LA PAZ EN COLOMBIA CON AROMA DEL CAFÉ JUAN VALDEZ; DESPUÉS DE MEDIO SIGLO, ESTE PAÍS LATINOAMERICANO ES LA CONFIRMACIÓN ‘EINSTENIANA’ EN LA TIERRA DE QUE EL UNIVERSO ES UN CAOS PERFECTAMENTE ORDENADO QUE PERMITE SU EQUILIBRIO Y SU EXISTENCIA
EL BESTIARIO
SANTIAGO J. SANTAMARÍA
Miles de pequeños y medianos caficultores en Colombia bloquearon semanas atrás las principales carreteras de los departamentos donde se concentra el cultivo del café, para protestar por lo que han calificado como un abandono del gobierno en uno de los momentos de mayor crisis por la que atraviesan los agricultores del grano en el país. Los caficultores describen el presente del producto que ha identificado a Colombia ante el mundo como crítico y exigen soluciones a corto plazo.
Por eso, después de varios días de paro, los ministros del presidente Juan Manuel Santos iniciaron una mesa de diálogo a la que invitaron a 28 líderes cafeteros. En la primera reunión, que se prolongó por 12 horas, no se lograron acuerdos que pusiera fin a los bloqueos que han provocado disturbios con la policía y desabastecimiento de alimentos y gasolina, pero se abrieron brechas firmes de diálogo.
Mientras esto ocurría en Colombia, Cuba se había convertido en eterno escenario de unas interminables negociaciones entre Gobierno y la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia- Ejército del Pueblo, FARC-EP, eso sí, gracias a los inagotables sorbos de cafés… Los granos cubanos como “Serrano”, “Cubita”, “Arriero”, “Caracolillo”, Turquino”… se imponen en La Habana, con el permiso del aroma de Juan Valdez. Lo importante es que la infusión de la drupa de dos nueces y con pulpa azucarada de los cafetos, logró ‘transformar’ laberintos de violencia en jeroglíficos de paz.
Aumentar el precio de la carga de café (125 kilos), incrementar los subsidios para el sector y que se frene la importación de café para incentivar el consumo interno, son las peticiones en las que ha insistido obsesivamente Oscar Gutiérrez, vocero del Movimiento por la Defensa y por la Dignidad de los Cafeteros de Colombia y el líder más visible de la protesta. El problema mayor es el bajo precio internacional del café que en el último año cayó dramáticamente, a lo que se suma la revaluación del peso colombiano y los altos costos en la producción. El precio promedio mensual para cafés suaves colombianos cayó de 244,14 dólares por libra a 161,57, lo que se traduce en un desplome de la cotización del grano de 34 por ciento.
El director de la Organización Internacional del Café, OIC, Ricardo Olivera, explicó en un comunicado que la inestabilidad de los precios en los mercados internacionales repercute en la economía, no solo de los productores colombianos que hoy están en cese de actividades. “Esta es una situación de mercado que no puede ser controlada por algún actor particular. La volatilidad de los precios causa serios problemas económicos a lo largo de toda la cadena de suministro del café, y afecta a más de 120 millones de pequeños productores en más de 50 países en todo el mundo”, dijo Oliveira.
“Colombia llegó a producir 14 millones de sacos en promedio al principio de la década de los 90
Colombia es el cuarto productor mundial de café después de Brasil, Vietnam e Indonesia, pero sus grandes bonanzas hacen parte del pasado. “Colombia llegó a producir 14 millones de sacos en promedio al principio de la década de los 90 y viene decreciendo. Hoy está en ocho millones de sacos y podría llegar a seis”, afirma Pedro Echavarría, empresario caficultor que cree que una de las razones más fuertes es que el café ya no es un cultivo rentable. “Colombia va a ser por muchos años más un país cafetero, pero cada año va ser menos importante en el contexto mundial del café”, afirma el caficultor.
De este sector dependen también unos 500 mil productores representados por la Federación Nacional de Cafeteros, Fedecafé, que ha recibido fuertes críticas en estos días y no participa de la movilización. Aun así, su gerente, Luis Genaro Muñoz, ha dicho que las actuales ayudas del gobierno son insuficientes. “La asignación de recursos no la despreciamos, la valoramos. Son ayudas del 15 por ciento de la base del precio actual, pero no alcanzan a cubrir los costos promedios de producción”, ha señalado a los medios colombianos.
