Los recuerdos no son estáticos: nuestra vida deja huella en lo que somos y en lo que recordamos, como si el presente modelara el pasado.
A todos nos preocupa la memoria, incluso desmesuradamente, sobre todo cuando llegamos a cierta edad y nos preguntamos si son alarmantes los olvidos que tenemos o por qué nos cuesta tanto recordar ciertos nombres.
Nos gustaría que fuera perfecta, capaz de recuperar el más mínimo detalle o hallazgo porque tendemos a concebirla como una gran base de datos. Pero está lejos de ser eso.
LOS RECUERDOS NO SON ESTÁTICOS, SE MODULAN CON EL TIEMPO
Los recuerdos no quedan grabados a fuego en nuestro cerebro, fosilizados, sino que se construyen, se consolidan con el tiempo y se modifican cada vez que los recuperamos, y con ellos elaboramos un relato íntimo, autobiográfico, hecho de fragmentos dispersos, de recuerdos que hilvanamos para darles una coherencia, un sentido: el de nuestra vida.
Es una perspectiva de la memoria que la ciencia está desvelando y que depara grandes sorpresas.
ENTRETEJER UN RECUERDO
Durante años, por ejemplo, yo creí verdadero un recuerdo de la infancia que en realidad era falso. En él me veo rodeado de gente que corre y grita asustada. Un toro se ha escapado de la plaza y corre por las calles. Alguien me coge de la mano y me introduce en un portal. Y aunque tengo miedo y deseo con todas las fuerzas que pase el toro de largo sin verme, de vez en cuando saco la cabeza y miro buscando al animal, hasta que lo veo, descomunal, resoplando violentamente.
Sé íntimamente que no es un sueño, porque tiene la fuerza de una remembranza, y además fue un hecho real, ocurrido en mi pueblo natal cuando yo tenía dos años. Al animal lo abatieron a tiros después de arramblar con todo lo que encontró a su paso. Mi padre y mi hermano mayor estaban en la calle en ese momento y lo vieron. Yo no.
Aunque defendí a capa y espada en las reuniones familiares que estaba allí. Recordaba incluso la luz de ese día y el miedo que tuve. ¿Cómo podía haberme imaginado todo eso? Sin embargo, es lo que ocurrió.
Mi «recuerdo» se fue fabricando con el paso del tiempo, llenándolo con los detalles que mi padre y mi hermano contaban, cada vez más concretos, cayendo en el hechizo de la narración. Y yo fui haciendo añadidos: imágenes de corridas de toros vistas seguramente en el Nodo y más tarde en la televisión, frases escuchadas en cualquier otro sitio, emociones volcadas en el momento de recordar…
Hasta constituir eso que los expertos llaman «un falso recuerdo», algo más generalizado de lo que creemos. De hecho, los investigadores están sorprendidos por lo comunes que parecen ser.
LAS FALSAS REMEMORACIONES
El psicólogo Charles Fernyhough cita varios estudios en su apasionante libro Destellos de luz (Ed.Ariel) acerca de los falsos recuerdos.
En uno de ellos, se preguntó a unos estudiantes dónde estaban y qué hacían poco después de que explotara en el aire la nave espacial Challenger en 1986. Transcurridos dos años y medio, el 44% de ellos tenía recuerdos diferentes, y algunos se empeñaban en sostener que la versión buena era la última.
Y lo que es más sorprendente, como han revelado estudios posteriores, si se les hubiera escaneado la actividad cerebral, las neuroimágenes habrían probado que los patrones de activación de los recuerdos falsos y verdaderos eran prácticamente idénticos, con mínimas diferencias solo en la activación primaria de algunos sentidos.
LOS RECUERDOS NO CREÍDOS
Algo parecido ocurre con los recuerdos «no creídos», habituales en mitad de la infancia, como haber visto a los Reyes Magos. Llegada cierta edad se deja de creer en ese recuerdo, pero no por eso se desvanece o tiene cualidades diferentes a los recuerdos creídos.
Como explica Fernyhough, son similares en propiedades visuales y táctiles, claridad, intensidad y riqueza emocional, coherencia o el tipo de viaje mental en el tiempo…
LA INFLUENCIA DEL PRESENTE
Si los recuerdos son construcciones que incorporan una gran cantidad de hechos auténticos pero también una buena dosis de ficción, cabe preguntarse si eso no debería cambiar nuestra relación con ellos.
Tal vez deberíamos ser menos beligerantes a la hora de defender su autenticidad, aunque a veces sea algo difícil, porque están íntimamente unidos a nuestra experiencia sensorial y emocional del mundo. De hecho, cuanto más emocional es un recuerdo (feliz o doloroso), menos dispuestos estamos a aceptar su negociación y más difícil es que cambiemos de opinión sobre ellos.
Y lo mismo ocurre con los recuerdos en los que nos vemos bajo un prisma positivo, como me ocurría a mí con el toro escapado: me aferraba a él porque de alguna manera probaba un cierto valor; era capaz de superar mi miedo y mirar. Era un recuerdo que convenía a la historia personal que yo me estaba fraguando.
