EL BESTIARIO
Argentina vuelve al infierno de los ‘homicidios políticos’, la verdad sobre el fiscal Alberto Nisman, ‘el hombre que sabía demasiado’, nunca se sabrá, dentro de veinte años ‘gardelianos’ seguirán las conjeturas
SANTIAGO J. SANTAMARÍA
La muerte del fiscal general Alberto Nisman ha abierto una herida enorme en Argentina sumergiendo al país, nuevamente, en el torbellino de los homicidios políticos, infierno que esperaba haber dejado atrás. Infierno que abre las puertas a conspiraciones y conjeturas de las que ya están saturados tanto la Web como los medios de comunicación. Este homicidio resulta increíblemente difícil de interpretar si se pretende evitar el recurso a estériles teorías de complot. Las presencias de Nisman en la embajada estadounidense en Buenos Aires -reveladas por los cables de WikiLeaks- pueden ser interpretadas no sólo como sumisión de Nisman a los servicios secretos estadounidenses e israelíes, sino también como una voluntad del magistrado de compartir informaciones y buscar pruebas para sus tesis sobre un país, Irán, al que Estados Unidos está muy atento. Quienes consideran que Nisman trabajaba para la CIA y el Mossad lo hacen en base a un supuesto: la investigación que involucraba a la presidenta Cristina Kirchner tenía más valor en la política exterior que en la política interior y servía para desacreditar al Irán de Ahmadinejad en el ámbito internacional, abandonando la pista siria para el atentado de 1994 contra la AMIA. Un Irán que, en esa época, era enemigo jurado de los Estados Unidos.
La desenvoltura con la que Cristina Kirchner y el Frente para la Victoria intervienen en la política internacional ha dado lugar, además, a las conjeturas inmediatas desde el primer momento. Sin hablar de la dificilísima situación que está viviendo el país: la corrupción de sus organismos policiales es enorme y a la pregunta que nos hacemos con frecuencia respecto de cómo es posible que en un país con un tráfico de drogas tan presente no exista una mafia, la respuesta desconsoladora es que gran parte del narcotráfico está justamente en manos de la policía. A nada de esto se ha opuesto Cristina Kirchner y sobre todo, la Argentina nunca se libró verdaderamente del peronismo gracias al cual se convierten en presidentes las esposas de los ex presidentes, gracias al cual los presidentes son llamados por su nombre por razones de cercanía y afecto, gracias al cual la que se impone es siempre la interpretación conspiradora en clave antiamericana. Populismo y promesas y jamás un verdadero camino de cambio. Ese es el pus que brota de la herida de este homicidio político.
Pero si bien es cierto que en breve Nisman prestaría testimonio ante el parlamento sobre el expediente que había preparado sobre la presidente, culpable, según él, de haber obstaculizado la investigación sobre el ataque terrorista de 1994 contra la AMIA, también es cierto que su imprevista muerte arrojó una sombra siniestra sobre el propio gobierno que, aun no estando directamente involucrado, se ve obligado a buscar justificaciones constantes.
Entre las tantas anomalías encontradas, la que más me impresionó es que en el edificio no hubiera rastros de la custodia armada que sin embargo había sido asignada a Nisman a raíz de las amenazas recibidas. Eran diez agentes de la policía que, al parecer, debían reunirse con el fiscal al día siguiente y que no protegían su departamento. De diez hombres de custodia ni siquiera uno vigilaba el edificio, pese a que las fuentes señalan que Nisman temía por su vida justamente debido al carácter sumamente delicado de la investigación y a la atención que estaba atrayendo a nivel internacional sobre el gobierno argentino. Y la memoria de Nisman a partir de las conjeturas de estas horas quedará fuertemente mancillada. Se dirá que los americanos le dieron el libreto en contra de Irán, que WikiLeaks lo descubrió y que los mismos americanos lo liquidaron. Esta tesis límpida, lineal no tiene en cuenta las dificultades del gobierno, la necesidad de acuerdos favorables sobre la adquisición de petróleo. Y tampoco tiene en cuenta el hecho de que las investigaciones de Nisman y los objetivos del gobierno de Kirchner no debían necesariamente llevar a este epílogo: un homicidio por el cual la primera que pagará a nivel internacional será justamente la presidenta.