La guerrilla de las FARC se solidarizó con las protestas iniciadas por miles de caficultores, y culpó de esa situación, muy en su papel rupturista, a la política económica del presidente Juan Manuel Santos. “Aunque el Gobierno Santos pretenda que su política económica no es objeto de discusión en la mesa de La Habana, la realidad es que el pueblo colombiano la está rebatiendo con movilizaciones, paros y protestas en todo el territorio nacional”, señala el número dos de las FARC y jefe de su equipo negociador en el proceso de paz con el Gobierno en Cuba, Luciano Marín Arango, alias ‘Iván Márquez’. El grupo insurgente recordaba que cuando tomó posesión Juan Manuel Santos “prometió convertir a cada campesino colombiano en un próspero y sonriente Juan Valdés”, reconocido personaje de los anuncios de café colombiano…
La lógica de la violencia alejada del ritmo cosmopolita y pujante de Bogotá y Medellín
¿Será la firma de un acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC-EP el paso esencial para la normalización de la vida política, social y económica en Colombia? Ante el proceso de diálogo para la finalización del conflicto armado que el Gobierno de Colombia y las FARC-EP iniciaron a finales de 2012 en La Habana, han surgido esperanzas contenidas en una población agotada por años de terror, pero también se han reactivado grandes interrogantes y escepticismos, siempre presentes en esa Colombia invisible que padece la lógica de la violencia, alejada cada día más del ajetreado ritmo cosmopolita y pujante de Bogotá y Medellín. ¿Son acaso las FARC-EP la piedra angular de ese laberinto violento que impide el normal funcionamiento del aparato del Estado en algunos territorios, o son ya un actor de reparto más en el músculo mafioso y criminal del narcotráfico y de otras industrias, que son parte del mosaico violento en Colombia? ¿Cuál es la dimensión y el alcance real de la solución política al conflicto colombiano, del diálogo actual? ¿A quién representan las FARC-EP, y qué nivel de legitimidad política y social tienen?
Podríamos pensar que sin la presencia de las FARC-EP habría más Estado y este sería más efectivo. El monopolio de la fuerza y el imperio de la ley desarrollarían una gobernabilidad real. La descentralización hacia las regiones sería un ejercicio de auténtica transferencia de recursos, de subsidiariedad y regulación real. Habría más transparencia y la burocracia existente no abonaría el campo de la corrupción y la justicia ganaría terreno a la impunidad. Sin las FARC-EP, el miedo abandonaría las comunidades, el reclutamiento de menores cesaría, los paros armados que bloquean la actividad económica desaparecerían, las minas antipersonas serían desactivadas para dejar paso a los cultivos, las misiones médicas accederían a los lugares remotos para brindar atención médica de forma segura, las fumigaciones dejarían de contaminar los manantiales, las industrias extractivas, en todas sus formas, no serían fuente de financiación para la criminalidad y la reconciliación y el perdón calarían lentamente en una nueva Colombia, donde todos tendrían cabida, menos el miedo y la violencia. Sin embargo, resulta muy arriesgado sostener estas hipótesis hoy en día en Colombia.
La resolución del conflicto con las FARC-EP solo es el inicio de la construcción de la paz social
En la captura del Estado colombiano, el control social y económico no es patrimonio exclusivo de nadie, tampoco de las FARC-EP. Por lo tanto, los acuerdos que de esta negociación se deriven, si los hubiera, podrían tener un impacto más simbólico que práctico en la solución de fondo. La resolución del conflicto con las FARC-EP solo es el inicio de la construcción de la paz social.
