¿Qué sentido tendría un órgano escondido entre las piernas, exclusivo del sexo femenino, cuya única función es provocar placer?
Tal pregunta no sólo habría de cambiar la concepción del cuerpo humano y la anatomía, también redefinir la importancia del placer, generar una explicación profunda sobre la evolución y sobre todo, romper con los tabúes sobre el disfrute sexual femenino en la historia.
También te puede interesar: Descubre como era la peculiar sexualidad orgiástica de los antiguos egipcios
La lógica evolutiva indica que ningún tejido está de más en los seres vivos, pues la eficiencia es un rasero que determina con precisión a través de mutaciones, aciertos y errores, qué características son deseables para una mejor adaptación al medio y cuáles deben ser desechadas. Todo en pos de conseguir el fin último de la vida: crear más de sí misma.
El órgano más misterioso del cuerpo humano es al mismo tiempo, propiedad exclusiva de las mujeres, central para el tratamiento de la histeria, la cúspide del placer y durante mucho tiempo −según el machismo imperante en la sociedad− una completa aberración, que en ocasiones se castiga con ablación o la muerte.
La historia de la medicina se precia por descubrir una a una las funciones de sistemas, órganos y tejidos del cuerpo humano. No obstante, existe un área de la anatomía femenina cuyo conocimiento ha sido negado, enterrado, tergiversado y olvidado con el sutil pero definitivo peso de la historia.
A pesar de que los antiguos griegos sabían de un órgano ubicado en la parte superior de la vulva que a veces asomaba entre los labios vaginales, la noción de que a través de caricias podía proveer placer fue desechada frente a la dualidad de los órganos sexuales visibles. Tanto el pene como la vagina proveían una explicación satisfactoria sobre las diferencias anatómicas entre ambos sexos, por lo tanto, ese tejido carnoso que se mantiene oculto en el sexo femenino desapareció del plano anatómico durante siglos.
La concepción griega permaneció vigente hasta el siglo XVI, cuando la ubicación anatómica del clítoris fue redescubierta, pero ignorada como un órgano sexual y catalogada como un tejido más, posiblemente parte del sistema urinario. Años más tarde, el médico italiano Mateo Colombo dio con el clítoris y a pesar de sus creencias religiosas, no falló cuando se refirió a él como “el punto del placer femenino”, caracterizándolo como un falo que crecía en tamaño acompañado de la excitación sexual.
A pesar del gran avance de Colombo en la caracterización del clítoris como depositario del placer femenino, el conocimiento del mismo se mantuvo oculto durante al menos otros tres siglos, cuando una “misteriosa enfermedad” lo reavivó en el seno de una de las sociedades más rígidas de la historia.
Durante la época victoriana, el clítoris vivió una revolución de baja intensidad: mientras las “buenas costumbres” dictaban que el sexo sólo era útil para concebir y cualquier desviación de la norma resultaba impensable. Los encuentros sexuales se ocultaban bajo sábanas, habitaciones y contratos legales y religiosos que sólo entonces, cedían un resquicio de acción al placer masculino, no así al femenino.
La férrea moral de entonces caracterizó al placer femenino negado históricamente como la cura para una enfermedad mental: entonces nació la histeria femenina y con ella, un conjunto de terapias encaminadas a aliviar el mal humor, la “tendencia al caos” y los malos hábitos que según los médicos, aquejaban a la mujer victoriana.
El clítoris apareció como ortopedia y su ubicación se reveló como un secreto a voces entre los especialistas de la salud: en el consultorio, las mujeres víctimas de la histeria propia de su sexo se recostaban en un sillón cómodo y recibían la asistencia del médico en turno, que consistía en masajear hombros, espalda, muslos y rodillas, todo como un prólogo ético para al final, llegar a la entrepierna y hacer contacto con el clítoris. Mientras la respuesta sexual de las pacientes iba en aumento, el doctor seguía presionando suave y rápidamente entre los labios, haciendo círculos y frotando hasta conseguir la ansiada cura: el paroxismo histérico, una forma elegante -acorde a la época- de llamar al orgasmo femenino.
Pronto, la industria médica encontró una gran posibilidad de negocio ofreciendo dispositivos terapéuticos para masajear el cuerpo femenino. Se trataba del tímido inicio de los juguetes sexuales. No obstante, el clítoris sería desterrado de los libros de Anatomía e Historia, conocido sólo como un secreto a voces entre las mujeres que alguna vez fueron llamadas histéricas.
No fue hasta el siglo XX cuando los estudios de sobre la respuesta sexual humana de Virginia Johnson y William Masters retomaron los conocimientos previos y reconocieron formalmente al clítoris como el epicentro del placer femenino. Con sus más de 8 mil conexiones nerviosas -más del doble que el pene-, no existe punto más sensible para llegar al clímax.
–
En la actualidad, la biología evolutiva se encamina hacia una respuesta para la pregunta que abre este artículo. La verdadera razón de ser del clítoris podría rastrearse hace millones de años mucho antes del ciclo sexual femenino, como un mecanismo que a través del placer era capaz de desencadenar la ovulación. Se trataba de una forma avanzada en que la vida se abría paso, que con el andar del tiempo adquirió un papel menos relevante en la reproducción. En pocas palabras, el placer favorece a la vida y como tal, es obligación femenina conocerlo y llegar al clímax una y otra vez a través de él.
FUENTE: CULTURA COLECTIVA