Anna Politkovskaya, periodista y activista por los derechos humanos, asesinada por una pistola que parecía armada por Vladímir Putin
El caso Nisman me recordó lo que le ocurrió a Anna Politkovskaja, periodista y activista por los derechos humanos, asesinada con una pistola que parecía armada por Vladímir Putin. Y sin embargo, pese a todo, en estos casos, más que elaborar conspiraciones, el pensamiento debe ser siempre lateral y proponer conjeturas que no individualicen como culpable al mayor sospechoso. Quizás el homicidio fue orquestado por alguien que había perdido protagonismo y apoyo; hay quienes piensan en una unidad de los servicios secretos cuyas cúpulas fueron despedidas por el gobierno unas semanas atrás. Kirchner se encuentra ahora en un grave problema no sólo porque evidentemente ella es la parte más expuesta por las investigaciones de Nisman, sino que se halla en una situación dramática en razón de que todos sus errores y todas las contradicciones que vive Argentina no podrán permanecer ocultas detrás del habitual barniz de la lucha contra el imperialismo americano, de la resistencia a las injerencias estadounidenses.
Lo cierto es que nunca se llegará a la verdad -a una verdad reconocida como tal y a la cual se dé crédito- ni siquiera cuando Viviana Fein, la fiscal que está siguiendo el caso, aporte la reconstrucción de los hechos porque la batalla es y seguirá siendo política, es y seguirá siendo ideológica: contra o a favor de Kirchner, contra o a favor de EE UU, con la participación de Israel y el Mossad. Siempre que aparece un hombre de origen judío, ya sea periodista, político o incluso actor se hace oír la voz silenciosa de que pertenece a los servicios secretos israelíes.
Y para complicar aún más las cosas, la propia presidenta interviene con sus mensajes en Facebook. Cristina habla primero de suicidio, luego de homicidio, después dice que las acusaciones en su contra fueron orquestadas por la prensa y tendrían una conexión con lo que ocurrió en París, con el atentado contra la redacción de Charlie Hebdo. Roberto Saviano, periodista y escritor italiano, autor de “Gomorra” y “CeroCeroCero”, en una columna que publicaba este domingo en el periódico Clarín de Buenos Aires, recalcaba que es evidente que en este momento todos están contribuyendo a enturbiar las aguas… “Es evidente que la verdad, ya sumergida bajo una avalancha de mentiras, será imposible de encontrar y que el caso Nisman será el enésimo homicidio sobre el cual dentro de veinte años seguirán haciéndose conjeturas. Las que pagarán serán su memoria y la Argentina misma en su legitimidad”.
El ‘último tango en Buenos Aires’, sin Marlon Brando y María Scheneider, ni Bernardo Bertolucci
Es muy extraño que no se hallen restos de pólvora en las manos de un suicida. Mandos de la Policía Científica de España, han sido consultados en los últimos días por redactores de la crónica internacional de los principales mass media de la Unión Europea, y han admitido que hay veces en las que no se encuentran vestigios de plomo, antimonio y bario -elementos inherentes al disparo de un arma de fuego- aunque lo habitual es que sí aparezcan tales residuos en las manos de quien se ha quitado la vida. Por ello, los agentes coinciden es que es “inquietante” la ausencia de estos elementos en el fiscal ‘suicida’ argentino Alberto Nisman, que osó acusar a la presidenta Cristina Fernández de Kirtchner, de llegar a un pacto con Irán para ‘neutralizar’ las eternas investigaciones en torno a un atentado que se cometió en el barrio judío de Buenos Aires, el 18 de julio del 1994. Dirigentes políticos persas y sus ‘agentes secretos’ han sido señalados reiteradamente como autores más que intelectuales del mayor ataque antisemita ocurrido en el mundo tras el Holocausto nazi.
