Amairani es un nombre que marcará la tragedia que viven miles de familias de Cancún, ante la indiferencia no sólo de las autoridades sino de la sociedad. La chica de 16 años ultrajada y asesinada es un trágico símbolo de la violencia que se vive en muchas regiones marginadas del destino turístico más importante de México y de Latinoamérica.
¿Los jóvenes salieron a protestar? No. ¿La sociedad ha alzado su voz de protesta y de denuncia? No. Esta es la triste realidad. La familia de Amairani ha llorado su dolor casi a solas, con la solidaridad de unos cuantos vecinos. Nada más.
Era una chica cancunense que estaba orgullosa de la belleza de las playas de su ciudad. En su sonrisa se veía las ganas de vivir y de salir adelante. Estaba en la flor de la vida. Estaba en apenas descubriendo la magia de la vida. Cuando manos criminales la interceptaron camino a su casa y la asesinaron después de abusar de ella.
Amairani no debe convertirse en una cifra más. No debe pasar a formar parte de la estadística criminal que tiene postrada a zonas y regiones de Cancún.
Pertenecía a una familia trabajadora, limpia, de las que luchan día a día para vivir, con fe en el futuro, con sueños e ideales.
Una familia digna. No tienen recursos económicos. No pertenecen a las élites del poder. No forman parte de la llamada alta sociedad. No son de las familias que salen en las revistas que reseñan las grandes y rumbosas fiestas ni en las páginas de los periódicos que dan cuenta de los apellidos de la gente adinerada, que no de abolengo, que asiste a recepciones, conciertos y exposiciones a lucir sus vestidos de última moda y sus sonrisas impostadas.
Su ropa era modesta. Su comportamiento era el de una chica de su edad: espontánea, alegre, jovial. Y fue víctima de la violencia fruto de la impunidad y oscuras complicidades.
Nadie publicó esquelas en los medios de comunicación. El pésame lo dieron familiares, amigos y vecinos.
Y dentro de unos días el manto del silencio cubrirá esta tragedia que ha enlutado a un hogar de gente noble, digna y trabajadora. El olvido llegará con su ominosa sombra. Pero en las paredes de su modesta casa permanecerá su risa, y en el alma de sus seres queridos permanecerá abierta esa herida que sólo curará el bálsamo del tiempo. Que su sonrisa nos ilumine. Que un coro de ángeles siempre la acompañe.
Correo: jorgeg512@hotmail.com
Twitter: @JorgeG512