La política no es un acto de fe. Los políticos, que son los oficiantes de este oficio devenido en simple negocio, pretenden que se les crea todo lo que dicen. Quien que creamos en sus buenas intenciones, en la nobleza de sus actos.
Pero no. De los políticos, en principio, hay que dudar. Hay que dudar de sus buenas intenciones. Tenemos que dudar de la bondad de sus acciones.
Estamos hablando de poder. Y el poder, ya se sabe, es intrínsecamente perverso. Y mientras más poder detente un político y menos contrapesos tenga, mayor es su perversidad.
No hay inocencia en el quehacer político. Todos los actos de un político están fríamente calculados. Miden sus riesgos. Sopesan, sin que les importe mucho, las consecuencias de sus actos de poder.
La mayoría de los políticos , se creen infalibles. Intocables, que es peor. Se creen dueños de la verdad.
Y ante la crítica reaccionan con iracundia o, en el mejor de los casos, con disgusto. Y ponen a sus críticos en una lista negra que no es virtual sino real.
Por eso hay que criticar a los políticos. Criticar sus actos, no su vida privada. Criticar sus decisiones si están erradas. Criticar si atentan contra el interés público al que están obligados a servir.
Y dudar de sus palabras. Para los políticos las palabras son un artificio, un artilugio, una máscara, una alcahueta de sus trapacerías.
Confiar en la palabra de los políticos sería un acto de ingenuidad o algo peor: de tontería.
Los políticos no hacen más que encubrir el doble o el triple juego en el que están inmersos. Sólo los ingenuos pueden creer que en la política actual hay verticalidad o coherencia. La vida de los partidos ha sido degradada por las más letales ambiciones. A los políticos de todos los partidos no les interesan los problemas de la gente común y corriente. Sólo les interesa el 2018.
Suele hablarse de una creciente pérdida de la moralidad ciudadana, del auge de una ideología del enriquecimiento fácil, que han hecho posibles fenómenos terribles como el afán del enriquecimiento fácil que conducen a muchos jóvenes hacia el sicariato.
Hay algo que en muchos jóvenes que se inician en la política se convierte en una locura: la necesidad de ser rico a toda costa como única manera de no tener incertidumbres frente al futuro.
Y este es el gran fracaso de nuestro país. La divisa parece ser: sálvese quien pueda.