Si estamos de acuerdo en analizar el conflicto colombiano como un conflicto de origen agrario, incluso de un conflicto de lucha de clases o estamentos sociales, ni las FARC-EP están en capacidad de plantear ni liderar una propuesta de desarrollo para el país en estos momentos, ni el Gobierno se va a despegar de su hoja de ruta, ni es factible refundar 60 años de Colombia en La Habana. El país está entrando en la senda del capitalismo global. Por el contrario, si de lo que estamos hablando es de neutralizar mediante el diálogo la acción armada de la guerrilla, más longeva que recordamos, e incorporar su visión política, económica y social a través de los canales ordinarios, con plenas garantías de supervivencia física e intelectual por parte del Estado, para desde allí buscar la transformación social y económica que la guerra no ha conseguido, entonces quizás estamos siendo más realistas con el verdadero objetivo del Gobierno, con algunas visiones pragmáticas al interior de la propia guerrilla y con lo que realmente podemos esperar de este proceso…
Los traquetos y la época de los carteles de Cali y Medellín, con la figura de Pablo Escobar
La violencia en Colombia se constituye como un modus vivendi y operandi del proceso político, como mínimo desde 1946, cuando las élites liberales y conservadoras pusieron en marcha un estilo en la concepción de las relaciones de poder que se ha ido sofisticando y mutando durante todos estos años, a través de los procesos de colonización dados hasta 1964 en el Tolima, Caldas o Valle del Cauca, la aparición de los movimientos guerrilleros en los 60 (como las propias FARC-EP, EPL o ELN), la creación de las estructuras paramilitares de los 90 como las AUC (que en poco se diferencian de las guerrillas de paz o guerrillas del Llano de mediados del siglo XX), la cultura de los llamados traquetos y la época de los carteles de Cali y Medellín, que tuvieron como mayor exponente la figura de Pablo Escobar. Se le dice traqueto en Colombia a la persona o individuo relacionado directamente con el tráfico de sustancias ilegales, de manera más específica cocaína y marihuana. El nombre suele darse, sobre todo, a los mandos medios o a quienes se destacan por la ostentación del dinero que trae el tráfico ilegal. El título no suele darse a los grandes capos, ni a aquellos que prefieren mantener un bajo perfil. La palabra traqueto surge de la onomatopeya del sonido de una ametralladora al disparar.
Todo ese combo, esa amalgama de procesos perfectamente relacionados entre sí, estructuras visibles o invisibles, intereses e impunidades, legales o ilegales cocidos a lo largo de más de medio siglo como parte intrínseca de las dinámicas políticas, sociales y económicas, con mayor profundidad en lo local, han ido construyendo, dinamizando y transformando la sociedad colombiana y constituyen el verdadero laberinto de la violencia y un jeroglífico difícil de interpretar en la búsqueda de la paz social, la buena gobernanza y el desarrollo rural. La solución, va mucho más allá de la finalización del conflicto armado con las FARC-EP.
No obstante conviene otorgarle toda la relevancia a un posible acuerdo de esta naturaleza, ojalá, sin duda histórico. Además, es necesario reconocer los esfuerzos del presidente Santos, por hacer la tarea con un gran sentido de Estado, responsabilidad, discreción y coherencia, lo cual no es poco ni es fácil, considerando la herencia recibida de su antecesor, Álvaro Uribe, en términos de polarización social y derechos humanos.
Por supuesto, ha habido riesgos claros en este proceso, lo vemos día a día, que van desde los saboteadores que circulan ocultos o a pecho descubierto, hasta los personalismos excesivos, pasando por la agenda del diálogo, la dinámica incesable de enfrentamientos y el rol de las víctimas ligado a la futura reparación, entre otros aspectos. Además, la agenda de negociación no debería invisibilizar la crisis humanitaria que viven amplias zonas del país. Fuentes no oficiales calculan que 2015 se ha cerrado con un incremento del 70% de personas desplazadas respecto a un lustro atrás. La realidad nos aleja del escenario del postconflicto y las soluciones duraderas. En este sentido, las instituciones del Estado y la comunidad humanitaria en general (donantes incluidos) no deberían dejarse arrastrar exclusivamente por el entusiasmo que genera esta agenda política. Hoy, afortunadamente, estamos cerca de descifrar el jeroglífico de la paz social en Colombia.