Siempre que alguien aprieta el gatillo de un arma, el disparo produce una nube de gases y micropartículas que se depositan en el acto en la mano y el antebrazo de quien la empuña. Esto sucede incluso con una pistola pequeña, como la del calibre 22 que mató a Nisman. Para localizar los restos de la detonación, los especialistas recurren a la prueba de la parafina, aunque ya no se usa esta sustancia para recoger evidencias. Ahora, la policía emplea un kit de sustancias químicas con el que suele tomar hasta seis u ocho muestras de cada mano, el antebrazo y la ropa que esté próxima. Después, se observan bajo microscopio y así se ven los restos con cierta facilidad.
Solo es imposible descubrir la presencia de plomo, antimonio o bario si la víctima o sus manos han sido lavadas o han estado sumergidas en agua. En ese supuesto, las partículas desaparecen y eso dificulta las investigaciones. En la bibliografía policial hay casos de espionaje en los que un asesino ha simulado el suicidio de la víctima y, para crear confusión, ha introducido el cadáver en una bañera, como si el presunto suicida hubiera caído allí tras darse el tiro. Es difícil dictaminar sobre la muerte de Nisman sin saber cómo se hizo la inspección del cadáver y la casa y sin conocer si hay otras pruebas científicas.
La sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), un edificio de siete plantas en el barrio del Once, en pleno centro de Buenos Aires, fue totalmente destruida por una explosión, provocando la muerte de 85 personas, entre ellos muchos niños que estudiaban hebreo, y más de un centenar de heridos. Han pasado más de veinte años y todas las investigaciones no han terminado en la detención de los autores de esta masacre. Todos los datos apuntaban a Teherán. La política exterior antiestadounidense de los últimos gobiernos presididos por Néstor Kirchner -ya fallecido- y su esposa, Cristina Fernández, ha ayudado a ‘congelar’ toda iniciativa judicial para sentar a los culpables en el banquillo.
No hay que olvidar la difícil situación económica por la que atraviesa el país de Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, el exgranero del mundo y exlíder en la producción de carne bovina, sus síndromes intelectuales parisinos, y su afición al psicoanálisis de Sigmund Freud y Jacques Lacan, para echar los balones fuera y cargar las culpas de todos los problemas personales a sus equivocados padres y demás antepasados o amigos y vecinos metiches y de dudosos fervores peronistas. Todo ello al son de la letra y música de “Volver” del tanguista argentino Carlos Gardel. El resto de los mortales, interesados en el ‘crimen imperfecto’ de Alberto Nisman, no somos conscientes “que veinte años no es nada” y nos olvidamos del petróleo iraní, tan necesario en la ciudad de las tanguerías y milongas en el Café Tortoní, La Confitería Ideal, El Querandí, Bar Sur…
Esta danza sensual y nostálgica está cargada de historias, secretos y pasiones, que hoy se manifiestan en las letras, en la música y en el baile. Originario de la región del Río de la Plata, el tango es fruto de una fusión que hunde sus raíces en la cultura africana de los esclavos llegados a estas costas, la cual se amalgamó con las culturas locales de los gauchos y de los pueblos originarios, junto con el aporte de los inmigrantes europeos -principalmente españoles e italianos- y del Medio Oriente. Un atentado ‘yihadista’, antesala del 11 de septiembre en Nueva York, en el 2001 y del ataque a la revista satírica “Charlie Hebdo’ en París, una presidenta multipolar, un investigador ‘suicidado’ y ‘asesinado’ con apenas unas horas de diferencia, un país convulsionando… Solo falta el bandoneón de Ástor Piazzola.
El favorito de los Kirchner se convirtió en la peor pesadilla de la presidenta, acusada de dar inmunidad a terroristas iraníes
Ocho rotuladores amarillos apenas alcanzan para subrayar las 288 hojas de su denuncia. Sábado 17 de enero. Alberto Nisman trabaja a destajo. No hay margen de error: en 36 horas debe presentar ante el Congreso una denuncia que imputa a la presidenta de su país, Cristina Kirchner, en un supuesto plan secreto para darle inmunidad a unos iraníes sospechosos de haber atentado contra la sede judía de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) en 1994 con el resultado de 85 muertos. Su móvil arde. Llama a sus colaboradores. Chatea por WhatsApp con periodistas, dirigentes de la comunidad judía, colegas y más. No hay margen de error, además, porque los dirigentes cercanos a la presidenta ya han advertido que saldrán con “los tapones de punta” contra el fiscal.
