El mensaje del gobernador Carlos Joaquín en el 43 aniversario de la creación del Estado, es un documento político de primera que debe ser leído una y otra vez. En ese texto se sintetiza un rumbo y una aspiración, un proyecto político y un compromiso con el hoy y con el mañana.
Recuperemos este párrafo: “Remontemos los espacios de la intolerancia. Mostremos a todos que somos capaces de edificar, en la fraternidad y con el arma suprema de la razón, un quintana roo para todos”.
En esas líneas no está la intención de un político con visión de corto plazo, sino el compromiso de un gobernante que entiende y asume el imperativo de la hora; que conoce el sentir de la sociedad quintanarroense.
No hay borrón y cuenta nueva ni vuelta a la página. La justicia sigue su curso. El combate a la corrupción y la impunidad no se detiene. Pero no se trata de contaminar la acción de la justicia con la esquizofrenia de “los vengadores”, sino de darles un contenido trascendente, ético, que sea lección política de un nuevo tiempo cuyo sustento es la transparencia, la rendición de cuentas y el trabajo sin límite de tiempo.
Reiteró su convicción y su voluntad de “seguir convocando a todos, vengan de donde vengan, dejando de lado las etiquetas y las exclusiones. En todo este tiempo al lado de la gente, hemos puesto la cara y el pecho todos los días del año, para tratar de solucionar desde los más grandes, hasta los más pequeños problemas de nuestros conciudadanos”
Y enseguida condenó de manera clara, sin ambiguedades, “las actitudes mezquinas, mal intencionadas que sólo generan confusiones y rumorologías”. Carlos Joaquín exhortó a no empantanarnos en nuestros problemas, y acaba “con el enfrentamiento que nos ha estancado y dar paso a una cultura del diálogo, de comprensión, de trabajo y la legalidad”.
Fue un discurso trascendente. Quizá el más importante que se ha escuchado en Quintana Roo en los último tiempos.
Carlos Joaquín es un político cuyo signo es la prudencia en el decir y el hacer. Sabe que terreno pisa y quienes son sus aliados y sus compañeros de viaje.
El ejercicio del poder, Carlos Joaquín lo sabe, se basa en la ética de la responsabilidad. En el pasado no hubo responsabilidad ni prudencia, sino desmesura, latrocinio y abuso. El ejercicio del poder no puede traspasar el límite de la convivencia. “cuando ésta se rompe, el poder político pierde todo sentido”, escribió Mauricio Merino .