La guerrilla más vieja de América Latina, contra la que las fuerzas armadas han demostrado su impotencia
Colombia es uno de los grandes países de América del Sur, con la doble extensión de Francia, multifacético -la costa, la cordillera, sus sabanas-, millones de habitantes, muy rico, ganadería, café, esmeraldas, notable industria siderúrgica y textil, suficiente petróleo como para el autoabastecimiento energético y expectativas de mayores y mejores yacimientos… Es la confirmación ‘einsteniana’ en la Tierra de que el universo es un caos perfectamente ordenado que permite su equilibrio y su existencia. Miles de guerrilleros en las montañas y en las ciudades, pertenecientes a diversas columnas, fracciones y partidos; la guerrilla más vieja de América Latina -en su sentido moderno-, contra la que las fuerzas armadas han demostrado sobradamente su impotencia; 15% de analfabetismo; 60% de mortalidad infantil, entre 15.000 y 18.000 gamines -niños abandonados o explotados- en Bogotá; cocaína, tercer productor mundial; la mejor marihuana del mundo…
Un bipartidismo perfecto liberal-conservador que ha corrompido la política del país, un clientelismo aún más perfecto -el voto compra un empleo público-, una corrupción extendida como una metástasis y que alimenta tanto el narcotráfico como las oligarquías de los dos grandes partidos, y violencia, mucha violencia, una violencia profundamente entrañada en el alma del colombiano -un sujeto, por lo demás, dotado naturalmente para la cortesía y hasta para el refinamiento social, incluidos, y hasta preferentemente, sus estamentos más humildes-.
Es difícil e inevitable intentar explicar las raíces de la violencia en Colombia; difícil, porque son los propios colombianos quienes encuentran dificultoso el análisis y lo distribuyen entre, una herencia de la guerra por la independencia y las guerras civiles entre conservadores y liberales, e inevitable, porque poco tiene que ver la guerrilla colombiana con las de sus hermanas del subcontinente de décadas pasadas.
El conflicto cafetalero resta columnas en las páginas de los grandes periódicos como El Espectador de Bogotá
Enmontonarse es un verbo de fácil conjugación en Colombia: echarse al monte, acumularse en él. Allí, toda la familia, armada, se refugiaba para defenderse del bandolero que asolaba el poblado, o de las partidas liberales o conservadoras, según la filiación de cada casa. Las FARC-EP son dirigidas por un secretariado de siete miembros que estuvo bajo el comando de Pedro Antonio Marín, conocido por los alias de ‘Manuel Marulanda’ o ‘Tirofijo’ hasta su fallecimiento en marzo de 2008. Desde entonces, su líder en jefe fue Guillermo León Sáenz alias ‘Alfonso Cano’ hasta que fue abatido por el Ejército de Colombia el día 4 de noviembre de 2011. Días después la organización confirma por medio de un comunicado que su nuevo Comandante en jefe es Rodrigo Londoño Echeverri, alias ‘Timochenko’ o ‘Timoleón Jiménez’. La guerrilla carece de padre, no tiene su Castro, o su Che, o su Firmenich. La guerrilla en Colombia creció como el café. Y, como el café, es enérgica y buena.
Buena en el doble sentido -no se me malinterprete, pues después de una experiencia de ‘lucha armada’ o terrorismo en mi País Vasco natal, somos mayoría los ciudadanos de esta zona de España que rechazamos toda violencia en la actuación política- de que en Colombia hay que tener muchos años y achaques, poco corazón o demasiado cinismo político para no intentar romper el esquema bipartidista que ha consolidado la lenta decadencia del país y en el que la guerrilla colombiana, por tradición, es un elemento más del mapa político.
La guerrilla en Colombia se enmontona para negociar, y sólo en sus más extremados extremos pretendió derrota absoluta de sus adversarios -incluido, el Ejército-, juicios populares en los estadios de fútbol o paredones de fusilamiento. De otra manera, resultaría incomprensible que un presidente conservador, aunque fuera de la alteza de miras de Belisario Betancur, pudiera fraguar un alto el fuego con las guerrillas.
Cierto es que las grandes esperanzas depositadas en el acuerdo de alto el fuego de 1984 entre la presidencia de Betancur y las principales organizaciones guerrilleras -basado en una amnistía previa, y promesas fracasadas de reformas constitucionales y administrativas que desbloquearan la esclerótica vida política del país- se vinieron al suelo… Pero el guerrillerismo en el país, pese a los fracasos relativos de la política pacificadora del conservador Betancur, continuó indefectiblemente hasta nuestros días…, donde el conflicto cafetalero resta columnas en las páginas de los grandes periódicos como El Espectador de Bogotá.