Son las 18.27. Nisman está eufórico ante el desafío. Acomoda las pilas de su expediente y amontona los fibrones. Toma el móvil, enciende la cámara y le hace una foto para un dirigente de la comunidad judía de mucha confianza. “Acá estoy trabajando. ¿Qué te parece esto?”, escribe mientras envía la imagen. Hasta aquí retumban los golpes de orgullo sobre su pecho. Son los últimos retoques de la obra maestra. A los 51 años, Natalio Alberto Nisman está frente a la denuncia de su vida . Se lo ha dicho a su ex mujer, la juez Sandra Arroyo Salgado. Se lo ha dicho a su hija, pero no ha sido fácil. Festejaban sus 15 años en un viaje por Europa hasta hace pocos días, cuando radicalmente cambió de planes. Habían caminado por la orilla del Támesis, en Londres. Habían cruzado ya los canales de Amsterdam y les quedaba todavía un fin de semana de esquí en Andorra. Pero no. De pronto, Nisman adelantó siete días su regreso. ¿Por qué?
Cae la noche de verano en Buenos Aires. El fiscal está asustado. Le pidió el viernes 16 a su colega Carlos Stornelli que lo ayudara a resguardar algunas pruebas. Le dijo que le entregaría material sensible para que le guardara una copia en su fiscalía. Nisman llama a Diego Lagomarsino, un empleado de su máxima confianza. Este licenciado en sistemas es el encargado de cifrar y proteger los archivos digitales del fiscal. Trabaja desde su casa pero tiene un alto sueldo (unos 3.700 euros) para un empleado judicial. Nisman le pide además un favor personal: que le preste su pistola Bersa calibre 22. Dice que la necesita “por seguridad”. ¿Qué ha pasado con las dos armas que tenía registradas a su nombre?
El empleado se la lleva a su casa. Sube hasta el piso 13 del edificio Le Parc, en el lujoso barrio de Puerto Madero. Entra a su apartamento por la puerta de servicio, como era habitual. Están solos. Lo invita a tomar un café, pero le sorprende que esta vez se lo hiciera preparar al propio invitado. Se sientan en la mesa. Diego lo percibe tranquilo. Al poco rato sale por la puerta principal. El ascensor llega tan rápido que no se pueden despedir.
Había dedicado sus últimos 14 años a investigar el atentado contra la AMIA, una camioneta bomba estalló en el barrio judío en 1994
Europa queda atrás. Recién aterrizado en Buenos Aires, el fiscal comienza una lucha contrarreloj para pulir la denuncia. La ciudad estaba semivacía por las vacaciones, pero Nisman no tenía descanso. Llevaba dos años con la investigación. Eran días de tensión: mantuvo varias discusiones con sus empleados. Pocos imaginaban que haría pública la denuncia cuando la Justicia estaba de fiesta. ¿Por qué lo hizo? ¿Habrá recibido una orden, como aseguró Kirchner a través de Facebook?
Nisman se preparaba para una guerra. Estaba ante el punto de inflexión de su carrera. Se lo había dicho a sus amigos por WhatsApp: “Este es un mensaje de difusión masiva para un grupo pequeño y querido… Debí suspender intempestivamente mi viaje de 15 años a Europa con mi hija y volverme. Imaginarán lo que eso significa. Pero a veces en la vida los momentos no se eligen. Simplemente las cosas suceden. Y eso es por algo… Me juego mucho en esto. Todo, diría. Pero siempre tomé decisiones. Y hoy no va a ser la excepción. Y lo hago convencido. Sé que no va a ser fácil, todo lo contrario. Pero más temprano que tarde la verdad triunfa. Y me tengo mucha confianza”. Y cerró el chat: “Gracias a todos. Será justicia. ¡Ah! Y aclaro, por si acaso, que no enloquecí ni nada parecido. Pese a todo, estoy mejor que nunca. Jajaja…”.