«Recordamos el pasado –dice Fernyhough– mediante la lente del presente: lo que creemos ahora, lo que queremos ahora. Los recuerdos serán acerca del pasado, pero se construyen en el presente para adecuarse a las necesidades del yo».
Y no solo eso: el presente deja además su huella en el recuerdo porque el sistema de la memoria no es un circuito cerrado de neuronas, perfecto. Durante un lapso de tiempo pequeño, la traza de memoria recuperada se vuelve molecularmente inestable, antes de consolidarse otra vez, e incorpora información nueva (cognitiva, sensitiva, emocional o espacial).
AYUDA PARA EL FUTURO
A esa «inestabilidad» debemos el enorme poder creativo de los recuerdos. Y también algunos de los problemas que nos ocasiona la memoria y que otro gran psicólogo, Daniel L. Schacter –profesor la Universidad de Harvard– ha llamado «pecados» (Los siete pecados de la memoria, Ed.Ariel).
Son esos agujeros negros que tanto nos preocupan:
El debilitamiento de la memoria con el paso del tiempo.
Las rupturas de contacto entre la atención y la memoria que propician las distracciones.
Los bloqueos.
Las confusiones de nombres y rostros.
Nuestra gran sugestibilidad, que hace que incorporemos experiencias ajenas como si fueran propias.
La persistencia de ciertos recuerdos que preferiríamos olvidar.
El sesgo que introducen nuestros conocimientos y creencias a la hora de recordar.
Podemos ver esos errores como fallos, pero si el sistema de memoria que tenemos ha superado el duro tamiz de la evolución y ha llegado hasta nosotros es porque debe reportarnos algún beneficio, superior a los perjuicios.
Quizá, como dice Fernyhough, la capacidad para rememorar el pasado sea solo un subproducto afortunado de ese sistema, pero ha dotado a nuestra especie de la capacidad para hilvanar el pasado y proyectarlo hacia el futuro.
Visto así, los errores memorísticos serían como las plumas de las aves. En un principio no eran para volar, sino que pudieron servir para mantener la temperatura corporal o para cualquier otro fin, pero llegó un momento en que elevaron a los animales que las poseían por los aires.
Y lo mismo pudo ocurrir con los fallos de la memoria. Hizo que nos alzáramos y miráramos más allá. Por eso, a los pecados de la memoria, Daniel L. Schacter los llama «una bendición de dios».
UNA FORMA DE EVOLUCIONAR
Los cambios y los errores están implícitos en el sistema de la memoria, pero eso no explica por qué se modifican los recuerdos de una determinada manera. La respuesta hay que buscarla en cada uno de nosotros.
Los estudios con neuroimágenes muestran que las acciones de recordar, imaginar y narrar una historia están sustentadas por redes neurales parecidas.
Como dice Fernyhough, en la memoria subyace una estructura narrativa que él compara al «reportaje periodístico»: por un lado, necesita ser fiel a los hechos acaecidos, y por otra, requiere que concuerde con nuestros objetivos actuales y con las imágenes y creencias del propio yo. El relato y los recuerdos se alimentan uno al otro y configuran la memoria autobiográfica de cada uno.
De estas y otras evidencias de la ciencia de la memoria pueden sacarse muchas consecuencias. Pero tal vez la principal sea que recordar no es un acto automático, sino creativo. Lo podemos hacer bien o mal, en el buen momento o en el mal momento, en un escenario o en otro, con unos sentimientos u otros. Pero cuando lo hagamos dejaremos una huella que se integrará en nuestra memoria autobiográfica, y en ese sentido, nos modificará.
CÓMO EVOCAR RECUERDOS
Los recuerdos se componen de múltiples elementos que les dan forma:
Los sentidos
Las emociones
El espacio
La conciencia…
A partir de ellos podemos recuperar detalles. Los olores usan un circuito neural más corto y suscitan emociones más fuertes. Volver al escenario original, las imágenes, los sonidos o las texturas también nos ayudan.
UNA MEMORIA EN FORMA
Los fallos más comunes de la memoria tienen que ver con errores en el proceso de «codificación» del recuerdo y dificultades en la recuperación debidos a la edad, estrés, cansancio…
El debilitamiento de la memoria por el paso del tiempo puede contrarrestarse de diferentes maneras:
Ligando lo que queremos recordar a imágenes visuales. Es la técnica que utilizan los mnemotécnicos.
El ginkgo biloba también la desarrolla.
Fijando los recuerdos, lo que requiere prestar atención, sobre todo en la vejez, cuando las distracciones son más usuales. También es importante tener en cuenta el contexto, que ayuda a evitar los bloqueos. Es más fácil recordar a alguien que es notario que a alguien apellidado Notario, porque los nombres propios apenas aportan información.
Fuente: cuerpomente.com