Tres intentos fallidos de paz con la guerrilla durante los mandatos de Belisario Betancur, César Gaviria y Andrés Pastrana
La historia de los diálogos de paz con las FARC-EP no ha sido fácil. Reconocidos de manera oficial hubo tres intentos fallidos, durante los mandatos de Belisario Betancur (1982-1986), César Gaviria (1990-1994) y Andrés Pastrana (1998-2002). El primer intento se inicia el 28 de marzo de 1984, con Betancour. Las FARC-EP pactan una tregua, cese al fuego y la desmovilización de algunos de sus miembros para firmar junto al Partido Comunista un nuevo movimiento político, la Unión Patriótica (UP). En agosto de 1985, el asesinato de Iván Marino Ospina, uno de los jefes de la guerrilla, lleva a la ruptura del proceso.
En junio de 1991, con Gaviria, los diálogos se entablan primero en Caracas y luego en Tlaxcala, México. En marzo de 1992 se rompe el proceso por el asesinato del ex ministro Argelino Durán, quien había sido secuestrado por guerrilleros.
El tercer intento se da con Pastrana. El 7 de enero de 1999 se instala la mes ade negociación en San Vicente del Caguán, un territorio desmilitarizado de 42.000 kilómetros cuadrados. El 20 de febrero del 2002, luego de dilatadas conversaciones, sin un cese bilateral del fuego, Pastrana rompe el diálogo tras el secuestro del congresista Eduardo Gechem.
El máximo jefe de las FARC-EP, Rodrigo Londoño Echeverri, alias ‘Timochenko’ y el actual presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, han prometido “perseverar sin tregua en la lucha por la paz”. Aunque haya sectores colombianos contrarios a este nuevo proceso de paz, argumentando que el último sirvió a la guerrilla para potenciar su logística de guerra para aumentar sus operaciones, era de desear que ningún asesinato o secuestro rompiera la dinámica de paz iniciada y hoy finiquitada este histórico 23 de junio, víspera de San Juan, en La Habana, entre aromas de “Serrano”.
Gabriel García Márquez también escribía reportajes de café en El Espectador de Bogotá o en Prensa Latina de México DF
El Premio Nobel de Literatura, el colombiano Gabriel García Márquez, el de “Cien años de soledad”, también escribía de café en El Espectador de Bogotá o en Prensa Latina de México DF. El primer responsable de la oficina ‘chilanga’ de la agencia fundada por Ernesto Che Guevara y Jorge Ricardo Masetti Blanco, también conocido como “Comandante Segundo”, periodista y guerrillero argentino…, escribió este artículo, basado en un encuentro en el restaurante bogotano Gran Vatel…
A una hora de Bogotá, bajo el tibio clima de Santandercito, vive Arístides Gutiérrez, un agricultor que en parte sostiene a su madre y a sus dos hermanas, y las necesidades de su rancho, con lo que le produce la siembra y la recolección de café. En la mañana de ayer, mientras en Bogotá cundía el pánico, Arístides Gutiérrez no había oído hablar de la baja sufrida por el café en Nueva York, y se dedicaba precisamente a inspeccionar el sombrío de sus treinta cafetos que rendirán su cosecha de abril.
A esa misma hora, el gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, don Manuel Mejía, y el ministro de Hacienda, doctor Carlos Villaveces, conversaban sobre la situación del café en el restaurante Gran Vatel, donde ocuparon puestos inmediatos, por una delicada previsión diplomática de la embajada de Bélgica, que ofreció el almuerzo. El gerente del café, y el ministro que al menos por estos días puede llamarse el “ministro del café”, debieron de analizar todos los aspectos del grave problema que tan duramente afectaba a todos los sectores de la economía nacional, incluso -y de manera muy especial- a ese humilde y desconocido Arístides Gutiérrez, que en la cosecha pasada vendió tres arrobas de café en Santandercito, libra por libra, a cuarenta y ocho centavos la libra.
En la mañana de ayer, el presidente de la Federación de Cafeteros declaró al redactor financiero de El Espectador: “Tengo la impresión, absolutamente personal, de que la crisis cafetera está buscando piso y que el panorama general puede despejarse de un momento a otro”. El redactor de El Espectador que ayer tarde viajó a Santandercito, a entrevistarse con el pequeño cafetero en su propia parcela, le hizo leer la transcrita declaración a Arístides Gutiérrez, y Arístides Gutiérrez confesó no entender una sola de las veinticinco palabras de la declaración de don Manuel Mejía, pero entendió perfectamente que si el café había bajado en Nueva York, no podría pagar este año todas las cuotas de la parcela que compró a principios del año pasado, a tres kilómetros de Santandercito.