Estaba ansioso y preocupado. Hiperactivo, como siempre, pero tan atolondrado al hablar que algunos periodistas apenas le entendían. Presionado como nunca. Nisman había intentado durante años contener sus nervios, últimamente incluso ejercitaba la respiración para relajarse. También le dedicaba tiempo a su figura, en especial desde su separación, hace dos años. Ante los medios aparecería con unos kilos menos y algún retoque en su cara.
Era incalculable el peso político de su presentación. Pero era la final que cualquier fiscal quiere jugar. ¿Qué tienen en común terroristas iraníes, Cristina Kirchner, los agentes secretos argentinos, la comunidad judía, los terroristas libaneses de Hizbulá, el Departamento de Estado norteamericano y los más pesados movimientos de Argentina? Nisman. Todos pueden haberse sentido afectados, traicionados, decepcionados con su investigación. O todas esas cosas al mismo tiempo. Todos poseen capacidad de presión y, sobre todo, de daño. Nisman los conocía. Había dedicado sus últimos 14 años a investigar el atentado contra la AMIA: una camioneta bomba se estrelló contra la sede de la aseguradora en 1994, el mayor atentado contra la comunidad judía tras la Segunda Guerra Mundial.
“Plan secreto” ideado para restablecer relaciones bilaterales y balanza comercial de granos argentinos por petróleo persa
El fiscal nació en una acomodada familia judía, aunque él no es practicante. Hijo de un empresario textil, se licenció como abogado en la Universidad de Buenos Aires y comenzó a trabajar desde adolescente en los tribunales. Ascendió hasta que se topó con AMIA, la oportunidad de su vida y la causa de su muerte.
Un cambio de rumbo en la investigación le hizo un guiño. El entonces presidente Néstor Kirchner pidió en 2004 que fuera nombrado al frente de una nueva fiscalía especial para darle impulso a la causa. La tensión de estos días le habrá traído buenos recuerdos. Como cuando acusó en 2006 a funcionarios iraníes de haber ideado el ataque y Hizbulá de haberlo ejecutado. Como cuando en mayo de 2008 pidió la detención del ex presidente Carlos Menem por entorpecer la investigación. Su imagen ya estaba asociada al kirchnerismo: lo acusaron de querer congraciarse con Cristina por atacar al ex mandatario.
Su nombre ganaba credibilidad en la Casa Rosada. Sonó, incluso, como candidato a Procurador, el jefe de los fiscales, con el aval de Cristina. Pero con la muerte de Néstor, en 2010, y el memorando propuesto por el oficialismo para acercarse a Irán, Nisman se distanció definitivamente. El fiscal reforzó su alineamiento con la embajada de EE UU -según los cables de Wikileaks-, hasta tal punto que solía adelantar algunas de sus presentaciones a los funcionarios estadounidenses antes de hacerlas públicas.
La bomba. Nisman denuncia un “plan secreto” ideado por Cristina y encabezado por el canciller Héctor Timerman -judío practicante- para sellar la impunidad de los iraníes de AMIA a cambio de restablecer las relaciones bilaterales y su beneficiosa balanza comercial de granos argentinos por petróleo persa. Se convirtió en el hombre de la semana. Si llamabas a su móvil saltaba el contestador. Algunas frases llamaban la atención, aunque se justificaban por el contexto y la magnitud de su acusación. “Yo puedo salir muerto de esto. Van a venir por mí”, dijo. “Me juego la vida en esto. No me dejes solo”, le pidió a un periodista de confianza antes de despedirse.
La duda invadió a todos, incluso a Cristina: “¿Por qué tomó la decisión de quitarse la vida?”, “Estoy convencida de que no fue un suicidio”
¿A qué le temía Nisman? El fiscal se enredó en una telaraña manejada por los poderes más influyentes. Se enterró en la feroz guerra interna de la Secretaría de Inteligencia en un año electoral. Es un poder dentro del poder: un grupo de presión que ha puesto en jaque a más de un presidente. Su denuncia está centrada en las 967 escuchas realizadas sobre el teléfono de Jorge Alejandro Yussuf Khallil, dirigente de la comunidad islámica que supuestamente oficiaba de nexo entre Argentina e Irán para forjar el pacto impulsado por Cristina Kirchner.
