Los políticos son, de alguna forma, como los toreros. Se especializan en aprender el artificio del engaño, y no digo arte porque el arte es la verdad y la belleza de la vida; en cambio lo que hacen los políticos son fuegos de artificio para que los incautos, que somos mayoría, alcemos la vista y nos asombremos mientras nos sacan la cartera del bolsillo, lo que tampoco deja de ser una metáfora porque hacen cosas mucho peores.
Los políticos de oficio y beneficio ya han perdido credibiidad, ya son pocos lo que creen en los políticos y sus supercherías. Y me refiero a los políticos de todos los signos, de todas las tendencias y de todos los partidos.
Es que nos olvidamos que el poder es intrínsecamente perverso. Es posible, y así es en muchos casos, que haya quienes incursionen en la actividad política motivados por ideales o por el deseo de hacer el bien. Pero mantienen esto ideales mientras están en la oposición.
Porque cuando llegan al poder se transforman. El poder cambia a todos los que lo ejercen. Y mientras mayor sea el poder mayor es la desmesura de la transformación de su personalidad.
Hay quienes, incluso, desde la oposición caen bajo la seducción –el dinero es un gran seductor- de quienes tienen el poder.
Hay quienes dicen que hay que reivindicar a la política del desprestigio en que se encuentra. Pero con los políticos de aquí y ahora es tarea imposible que la política recupere credibilidad.
¿Entonces qué hacer?
Lo que hay que hacer, a mi modesto juicio, es que los ciudadanos comunes y corrientes le demos una patada en el trasero a los políticos que padecemos, y que la ciudadanía se haga del poder.
Ya no es posible que los presidentes sean intocables. Ya no es posible que los diputados y senadores se apoltronen en sus curules para perder el tiempo y ganar millonadas a costa del sudor y el hambre de millones de mexicanos, y, además, aprueben leyes contra la sociedad.
Ya no es posible que los partidos políticos sean una casta burocrática que tenga secuestrada la vida política del país.
Ya no es posible que los gobernadores hagan y deshagan en sus feudos sin que nadie los vigile y les cuide las manos.
Ya no son posibles muchas cosas en este país. Pero seguirán sucediendo mientras la sociedad siga adoptando el papel de plañidera, con la esperanza de que cada seis años cambien las cosas en este país.