“Lo que hay que hacer es guardar el café hasta que se componga el precio, si no se moja, no se daña nunca”
Por diferentes motivos, la preocupación de Arístides Gutiérrez y la de don Manuel Mejía, eran exactamente la misma y con los mismos orígenes. Arístides Gutiérrez, que nunca fue a la escuela y aprendió a leer porque le enseñó su padre, muerto hace siete años, manifestó: “Lo que hay que hacer es guardar el café hasta que se componga el precio” ¿Y el café no se daña si se guarda?, le preguntó el redactor. “Si no se moja, no se daña nunca”, respondió Arístides Gutiérrez.
Don Manuel Mejía consulta sus precisos y complicados horóscopos financieros. “El mercado de ayer en Nueva York sufrió una seria embestida de los sectores especulativos y bajistas, pero resistió a ella sin sufrir mayor depresión”, declaró en la mañana de ayer. Arístides Gutiérrez consulta a su ruda experiencia. Sin preocuparse gravemente por los cambios de cotización, manifiesta: “Mientras tenga guardado el café, esperando que se componga el precio, venderé los plátanos y las alverjas que tengo allá abajo, en la cañada”.
E inmediatamente explicó su régimen económico: Arístides Gutiérrez no siembra solamente café, “porque no alcanza”. Su parcela está dividida en dos: hacia el lado de la carretera, bajo una espesa fronda de plátanos, tiene treinta cafetos que no le merecen mucho crédito. El año pasado los treinta cafetos se desgajaron, cuajados de racimos rojos. En el presente año no ofrecen buenas perspectivas a causa del excesivo invierno. Como nunca sabe cómo vendrá la cosecha, Arístides Gutiérrez siembra plátanos y alverjas del otro lado de su parcela, en la cañada.
Según eso, ¿usted no confía en el monocultivo?, se le preguntó. Arístides Gutiérrez no entendió. Pero cuando se le explicó el significado de la pregunta, manifestó: “Si me atengo al café me lleva el diablo”. Treinta cafetos no es la única relación de Arístides Gutiérrez con el café. Durante la cosecha se emplea como recolector pocos kilómetros más adelante, en la amplia y umbrosa plantación de don Víctor Burgos, un cultivador de café que allí mismo tiene sus instalaciones para desmontar y fermentar el grano, y que vende anualmente 1.200 bultos a la Federación Nacional de Cafeteros.
Don Víctor Burgos, que llega hasta su plantación descendiendo por una laberíntica carretera de piedra sobre las cuatro ruedas de su camioneta azul celeste, está perfectamente enterado de la crisis del café, desde el instante mismo de su origen. Sabe que el año pasado el café se vendió a buen precio en Nueva York porque el Brasil perdió sus cosechas. “La situación es grave, pero no tanto como hace dos años”, explicó, y expuso con extraordinaria precisión sus puntos de vista sobre la crisis. “A cualquier precio, hay que recolectar” dijo don Víctor Burgos. “No se puede perder ni un grano”. Pero sabe que si la situación no se modifica antes de sesenta días, cuando empiece la recolección encontrará dificultades para enrolar recolectores en la región. El año pasado, cuando el café se cotizaba en Nueva York a 95 centavos, don Víctor Burgos pagó a cada recolector 4,50 centavos por ‘palito’ recolectado. Un ‘palito’ es una medida convencional, una caja de madera construida al margen de la ley de la oferta y la demanda, que se desborda de granos cárdenos durante los primeros días de la cosecha, y se colma con mucha dificultad en los últimos.
“En Bogotá no se habló ayer de otra cosa diferente a la situación cafetera, no existe otra forma de decirlo: había pánico”
En la plantación de don Víctor Burgos, el año pasado, Arístides Gutiérrez recolectó hasta cinco ‘palitos’ diarios en el primer mes de la cosecha. Durante tres meses hizo algunas reparaciones en su casa, perfeccionó el cercado de su parcela y atendió a otros compromisos, con los jornales de la recolección. Ayer, cuando supo que el café había bajado en Nueva York, sin tener la más rudimentaria noción de economía académica, Arístides Gutiérrez declaró que este año no podría enrolarse como recolector, porque seguramente pagarán ‘el palito’ a mitad del precio del año pasado. Don Víctor Burgos confirmó posteriormente esa apreciación: si el café sigue a cincuenta y dos centavos, no pagará más de dos pesos a cada recolector.