Nisman sostiene que Khallil intercambió mensajes con Mohsen Rabbani, ex agregado cultural iraní en la Argentina de los 90, acusado de ser el ideólogo del ataque a la AMIA. Los negociadores argentinos eran el diputado Andrés Larroque, amigo de Máximo Kirchner -hijo de Cristina-, el dirigente Luis D’Elía, utilizado por el gobierno como fuerza de choque ante conflictos sociales, y el dirigente de ultraizquierda Fernando Esteche. Menos Larroque, todos viajaron juntos por lo menos dos veces a Teherán en los últimos cinco años y se fotografiaron sonrientes en una mezquita.
El kirchnerismo agitó los fantasmas sobre la Secretaría de Inteligencia apenas se conoció la denuncia de Nisman. Argumentaron que era un carpetazo sin pruebas operado por agentes secretos. El gobierno se refería a la lucha interna que había intentado frenar Cristina: un mes atrás descabezó al organismo y puso a un ex secretario de la presidencia como número uno. También desplazó a Jaime Stiusso, líder de los espías en las sombras. Necesitaba controlar una pugna que incluía amenazas, extorsiones y hasta el raro asesinato del agente de contrainteligencia alias Lauchón Viale. “A mí no me manejó Stiusso ni nadie. Las decisiones las tomo yo y son exclusivamente mías”, dijo Nisman cuando se le preguntó por la influencia del ex espía en su presentación. Y reconoció que parte de su denuncia estuvo basada en información facilitada por el agente.
El día después de la muerte de Nisman, Lagomarsino llora. Intenta, desde hace horas, declarar ante la Justicia. Está desconcertado, como todos los que habían tenido contacto con el fiscal en las últimas horas. “Era mi jefe”, se justificó cuando le preguntaron por qué le entregó el arma. En su último encuentro, Nisman le habría dado documentación sensible. Teme por su vida. “Si camino por la calle no hago más de 200 metros vivo”, habría afirmado. Nisman le había pedido la pistola “por seguridad”. Pero si el fiscal estaba preocupado, ¿por qué ordenó a su custodia que se retirara el viernes por la noche? Los policías regresaron al edificio el domingo a las 11.05, la hora pactada. Les pareció extraño que no fuera puntual. Subieron cerca de las 13.30 hasta el piso 13. Encontraron los periódicos en la puerta. Tocaron la puerta, pero nadie respondía. Nunca notificaron el disparo que, después de las 14.00, le quitó la vida.
Su cuerpo había quedado tendido boca abajo en el baño. Su ropa interior y su camiseta estaban teñidas de rojo. A su lado, la pistola y un casquillo usado debajo de su tórax. Un tiro en la sien. La sangre inundaba todo. Las dudas también: su dedo quedó en posición de apretar el gatillo, pero sin rastros de pólvora. La duda invadió a todos, incluso a Cristina. “¿Por qué tomó la decisión de quitarse la vida?”, se preguntó horas después de conocerse la noticia. Tres días después, cambió de opinión: “Estoy convencida de que no fue un suicidio”.
Los custodios y su madre ingresaron seis horas después de su muerte al apartamento. Cruzaron el salón. Estaba todo ordenado. Intentaron abrir la puerta, pero el cadáver la obstruía. El charco de sangre intimidaba. Su madre apenas pudo ver que yacía boca abajo. Se fue. Sus custodios tampoco entraron. Al médico le valió con asomarse. El ministro de Seguridad, que acudió al lugar antes incluso que la juez, dice que ni se acercó al baño. Nadie quería verlo. Su muerte fue certificada justo después de la medianoche. Nisman no pensó en cartas de despedida, pero sí dejó el encargo de las compras que su asistenta tenía que hacer el lunes, el día después de su muerte.
Argentina vuelve al infierno de los ‘homicidios políticos’, la verdad sobre el fiscal Alberto Nisman, ‘el hombre que sabía demasiado’, nunca se sabrá, dentro de veinte años ‘gardelianos’ seguirán las conjeturas.
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