HÉCTOR AGUILAR Y CHETUMAL
Jorge González Durán
A mi amigo Ramón Alonzo Alcocer, que ayer emprendió un viaje inesperado a lejanas galaxias.
El 16 de enero de 1992, el escritor y periodista quintanarroense Héctor Aguilar Camín, recibió en el Congreso del Estado la Medalla “Andrés Quintana Roo”. En su discurso realizó una vivida descripción del Chetumal que anidaba en su memoria de niño. Vale la pena trascribir algunos párrafos de esas memorables palabras:
Dice el escritor Luis Cardoza y Aragón que la patria tiene el sabor de las cosas que comimos en la infancia, para mi tiene también la forma de la calle Othón P. Blanco, donde nací, el color de los almendros del parque Hidalgo, donde jugué; el olor de la brisa que viene de la bahía, desde el principio de los tiempos y el nombre de la ciudad de Chetumal.
He nacido dos veces aquí — la segunda, durante el ciclón Janet, en el año 1955 — y para mí las palabras Quintana Roo han significado siempre, hasta tal punto, que mi propia historia y la de mi familia, ha sido una revelación histórica acceder a la biografía intensa del hombre cuya memoria nos nombra: Andrés Quintana Roo, un profeta de la vida laica y la separación de la iglesia y el estado, precursor de la sociedad tolerante y terrenal, poco inclinada al dogmatismo o la militancia religiosa, que ha sido una de las mayores riquezas de la vida quintanarroense, espero que así siga en Quintana Roo, y en el resto de México.
Acudo a recibir la medalla que lleva el nombre de nuestro precursor y de nuestro estado, con la clara sensación de no estar a la altura de ninguno de los dos, ni de don Andrés ni de Quintana Roo. Me consuelo pensando que tampoco me merecí nacer aquí, ni llevar conmigo el mundo por contar y escribir que es Quintana Roo. Es el mundo real e imaginario que debo, por su mayor parte, a la elocuencia de los seres más quintanarroenses que acaso han visto estas tierras, después de los libaneses, desde luego, me refiero a las señoritas cubanas que bajaron por primera vez al muelle de Chetumal en el año 1938, para quedarse aquí, de cuerpo o alma, el resto de sus días: doña Emma y doña Luisa Camín, en cuyo nombre y en cuya memoria deseo recibir hoy esta medalla.”
Con mi amigo Moncho, un chetumaleño y un quintanarroense orgulloso de sus raíces, conversamos muchas veces de la historia de esta tierra. Hoy ya descansa en paz. (FIN DE TEXTO)