Mientras en su parcela de Santandercito Arístides Gutiérrez sacaba cuentas con los dedos y llegaba a la conclusión de que en el presente año tendrá que defenderse con el plátano y las arvejas, un colombiano pensaba en Nueva York, sin haber oído hablar nunca de Arístides Gutiérrez, en novedosos sistemas publicitarios para que Arístides Gutiérrez no pierda la esperanza en su café. Ese colombiano -tan colombiano como Arístides Gutiérrez- es el robusto, calvo y dinámico don Andrés Uribe, una especie de ministro plenipotenciario sin credenciales, que ha escrito un libro -Brow11 Cold, Random House, NY- para que los Estados Unidos sigan tomando café. En ese libro, que es la apoteosis literaria, histórica y científica del café, se incluyen además cincuenta recetas para hacer pasteles, salsas y caramelos, con los granos que cultiva Arístides Gutiérrez en Santandercito, y Arístides Gutiérrez no lo sabe. A través de la radio y la televisión, don Andrés Uribe está convenciendo a los Estados Unidos de la necesidad de seguir tomando café, en tazas o en cualquier forma, pero consumiéndolo, de todos modos, que es lo importante.
Don Andrés Uribe es el agente en Nueva York de la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, y no sólo los membretes de sus cartas sino hasta la cinta de su máquina de escribir, son de color café. Es un apasionado, un desesperado del monocultivo, que no ha perdido las esperanzas de que las amas de casa norteamericanas les sirvan a sus esposos y a sus niños sopa de café, torta de café, postre de café y una taza de café al terminar. Aunque sea café de a cincuenta y dos centavos para que no se derrumbe la economía colombiana.
Don Manuel Mejía, don Andrés Uribe y unos cuantos millares de colombianos más saben exactamente qué está pasando y qué puede pasar como consecuencia de la baja del café. Arístides Gutiérrez y nueve millones de colombianos no saben qué está pasando en realidad, pero saben confusamente que algo ocurre. Algo que tiene que ver de alguna manera con el costo de la vida.
En Bogotá no se habló ayer de otra cosa diferente a la situación cafetera. No existe otra forma de decirlo: había pánico. En las colas de los buses, en los cafés, en las oficinas públicas, se veían muchas caras tristes, muchas caras sombrías, muchas caras alarmadas. Sin embargo, un redactor de El Espectador se dedicó, durante toda la tarde y parte de la noche de ayer, a pedir una explicación del problema a todo el que sorprendió hablando con mucha propiedad sobre el colapso del café. No sólo ninguna de las personas consultadas al azar pudo dar una respuesta segura, sino que muy pocas lograron explicar la razón de sus preocupaciones ni el mecanismo del mercado cafetero.
Tal vez sospechando la existencia de este estado de cosas, el ministro de Hacienda hizo anoche una exposición documentada, sencilla y completa, de la situación real. La explicación fue transmitida por radio y en algunos sectores cedió la tensión, menos en la casa de Arístides Gutiérrez, sencillamente porque Arístides Gutiérrez no tiene luz eléctrica ni receptor de batería en su parcela. Pero tal vez haya escuchado la didáctica exposición ministerial José Antonio Alvarado, el lustrabotas que ayer a las cuatro de la tarde, en un café central, manifestó explosivamente su complacencia por la baja del café. “Como todo está subiendo, siquiera que baje el café”, dijo José Antonio Alvarado. “Así volverán a vender tinto a cinco centavos”, y concluyó.
Este artículo lo escribió Gabo décadas atrás. La problemática del café impregna la vida de Colombia. El arbusto de la región tropical, perteneciente a la familia de las rubiáceas que abarca 500 géneros y 8.000 especies se conoce como cafeto o planta productora de café. Uno de esos géneros es el ‘coffea’, constituido por árboles, arbustos y bejucos, que comprende unas 10 especies civilizadas, es decir, cultivadas por el hombre, y 50 especies silvestres. El fruto del cafeto que en el estado de madurez tomo un color rojizo y se conoce como cereza y sus semillas tostadas y molidas se utilizan para el consumo humano, está compuesto por: una cubierta exterior de color rojo o amarillo llamada pulpa; una sustancia gelatinosa azucarada, denominada mucílago o baba; una cubierta dura conocida como pergamino o cáscara; una cubierta más delgada y fina llamada película; y, finalmente, el grano o almendra que es la parte del fruto dura y de color verdoso que una vez tostada y molida se utiliza para la producción del café.
