Cancún, Quintana Roo a 07 de septiembre del 2021: Entre la densa selva que se extiende por la Reserva Hidrológica del Anillo de Cenotes en Yucatán, Filiberto Pech se abre paso por un camino de tierra con su mototaxi. Lleva a los turistas a que conozcan su pueblo, Cuzamá, de apenas 5.000 habitantes, y a los más de 200 cenotes de extraordinaria belleza que se esconden bajo el subsuelo de esta comunidad maya y que en su momento eran considerados sagrados por los pueblos originarios.
Por el camino, pasa varias veces por carteles publicitarios con el mismo mensaje: “se vende cenote” —algunos hechos a mano y otros profesionales de inmobiliarias—. Pech calcula que en su pueblo debe de haber 20 en venta, algunos por el módico precio de 500.000 pesos mexicanos (24.500 dólares). “La gente del pueblo los vende porque no tienen dinero para mantenerlos ni capacidad de atraer turismo”, explica Pech.
En la península de Yucatán no hay ríos. Este enclave paradisíaco, cuyas costas atraen a más de 25 millones de turistas al año, acumula las fuertes lluvias de la temporada de huracanes bajo el subsuelo en una red de acuíferos subterráneos que erosiona la roca caliza. El lento proceso con el paso de los años es capaz de formar grandes cuevas llenas de agua, que si tienen la suerte de tener una entrada abierta al cielo se le da el nombre de cenote, un agujero turquesa de agua dulce que resalta en el verdor de la selva.
Los antiguos pueblos mayas los consideraban un canal sagrado de conexión con los dioses donde realizaban ofrendas y sacrificios. Las estimaciones de los expertos sitúan su número entre 7.000 y 8.000 a lo largo de la Península, algunos cerca de los focos turísticos como Tulum o Puerto Morelos, pero en su gran mayoría se encuentran en el interior cerca de pequeños pueblos alejados de las grandes ciudades costeras.
Uno de ellos era propiedad del padre de Pech. Recuerda que lo vendió junto a un terreno el año pasado por medio millón de pesos mexicanos a otro vecino del pueblo. “No teníamos el capital para mantener la escalera ni para construir una caseta para cobrar la entrada de 50 pesos (menos de 2,5 dólares)”, asegura. El guía turístico, que lleva sus 53 años trabajando en el pueblo, asegura que es una buena forma de atraer capital y generar empleo para su comunidad. “Si alguien con dinero lo compra y lo tiene bonito, es bueno para el pueblo porque genera trabajo”, dice a través de sus gafas de sol y con una cálida sonrisa enmarcada en el metal de sus arreglos dentales. Es el caso de una de sus cuatro hijas, que consiguió trabajo en el restaurante que construyó un empresario en un terreno con cenote que adquirió por un millón de pesos.
La normativa estatal no estipula ninguna restricción para la compra de terrenos que estén dotados de un cenote. El departamento de Conservación Ambiental de la Secretaría de Desarrollo Sustentable de Yucatán señala que no hay una ley específica para la compra de una parcela que contenga una entrada a los acuíferos, simplemente está prohibido que sus propietarios los modifiquen. Además, deben comprometerse a mantenerlo libre de contaminación —con el riesgo de que cualquier sustancia llegue a filtrarse al entramado de acuíferos— y en caso de encontrar vestigios arqueológicos mayas deber reportarlo a las autoridades. En la práctica, cualquier persona con capital puede adquirir un cenote aunque est en la Reserva de los Anillos, aunque en este caso no podrían construir encima.
Roberto Fuentes, nacido en Ciudad de México, compró uno que venía dentro de un terreno que usó para hacer un hotel con restaurante cerca de Homún. Ahora busca venderlo para emprender un nuevo negocio de cabañas sustentables en el pueblo. “Cuando lo compré lo iban a usar para hacer una fábrica de hielo, pero yo lo adquirí para tener mi casa con un cenote. No serviría para atraer al turismo porque es pequeño y de difícil acceso, solo para que algunos buceadores paguen por explorarlo”, explica. Su terreno tiene 16.000 metros cuadrados y es de los pocos que quedan de venta particular en la zona, el resto pertenecen al ejidatario, las familias —en su mayoría de origen maya— dueñas de estos territorios tras la reforma agraria de la Revolución mexicana. “En esos casos tiene que haber una asamblea de los campesinos que componen el ejido para aprobar la venta, son como 200 miembros”, detalla. El empresario asegura que su oferta es muy barata: un primer pago de 120.000 pesos y luego cuotas mensuales de 50.000 hasta completar el precio total de 1,5 millones de pesos (algo menos de 75.000 dólares).