tarde o temprano, México deberá impulsar una profunda reforma fiscal, aunque esa sea otra batalla dura en el futuro cercano.
Gobernar desde la izquierda es mucho más complejo que hacerlo desde la derecha, desde el abuso del poder y la defensa del statu quo. Además, existen enormes fuerzas que se oponen a las transformaciones a favor del bien común. Pero no intentarlo es traicionar a nuestros pueblos, a nuestras comunidades, a nuestra historia y a nuestro futuro. MORENA debe ser un ejemplo de cómo gobernar desde la izquierda. Ya se discute en muchos países la idea de seleccionar democráticamente a los integrantes del poder legislativo. Eso significa también que la derecha mundial estaría encantada con el fracaso del proyecto. Hoy, ese fracaso solo podría venir desde dentro, por malos gobiernos.
El mundo está observando. Es una época excepcional para dejar un gran legado, no solo a nuestro país, sino a millones de seres humanos que, en otras naciones, buscan caminos para crear un futuro más solidario y prometedor.