“Crear una cultura de paz, ampliar la democracia para que quepan todos los que estén dispuestos a renunciar a la violencia”
En la Habana comenzaron a llegar presidentes de muchos países, desde primeras horas de este 23 de junio del 2016, entre ellos el presidente de México, Enrique Peña Nieto, para respaldar la firma de la paz entre el Gobierno y la Guerrilla de Colombia. “Me alegro inmensamente. Siempre ha sido más fácil hacer la guerra que construir la paz…”, declaraba el expresidente de España, el socialista Felipe González. “He sido testigo comprometido de todos los esfuerzos para acabar el conflicto -añadía el líder histórico del PSOE-, dispuesto siempre a servir, en lo que pudiera, a los presidentes que me lo pidieron. Lo hice como presidente del Gobierno de España y como ciudadano, durante 35 años. Y, ahora, llego a sentirme como un colombiano más, desde ese regalo de nacionalidad compartida del que disfruto. He participado de las dudas y angustias de todo el proceso. He comprendido la desconfianza de tantos colombianos, tan grande como su deseo de paz. Quiero agradecer a todos los presidentes de Colombia que me hayan tratado como amigo y me hayan permitido aportar un esfuerzo modesto por la paz. Pero, sobre todo, siento gratitud por los colombianos que me trataron siempre con cariño y respeto. Era lo mismo que sentía y siento por ese pueblo magnífico y próximo. Felicidades Colombia”. “Hacer la paz, crear una cultura de paz, ampliar la democracia para que quepan todos los que estén dispuestos a renunciar a la violencia, recuperar a los desplazados, reconocer y compensar a las víctimas y trabajar, gobernar, para todos, con un desarrollo incluyente, es una tarea más compleja, más difícil, pero mucho más satisfactoria”, concluía uno de los protagonistas de la Transición Democrática tras la muerte del dictador Francisco Franco.
Eso es lo que toca ahora, en esta nueva etapa de la historia de Colombia. Y hay que hacerlo con todos los poderes del Estado, con sus instituciones y con todos los ciudadanos que quieren la paz, la libertad y el bienestar de Colombia. La paz es de los colombianos y para los colombianos. La paz es de todos y para todos. La paz que quiere toda América Latina. La paz que alegra al mundo, atenazado por guerras y conflictos en Oriente Medio, en África… Por fin una buena noticia. Por fin se acaba el conflicto más antiguo de América Latina.
Desde Belisario Betancur hasta Juan Manuel Santos, todos los presidentes, sin excepción, lo han intentado con determinación, con buena fe, interpretando el deseo de la inmensa mayoría de los colombianos. A todos hay que agradecer sus esfuerzos, su contribución. Ahora está en las manos de los protagonistas de verdad: los ciudadanos de este gran país que es Colombia. No hay, no puede haber, acuerdos “perfectos” porque no serían acuerdos. Los hay posibles e imposibles. Y este es posible, el mejor de los posibles, aunque cada uno tenga derecho a pensar en que lo hubiera hecho mejor. Por eso, esta es la hora de la unidad por la paz, por el fin del horror. Para resarcir a las víctimas, a los desplazados, para volver a convivir, para reconciliar a todos los hombres y mujeres de buena fe.
La paz en Colombia con aroma del café Juan Valdez; después de medio siglo, este país latinoamericano es la confirmación ‘einsteniana’ en la Tierra de que el universo es un caos perfectamente ordenado que permite su equilibrio y su existencia; los granos del fruto de los Andes colombianos y la Sierra Maestra cubanos han logrado después de largos meses de negociaciones transformar laberintos de violencia en jeroglíficos de paz; el presidente de México, Enrique Peña Nieto viajó en este histórico 23 de junio del 2016, a la Habana, para respaldar junto a otros mandatarios la firma del fin de hostilidades entre el Gobierno y la Guerrilla colombianos, después de medio siglo; “Me alegro inmensamente, siempre ha sido más fácil hacer la guerra que construir la paz”, declaraba el expresidente de España, el socialista Felipe González.
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